Narrador de encomiable factura en sus intrigas y conocedor de las técnicas del arte de narrar, poeta renovador, ensayista y crítico lúcido, perspicaz y agudo, Miguel Aníbal Perdomo (Azua, 1949) nos ofrece, en esta entrevista, respuestas contundentes y amplias sobre diversos aspectos y temas literarios. Penetra en los entresijos de la problemática de la crítica y la teoría literaria, y pasa balance a la evolución del fenómeno poético en la República Dominicana y América Latina. Este intelectual y académico dominicano, que ha sabido articular un discurso coherente y heterodoxo sobre las cuestiones estéticas y filosóficas, nos deslumbra con su erudición y atildados conocimientos sobre el presente y el pasado de nuestras letras. En este diálogo teórico podemos apreciar sus puntos de vista acerca de las vanguardias, la crítica literaria, las últimas tendencias de la poesía dominicana y sobre la realidad del mundo académico en Estados Unidos. Es licenciado en Letras por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), donde enseñó durante diez años; luego realizó una maestría en Estudios Hispánicos en Illinois, Chicago, y un doctorado en Literatura Latinoamericana en City University of New York (CUNY) donde enseñó por veinte años. Fue Fulbright Scholar en Bergen Community College, New Jersey y enseñó también en la Universidad de Illinois. Ha ganado cinco veces el Premio Nacional de Literatura del país en poesía, cuento y ensayo. Actualmente es director de literatura del Comisionado de Cultura de los Estados Unidos en Nueva York y está retirado de la docencia.

Basilio Belliard. Con la crisis de las vanguardias en los años sesenta y con el fin de lo que Octavio Paz llamó la “tradición de la ruptura”, ¿piensas tú, Miguel Aníbal, que este fenómeno significó la clausura de la historia de los movimientos y las tendencias en la poesía hispanoamericana y universal?

Miguel Aníbal Perdomo.

Miguel Aníbal Perdomo. Existe el consenso de que la modernidad se caracterizó por la ruptura. Por tanto, resulta contradictorio romper con un movimiento que se define por la ruptura. Es decir, la modernidad estaría implícita en el movimiento que la sustituye, lo cual demuestra que las características de un movimiento literario no son privativas de este, sino que se intensifican en un determinado momento. Fijémonos, por ejemplo, en el Barroco. Basta que cualquier escritor use elementos preciosistas, metáforas sofisticadas, recurra el hipérbaton y ya estará escribiendo como Góngora; es un barroco, por lo menos a nivel formal.

Por otra parte, tu pregunta implica una nueva visión de la literatura, remite a lo que se llama ahora posmodernismo. Como es natural, y porque la literatura no nace en el vacío, esta nueva tendencia tiene conexiones filosóficas y políticas. El libro de Francis Fukuyama El fin de la historia y del último hombre me parece paralelo a esas ideas que expone Paz en Los hijos del limo. En ambos casos, resuenan las ideas de Hegel, quien creía que el mundo reflejaba la inteligencia divina, estaba gobernado por la razón y tenía un fin (teleología). Para el filósofo alemán, la culminación de la historia era la monarquía germánica, como explica en su Filosofía de la historia. Sin embargo, este “fin de la historia” no significaba que no siguieran ocurriendo grandes acontecimientos. Más bien él se refiere a la evolución sociopolítica. Marx se adueña de las teorías de Hegel, las modifica y pone, en cambio, la utopía socialista como la cumbre de la historia. Después viene Fukuyama, un profesor de origen japonés, de la Universidad de Chicago (donde se cocinan las teorías económicas que se implementan en América Latina) y dice que la culminación de la historia es la democracia y el liberalismo económico. Por un momento Fukuyama pareció tener razón: cayó el sistema socialista ruso sin pena ni gloria, desapareció el comunismo europeo, China evolucionaba cada vez más hacia el capitalismo, nacía la globalización, otra forma de neocolonialismo. Sin embargo, surgió la Unión Europea con el euro, que se volvió más fuerte que el dólar, y China y La India empezaron a emerger como potencias económicas. Hegel, Marx y Fukuyama se equivocaron. Y en este momento el periódico francés Le Monde ha declarado que Estados Unidos parece estar arribando al fin de su hegemonía, debido a la crisis económica que atraviesa este país. No hemos llegado al final de la historia. Nadie, por genial que sea, puede predecir el paso errático de la humanidad.

