Hay itinerarios y búsquedas que el ser humano no emprende con medio de transporte tradicional o brújula alguna, ni destino cierto siquiera. Exploraciones que no tienen una terminal de partida específica, así como tampoco se conciben como un destino predeterminado. Se inician, más bien, como un estremecimiento interior, una urgencia que brota desde el límite entre el silencio y la conciencia. La introspección y la necesidad de identificarnos con nosotros mismos. Con nuestro ser más oculto, ese desconocido que llevamos dentro como una letanía de placer indescriptible e inquietante que nos susurra constantemente verdades soterradas. La del Yo es una de esas travesías. No se trata —como algunos manuales de autoayuda sugieren— de un hallazgo repentino, una iluminación que desciende sobre el sujeto cansado del ruido mundanal, las frustraciones profesionales, personales o de cualquier otra índole. Es, más bien, un desplazamiento constante, un ir y venir entre la idea que de sí mismo posee el hombre y de las máscaras que el mundo nos impone como individuos. Es decir, una exploración que se desplaza entre «el pensamiento y la conducta».
Cuando me dispuse a la lectura del libro «En la búsqueda del yo: Explorando el ser interior, ¡Un viaje profundo hacia el pensamiento y la conducta!» de la Dra. Scarlet Acosta, pude constatar, desde el mismísimo y enjundioso índice, que estaba delante de uno de esos volúmenes que deben atarse a nuestras mesitas de noche. Sí, y resulta, además -como valor agregado-, que podemos leerlo como un libro de prosa poética, o sencillamente como se lee un libro de poemas. Son muy estimulantes las lecturas aleatorias. No ya por el sutil entusiasmo que envuelven sus páginas, sino porque los tópicos que lo compendian versan sobre situaciones y sentimientos universales que son, o deberían ser, de interés natural y general, no ya de cualquier persona, que lo es, sino de cualquier momento del -a veces funesto- acontecer de nuestros días. No me lo crea de plano. Simplemente ábralo en una página cualquiera, lea, -no pase la vista-, deténgase, examine, mire a su pasado, su presente o su futuro. Sí, el de usted, y descubrirá algo mágico: usted se sentirá, si no retratado, al menos identificado con cada acápite tratado por la Dra. Y créanme, ya eso vale la pena en todo texto que haga un bojeo por eso que nuestra autora denomina “los rincones de tu ser”. Once capítulos y más de una treintena de temas trascendentales atravesando la convulsa serenidad, o la serena convulsión de nuestra alma. Un espléndido ensayo crítico y reflexivo, con capítulos temáticos sobre conciencia, inconsciente, espiritualidad y, desde luego, el amor. El texto logra mantener un equilibrio entre la emoción y la profundidad conceptual. Scarlet escribe con una voz que se mueve entre la filosofía del ser y la psicología humanista, y en ese encuentro construye una poética del crecimiento individual sostenida.
Permítanme ahora compartirles algunas huellas, o ecos, resonancias que la lectura de este “manual del ser”, -como me gusta definirlo-, ha dejado en mí. El yo, en su naturaleza errante, es un campo de batalla entre la memoria y el deseo. Entre el tiempo transcurrido y el que idealizamos. Se construye a partir de lo que recordamos y se desmorona con lo que tememos olvidar. En cada pensamiento, en cada acto, en cada duda, se revela una partitura de lo humano: la fragilidad del cuerpo que se reconoce consciente, la obstinación del espíritu que pregunta, la torpeza del ser que tropieza con sus propios reflejos. En este libro el Yo es —como diría algún viejo místico— un espejo que solo devuelve la imagen cuando el alma se atreve a mirarse, sin maquillaje, en las oscuras oquedades donde habitan nuestros ángeles y -por qué no- también nuestros demonios.
Pero la búsqueda del Yo no es un acto solitario, como pareciera invitarnos a descubrir Scarlet. Aunque parezca un viaje hacia el interior de cada quien, termina siempre colisionando con los otros. La otredad tiene una preponderancia muy particular en la conducta de la individualidad y también viceversa. El Yo se define tanto por la introspección como por el roce social: somos lo que el mundo nos devuelve en sus miradas, lo que los demás nombran o niegan en nosotros. Esa “máscara” de la que nos hablará la Dra. Scarlet en sus páginas. En ese sentido, la conciencia individual se vuelve un laboratorio donde el pensamiento humano ensaya su ética, su miedo, su ternura. Moldeando, querámoslo o no, nuestra conducta. En consecuencia, cada gesto íntimo encierra una pregunta universal y por ello trascendente: ¿Quién soy en realidad, cuando no me reconocen los demás?
