Wampa nació y se crió en Cotuí y Rodán en la ciudad de Santo Domingo. Se conocieron en un desfile nacional de carnaval en el Malecón. Roldán subido en un carro florido, con ruedas de Jabilla, decorado en Villa Juana, cantando: ¡Llegó Pipi!  y Wampa, imponente, vestido con un traje de Platanú.

Roldán, artista y carnavalero,
Wampa, artista y carnavalero.

Al terminar el desfile le dijo adiós a Jesús María y a Pequita personajes de la delegación de su pueblo y se fue con Roldán a cenar a Cofradía. Para seguir la parrando, aunque los dos solo beben agua, decidieron ir a conocer un lugar que le habían contado maravillas, un paraíso musical, con el nombre de Villa Mella.

En Villa Mella todo comenzó cuando los colonizadores españoles decidieron fundar la comunidad de los Mina, con esclavizados de la colonia francesa que decidieron cruzar la frontera y en “la española”, ser libres.  Con el tiempo, caminando de un lugar a otro formaron el Maniel de lo que es hoy el poblado de Villa Mella, sin empalizadas, libres, auténticos, creativos, todo compartido, lleno de música, de creencias y tradiciones inéditas, únicas.

Roldán y Wampa llegaron una noche de fiesta.  Una cantante carismática que todos llamaban Enerolisa, con su grupo, cantaba Salves impactantes, con una imponencia singular, cantaba sin micrófono y todo el mundo la oía. En la multitud estaba Kinito Méndez que luego grabó varias canciones con ella, “a palo limpio” que fueron un éxito.

Eneroliza, la Reina de la Salve de Villa Mella

Amanecieron en la Nochevela eufóricos, sorprendidos e impactados por algo que no habían visto, entonces decidieron quedarse varios días, con hambre, decidieron darse una jartura patriótica de pan de guayiga, bobotes y chicharrones con cazabe. Mientras comían, todo el que pasaba se quedaba mirándolos, porque eso sí, comían con los ojos cerrados, sin respirar, aflojándose los pantalones al terminar.  Realmente daban vergüenza, pero al desambrio eso no le importa.

Cuando ya no podían más, para amortiguar, se tomaron cada uno un jarro de chocolate caliente con jengibre y escucharon a lo lejos unos tambores y unos cantos.  Se acercaron y lo primero que vieron fue una mesa con un mantel blanco con flores de diversos colores, un cruz y una fotografía de un difunto, con algunas parejas con la cara triste, bailabando de vez en cuando, acompañados de un grupo de hombres y de mujeres tocando maracas, un tambor grande de dos parches, un balsié pequeño y una canoíta de madera que era la que llevaba el ritmo mientras un coro con sus voces y plegarias llegaba al cielo, despertando antepasados y ancestros que dormían en las galaxias con un ritmo funerario conocido como Congo, donde Kalunga, suprema deidad, sobresale salía en novenarios, cabo de año y bancos, ritos funerarios ancestrales.

Como si tuvieran en el barrio de Borojol, donde nació el Son en dominicana, Bartolito y sus bravos, improvisaron un espectáculo festivo, donde surgió la figura de Chencha y Bomyé dando una exhibición de baile, asechados por los lentes siempre atentos de Odalis, Otto y Mariano, buscadores de imágenes, dramaturgos del arte, de la magia y de la fantasía visual.

La fiesta era contagiosa, sobre todo al entrar a cantar la princesa del Son, Sonia Cabral y al comenzar una pieza, se oyó un grito que dijo: ¡Vamo arriba Piñero!  Víctor era un gigantón, con cara de niño, el cual entró con una pareja a la pista.  Era el bailador más fino de Villa Mella, aplaudido en cada giro, haciendo artísticas figuras improvisadas que para él eran normales.

El viernes Dolores, desde antes de llegar al poblado de Villa Mella, una multitud de creyentes salía en procesión con destino a Punta, llevando a la Dolorita, una virgen pequeñita negra y hermosa. Después de recorrer a pies varios kilómetros, daban inicio en una pequeña capilla popular a su fiesta llena de atabales, Salve, Gagá y Congo, con la voz de la Reverenda, una de las exponentes más impresionantes de las Salves del país, que compartía con la música de Prí-prí y el acordeón de Vale Toño, un símbolo popular.

En una enramada llena de años y de tradiciones, Carlos Hernández, Andújar Y Cadillo, antropólogos, recolectores de historias, ideólogos de la identidad, conversaban con Sixto Minier el símbolo de los Congos, biblioteca ambulante con toda la sapiencia de los ancestros y quedaron anonadados de tanta sabiduría y de tantas vivencias, donde la historia hace una pausa, aflora la verdad y se queda presente la autenticidad.

Villa Mella, enclave de diversidad cultural, tradiciones e identidad, es desconocido por generaciones, aunque es un patrimonio y un orgullo de nuestro país, reconocida su cofradía del Espíritu Santo e insertada en el listado oficial de los Patrimonios oral e intangibles de la Humanidad de la UNESCO.

Roldan y Wampa, estaban ensimismados mirando a una mulata de sonrisa provocadora y ojos de hechicera.  Ella caminaba indiferente, haciéndose la disimulada, como si nadie la estuviera mirando.   Ambos se miraron llenos de admiración y malicia al perderse en la multitud.

Adultos, jóvenes y niños pasaban aprisa disfrazados. Era el carnaval de Villa Mella, original, con personajes con identidad.  Allí estaba Elías y Víctor Piñeyro organizando el desfile, incluso con comparsas invitadas. La atracción era Margarita Lorenzo la reina del reciclaje, ganadora de diversos premios nacionales y reconocimientos internacionales.

Margarita era una artista creativa, artesana excepcional, carnavalera, donde cada año sus personajes y sus trajes eran admiración a nivel nacional.  Wampa y Roldan habían desaparecido.  Camino al carnaval de Villa Mella, Roldán era saludado por la multitud por ser un artista reconocido en la televisión.  Wampa, no aparecía porque se transformaba, era irreconocible cuando se disfrazaba.  Ni su mamá lo conocía.  Su objetivo era acompañar a Margarita en el desfile.  Melvin, el maquillista de Wampa, que había venido de Cotuí, el cual llegó tarde por los tapones, lo reconoció y solo grito: ¡Ahí va el Rey de los Colores!

Margarita, artista y carnavalera de Villa Mella.