Ella se mantenía indiferente. Pero la amaba y siempre llegaba a cortejarla, lamentablemente en el pecho de su amada no latía el amor. Él, sin embargo, vivía solo para ella, sufría mucho al momento de abandonarla cada tarde, dejándola en el mismo lugar, sola, indiferente, fría. Nada la inmutaba. Él recitaba poemas de amor en sus oídos mientras saboreaba el más triste silencio.
—Ella es diferente —decía a todos para justificar su amor no correspondido.
Un día el iluso enamorado se acercó a un gran maestro.
—Maestro, la amo, no puedo vivir sin ella, cada día voy a su lado y trato de conquistarla, pero solo recibo silencio.
—¿No has pensado en que quizás ama a otro? —respondió el maestro.
—No quiero pensarlo. Si es así, me muero de amor.
—Hay quienes no nacieron para amar, quienes tienen el corazón frío, quienes han decidido vivir solos.
—Nunca la he visto hablar con nadie. Cuando me le acerco, se queda quieta, tiene un aroma especial, tiene olor a orégano y yerbas aromáticas, su color grisáceo es mi debilidad.
—Dile que la amas. Dile que sin ella no puedes vivir. —dijo el anciano sabio
—Sí maestro, —respondió la serpiente enamorada— eso haré.
Allá va una vez más la pobre serpiente, ingenua, esperanzada, enamorada. Caminaba a otro intento infructuoso, por demostrarle su profundo amor a un pedazo de longaniza.
Moraleja
El amor verdadero no debe ser forzado ni ilusorio. A veces, nos aferramos a relaciones que no tienen futuro, olvidando que el amor solo florece cuando es correspondido. La sabiduría reside en reconocer, cuándo es el momento de soltar y seguir adelante.
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