En las páginas de este libro el Yo no se plantea como un destino, sino como una ruta que se reinventa con cada experiencia personal. Una cartografía emocional donde cada decisión, cada paso, cada comportamiento deja una huella que el devenir del tiempo reinterpreta, configurando nuestra memoria y sobre todo nuestra identidad. Y tal vez en esa errancia —en ese ir y venir entre lo que somos y lo que pretendemos ser— se revele el verdadero propósito de la existencia: pensarnos, sentirnos, perdernos muy adentro de nosotros mismos para volver a empezar. Quiero apostar porque esas sean las exigencias y expectativas de cada lector de este libro.
Hay muros que no se levantan con piedras, sino con miedos. Estructuras invisibles que la mente edifica con la exactitud del albañil y la paciencia del orfebre, el uno que no confía en el terreno donde pisa, el otro que dedica tiempo y sutileza en reducir el metal a pieza museable. Todos, en algún momento, hemos sentido la necesidad de protegernos de aquello que, por incierto, nos duele, de lo que se torna amenaza con desbordar nuestra quietud interior. Así nacen las barreras psicológicas: como fosas donde el Yo se refugia del mundo, sin advertir que, al hacerlo, también se aísla de sí mismo.
Carl Gustav Jung, explorador incansable de las profundidades de la psiquis humana, y autor que le es muy cercano a la Dra. Scarlet, escribió: “No nos iluminamos imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad.” Esa frase condensa el drama esencial del ser moderno: la tendencia a ocultar las sombras bajo el barniz del aparente control emocional, a blindarse contra el dolor cuando, en realidad, el dolor es una puerta hacia otras dimensiones de la introspección humana. Jung entendía que las defensas psíquicas —esas máscaras que usamos a diario— son intentos legítimos del inconsciente por mantener nuestro equilibrio, pero también advertía que, si se vuelven rígidas, terminan siendo cárceles donde la autenticidad se asfixia tarde o temprano. Para este autor, en cierto sentido dentro de nuestra psiquis se identifican “funciones que se presentaban como dos pares de opuestos: Pensamiento y Sentimiento; Intuición y Sensación” Dicotomías que van a ser la clave para entender, comprender y disfrutar cada uno de los capítulos que Scarlet ha sabido exponer en su libro. Repito, véanlo como un manual para la vida, nunca como recetas preconcebidas, sino, como ya hemos señalado, como un texto de consultas sistémicas. Un texto al que recurrimos por el mero gusto de reconocernos a nosotros mismos y sanar(nos) ese vacío del individuo del que no escapamos en la era de la hiperconectividad suprahumana.
Sin embargo, el problema no está en construir esas murallas, sino en confundirlas con la casa donde habitamos. Jung hablaba del “proceso de individuación” como el camino hacia la integración de los opuestos: reconocer que dentro de nosotros coexisten la luz y la sombra, el miedo y el deseo, la defensa y la entrega. Scarlet se ocupa de conducirnos por estos meandros con soltura y sapiencia, mostrando que traspasar las barreras psicológicas implica mirar de frente al guardián que las sostiene: nuestro propio inconsciente. Y ese encuentro, lejos de ser cómodo, es profunda y sorprendentemente revelador. Y este maravilloso compendio, que se mueve además interconectando multidisciplinarmente conocimientos teóricos y experiencias vivenciales a todas luces, se desplaza entre el psicoanálisis y las neurociencias. Un ameno ensayo de psicología, espiritualidad y la filosofía, (ahí están referenciados los clásicos Sócrates, Platón y Aristóteles y otros, custodiando gnoseológicamente a la autora) que configura todo un tejido de lectura placentera, pero febril.
Cuando el ser humano se atreve a desmantelar sus defensas, no queda expuesto: se vuelve real. Porque solo en la vulnerabilidad se vislumbra la totalidad del Yo. La conciencia madura no huye del dolor, lo transforma; no niega la sombra, la abraza como parte de su identidad. Como diría Jung, (insisto) “Uno no se vuelve iluminado por imaginar figuras de luz, sino al hacer consciente la oscuridad”. La asimilación de esa sentencia no es un azar, sino una advertencia que nos devuelve Scarlet analíticamente: la luz, sin sombra, es apenas apariencia.
