Durante décadas, la República Dominicana ha vivido una suerte de pugna de culpabilidades cruzadas entre tres pilares fundamentales para el desarrollo nacional, la educación preuniversitaria, la educación universitaria y el mercado laboral. Esta dinámica, lejos de generar soluciones estructurales, ha contribuido a profundizar brechas, reproducir deficiencias y postergar reformas impostergables.
Desde la educación preuniversitaria se señala a la universidad como responsable directa de la baja calidad de la formación docente. Se argumenta que los futuros maestros no reciben una preparación sólida ni actualizada, lo que se traduce en prácticas pedagógicas débiles, escasa innovación didáctica y limitadas competencias para enfrentar los retos del aula contemporánea.
Por su parte, la universidad devuelve la acusación. Sostiene que los estudiantes que llegan desde el sistema escolar lo hacen con graves carencias en alfabetización tradicional, alfabetización digital y pensamiento lógico-matemático, lo que obliga a invertir tiempo, recursos y esfuerzos en procesos de nivelación que no deberían corresponder a la educación superior. No es casual que, en distintos momentos históricos, se hayan ensayado mecanismos como el colegio universitario de la UASD o, más recientemente, los programas propedéuticos previos a tomar las pruebas para el ingreso formal a carreras como Educación. Estos intentos, aunque bien intencionados, han sido paliativos más que soluciones estructurales.
El tercer actor de esta triada, el sector productivo (empresariado, mercado laboral), observa el conflicto desde una lógica pragmática. Para muchas empresas, el problema no es quién tiene la culpa, sino el resultado, egresados universitarios con títulos, pero con serias limitaciones en competencias clave. Se señalan deficiencias técnicas, baja iniciativa, escaso liderazgo, pobre manejo de segundas lenguas (crítico en sectores como turismo y hotelería), limitada capacidad para resolver problemas, gestionar conflictos, planificar estratégicamente y dirigir equipos. No es casual, entonces, que en numerosos casos el sector productivo manifieste preferencia por egresados del Infotep, a quienes perciben como «capacidad sin título», frente a universitarios vistos como «título sin capacidad».
Este diagnóstico, aunque incómodo, obliga a una reflexión profunda, el problema no es individual, es sistémico. Pretender resolverlo desde la confrontación entre niveles educativos o desde la lógica partidaria ha demostrado ser ineficaz. Se impone, por tanto, la necesidad de una estrategia de nación, sostenida en el tiempo, que despolitice la educación en todos sus niveles y establezca protocolos reales de articulación y comunicación entre la educación básica, la media, la superior y el mercado laboral.
En este marco, la educación preuniversitaria básica debe asumir con claridad su misión fundacional, alfabetización tradicional sólida, alfabetización digital funcional, pensamiento lógico-matemático y pensamiento sistémico orientado a la resolución de problemas. Sin estas bases, cualquier reforma posterior estará condenada a compensar deficiencias previas.
La educación media, en cambio, debe abandonar la lógica de acumulación de asignaturas desconectadas de la vida real y transitar hacia un modelo más flexible y pertinente, donde los estudiantes puedan explorar áreas de interés mediante micro-credenciales específicas, desarrollando habilidades concretas y útiles. No se trata de enseñar «mucho de nada», sino de enseñar con precisión, con sentido y con proyección laboral, liderazgo y emprendimiento.
A su vez, la universidad debe repensarse profundamente. Esto implica una educación superior menos teórica y más inmersiva, con menos énfasis en exámenes memorísticos y mayor peso en prácticas, proyectos reales y pasantías supervisadas. Las aulas universitarias deben transformarse en talleres vivos, en espacios donde el estudiante interactúe tempranamente con su futuro entorno laboral. Este modelo debe ir acompañado, de manera transversal, por el dominio de un segundo idioma, el uso ético y práctico de la inteligencia artificial, la competencia tecnológica integral, el desarrollo de inteligencia financiera, así como una formación en visión estratégica y liderazgo.
Ahora bien, asumir este cambio de paradigma exige enfrentar uno de los nudos más sensibles del sistema, la politización y el gremialismo defensivo. Despolitizar la educación no significa excluir la participación social, sino sustraerla de la lógica partidaria y orientarla al interés nacional. El gremialismo docente, lejos de concebirse como trinchera de confrontación permanente, debe evolucionar hacia una cultura de autocrítica, mejora continua y crecimiento profesional. Es innegable que existen docentes altamente comprometidos y competentes, pero también es una realidad que el sistema alberga prácticas y perfiles que afectan su credibilidad y efectividad. Minimizar este problema como una «minoría subsanable» sin enfrentarlo con rigor debilita todo el entramado educativo.
Asimismo, es indispensable dignificar la carrera docente, garantizando remuneraciones adecuadas que permitan dedicación exclusiva, actualización permanente y compromiso real con la calidad. Pero este derecho debe ir acompañado de deberes claros, disposición al cambio, formación continua y estándares mínimos de desempeño pedagógico.
Finalmente cabe señalar que cualquier transformación responsable debe huir del voluntarismo y la improvisación. Los cambios profundos en educación no se imponen de manera abrupta; se construyen con evidencia. Por ello, resulta razonable y necesario implementar experimentos controlados, pilotos regionales o institucionales que permitan evaluar resultados, corregir desvíos y escalar progresivamente las buenas prácticas a nivel nacional.
En mi caso, tras más de quince años de observación e investigación en el ejercicio educativo, la conclusión es clara, la educación dominicana no necesita más culpables, sino más coherencia sistémica, diálogo honesto y visión de largo plazo. Solo así la escuela, la universidad y el mercado laboral dejarán de verse como adversarios y comenzarán a operar como lo que realmente son, eslabones de una misma cadena de desarrollo nacional.
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