En las páginas de «En la búsqueda del yo…» encontraremos un herramental útil para identificar nuestras propias barreras psicológicas y comunicativas, y vislumbrar entonces, que no son ruinas que debamos demoler, sino estructuras psicológicas que debemos comprender. En ellas se guarda la historia del alma: sus derrotas, sus carencias, sus miedos y aquellas batallas que nos moldearon como lo que somos hoy. Solo cuando aceptamos ese mapa interior —con sus grietas y sus zonas vedadas— podremos comenzar a vivir sin parapetos, a sentir sin temor y, sobre todo, a Ser -con mayúscula- sin fingir. Solo entonces “pensamiento y conducta” se convertirán en ese “viaje profundo” que nos propone Scarlet, de placer y autorreconocimiento.
Uno de los capítulos del libro explica fenómenos por muchos ignorados, me refiero a eso que llamamos sueño, y El Sueño, ¿cuántas incertidumbres no nos produce? ¿cuántas interrogantes no nos deja? Pero con esta lectura he podido conocer que ese es un territorio donde la lógica se disuelve y las palabras se vuelven imágenes (in)comprensibles en no pocas ocasiones. Un espacio donde el tiempo no transcurre, sino que se funde, confunde y difunde en eso que la Dra clasifica como “los mensajes ocultos en la oscuridad de nuestra mente”. Ese territorio —el de los sueños— ha sido, desde siempre, el oráculo más antiguo para el ser humano. En él, nuestra mente se despoja de su coraza racional y habla en una lengua que solo el alma comprende: la del símbolo, la metáfora, la intuición. Cuestiones que Scarlet expone en este y otros acápites con destreza, cierto guiño de pedagogía y familiaridad. ¡Un capítulo fascinante!
Comprenderemos que, desde la mirada de Scarlet y sus estudios sobre el tema, el sueño, el subconsciente y la intuición son vasos comunicantes de una misma corriente psíquica. Allí donde la razón vacila, la intuición emerge como brújula, nos enseña ella. Es el lenguaje primitivo de la psique, anterior al pensamiento lógico, una forma de conocimiento que no necesita demostración. Cuando soñamos, nos demuestra ella, la intuición se expresa con libertad: nos muestra caminos, advierte peligros, o simplemente nos recuerda aquello que, por miedo o costumbre, decidimos olvidar.
Su lectura me ha hecho evocar, por ejemplo, que la literatura ha sido uno de los grandes traductores de ese idioma onírico. Desde las visiones proféticas de Dante hasta las imágenes surrealistas de Breton, el sueño ha servido de escenario para lo indecible. En el fondo, escribir —como soñar— es un acto de traducción: una tentativa por convertir lo inconsciente en palabra, lo simbólico en forma, lo inexplicable en imagen. Y, del mismo modo, leer es descifrar los ecos del propio inconsciente en el texto ajeno. Por eso ciertos libros parecen soñarnos, más que nosotros leerlos. No me lo figuro, lo he aprendido dentro de las páginas que la Dra. Scarlet ha dispuesto a partir de sus razonamientos metódicos. Es decir, este libro nos allana el camino para comprendernos en tantos aspectos que ustedes se sorprenderán.
En el capítulo final de «En la búsqueda del yo: explorando el ser interior…», la Dra. Scarlet cierra su itinerario con un gesto profundamente humano, si se quiere filantrópico: devuelve toda exploración del pensamiento, la conciencia y la espiritualidad al terreno del amor. No al amor romántico —efímero y cargado de “maripositas”—, sino al amor como energía de integración, como movimiento del Ser hacia su plenitud. «El viaje hacia el crecimiento personal en amor: desafíos y logros» se erige así, como una síntesis emocional y filosófica de todo el libro, el punto donde la psicología se hace (com)pasión y la introspección se transforma en vínculo intrínseco de diálogo con el lector.
El capítulo alcanza uno de sus momentos más luminosos cuando la autora sostiene que “ninguna teoría del yo tiene validez si no se encarna en el gesto amoroso.” Esta sentencia resume el núcleo ético del libro: el conocimiento sin compasión se vuelve estéril. El amor, entonces, no solo es emoción, sino praxis: una forma de conocimiento vivencial. La Dra. Scarlet propone una idea del amor como sabiduría activa, una ética que no se predica, sino que se encarna. Es visceral.
Desde una perspectiva teórica, la Dra. Scarlet propone que el crecimiento personal no puede disociarse del amor, pareciera una verdad de Perogrullo, pero a veces es ignorado, porque este constituye el acto supremo de conciencia. Amar implica reconocer al otro como extensión de uno mismo, y en ese reconocimiento se diluyen justamente las fronteras del Yo, resume la especialista. Desde su perspectiva, podría decirse que el amor realiza la unión de los opuestos: la reconciliación entre la sombra y la luz, entre lo que somos y lo que tememos ser. En esa alquimia afectiva, el sujeto madura porque se enfrenta a su propia vulnerabilidad. El amor se convierte, entonces, en un espejo donde el inconsciente se revela con ternura, mas no con culpa.
En este capítulo la autora dialoga, de manera implícita, con las nociones de autotrascendencia propuestas por Viktor Frankl y con el concepto de individuación del propio Jung: ese proceso por el cual el individuo alcanza su totalidad no en el aislamiento, sino en la apertura. El amor, en esta clave, deja de ser emoción para convertirse en método y fuente de conocimientos, en vía de autocomprensión. Enfatiza nuestra autora.
Así, el viaje hacia el crecimiento personal en amor no es un epílogo sentimental, sino una conclusión filosófica: el recordatorio de que ninguna búsqueda del Yo tiene sentido si no desemboca en la capacidad de amar. Porque el amor —como energía creadora y conciencia lúcida— es la forma más excelsa de discernimiento. Solo quien ama se transforma. Solo quien se transforma puede amar. Son razonamientos perennes en la poética de este libro.
La Dra, con suma empatía, nos lo hace saber a manera de constante y vital. Yo tomé este capítulo como una definición para el comienzo de ese itinerario del que venimos hablando: El amor como territorio del crecimiento interior per sé. Alfa y omega “en la búsqueda del Yo”. Y en esa reciprocidad sagrada, la Dra. Scarlet entrega su enseñanza cardinal: que el amor no es el destino final en este viaje hacia nuestro interior, sino su verdadero y más exacto punto de partida. El amor como travesía, sí, pero también como revelación del ser. En ese sentido es un libro escrito con estilo sereno y luminoso, logra reconciliar el pensamiento con la emoción, la ciencia con el alma, y nos recuerda que todo viaje interior, si es verdadero, termina siempre en el mismo lugar: el encuentro con el otro como forma más pura de autoconocimiento. La otredad es amor.
Haciendo una lectura más crítica que argumentativa, como hemos estado haciendo, podemos colegir que la estructura del texto refleja una progresión simbólica ascendente: del Yo fragmentado al Yo reconciliado; del análisis psicológico a la experiencia mística; del conocimiento racional al conocimiento amoroso. En ese tránsito, la autora construye una voz que oscila entre la ciencia del alma y la literatura del espíritu. Su estilo podríamos definirlo como apacible, meditativo, aunque a ratos oracular. Pero una de las contribuciones más notables de la Dra. Scarlet radica en tender puentes: entre psicología y espiritualidad, entre conocimiento y asombro, entre el Yo y El Otro. En un tiempo donde la fragmentación humana domina el pensamiento y comportamiento, su obra propone una ética de la (re)integración, de la desfragmentación del individuo en aras de nuestra mejor versión. No busca, sin embargo, imponer “verdades”, sino despertar conciencias. No impone “normas”, sino que propone caminos.
Y así, el lector que llega al final del libro comprende que la búsqueda del Yo no concluye en la introspección, sino en el amor; no en la certeza, sino en la apertura. La Dra. Scarlet nos deja frente a una revelación sencilla y poderosa: que la plenitud no consiste en alcanzar un ideal, sino en habitar la vida con lucidez y ternura.
En última instancia, «En la búsqueda del yo…» no tropezarán con un denso tratado de autoayuda. ¡Dios nos libre! Habita en sus páginas una experiencia cognoscitiva espléndidamente fundamentada: un espejo donde cada lector puede reconocerse en proceso, vulnerable, inacabado, pero profunda y profusamente vivo. Y quizás esa sea la enseñanza más excitante que nos deja la autora: no conocernos es también —y sobre todo— un boleto para aprender a amar(nos).
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