Volviendo a la literatura, quizás hemos llegado al final de los movimientos de vanguardia, que serán sustituidos por otras tendencias, lo cual es normal, si la literatura se nutre de la realidad humana. Si la historia cambia, la literatura debe evolucionar. El movimiento vanguardista comienza hacia 1906 y estamos precisamente en diciembre de 2008. Esto significa que la revolución vanguardista ha durado cien años. Pero no hemos llegado al final de los movimientos, sino que estamos inmersos en otro: en el posmodernismo, cuyas raíces se remontan a Borges, según Antón Risco. Quien usó el término por vez primera fue el poeta norteamericano Charles Olson, en una carta de 1951.

¿Por qué Rubén Darío ya no se lee, salvo en las academias, y ya no influye a nadie, a pesar de que fue el Dios del Olimpo poético durante el reinado del modernismo? Si te fijas, los poetas pasan de moda rápido. Hasta Octavio Paz, como poeta, no como ensayista, está envejeciendo, y murió no hace tantos años.

MAP. Lo que acabo de decir responde en parte esta pregunta. Pero debo aclarar que Rubén Darío influye hasta hoy en los escritores dominicanos. Está infuso en la luz, en el color y el ritmo de los cuentos criollistas de Bosch, en la crónica periodística (el modernismo le dio un gran impulso), en el cuento en general, en la musicalidad de los poemas de Franklin Mieses Burgos, ¡y en los poemas de José Mármol! La literatura es una carrera de relevo. Rubén Darío aparece cuando la sociedad agraria latinoamericana está evolucionando hacia el capitalismo internacional, según explica Françoise Perus en su ensayo sobre el modernismo. Así, toda la pedrería rubendariana, sus princesas y cisnes, expresan la nostalgia por un mundo muerto. Esta visión de la realidad ya no nos interesa. Tenemos otra sensibilidad. En el mundo en que crece Darío, el poeta no tiene cabida. En contraste con el período de la Independencia, cuando poetas como Andrés Bello fueron preponderantes e incluso Martí, poeta antecesor de Darío, fundó una nación. El cuento del nicaragüense, donde el poeta toca el organillo en la corte del rey burgués, se ha convertido en ejemplo corriente para ilustrar estas ideas. Al poeta le quedaron la diplomacia y el periodismo. Con respecto a Paz, su poética corresponde a los movimientos vanguardistas, que se remontan a un siglo atrás y de los cuales hoy nos estamos alejando. No obstante Darío y Paz son dos excelentes poetas y siempre tendrán un selecto grupo de lectores. Tú tienes razón cuando dices que cada vez apreciamos más al Paz ensayista. Creo que esto sucede porque la poesía está configurada por las formas en boga cuando fue escrita, mientras que el ensayo parece intemporal.

En cuanto al escritor y la diplomacia, en nuestro país, después de Balaguer las cosas cambiaron, puesto que él era un gobernante resentido, en especial, contra sus colegas escritores. Aunque él se benefició mucho de la práctica de colocar a los intelectuales en los cargos diplomáticos, gracias a la cual tuvo tiempo para escribir y educarse. Bosch continuó la tradición, desgraciadamente, a los siete meses, lo derrocaron. En 1990 me dijo -durante una entrevista- que si ganaba las elecciones mandaría a jóvenes dominicanos a educarse en el exterior. Añadió que Pedro Henríquez Ureña jamás habría sido lo que fue si no hubiera salido del país. En cambio, hoy los cargos diplomáticos pertenecen a politiqueros, con frecuencia inescrupulosos y carentes de nivel. Yo no recuerdo a ningún intelectual dominicano que exhibiera una conducta indecorosa en un cargo diplomático, y en el pasado hubo muchos, cuando lo que importaba era el talento. Sin embargo, recuerdo haber leído en un periódico hace unos años, que un embajador dominicano estaba traficando con drogas en el Japón. ¡Por Dios! 

En el periodismo, gracias a las universidades, los escritores han sido expulsados. Ahora se escogen periodistas de carrera, lo cual es normal. No obstante, el avance académico tiene sus consecuencias negativas. En el país los suplementos literarios prácticamente han desaparecido. Quedan algunas páginas y las pautas que se siguen son técnicas, comerciales. Se publica con criterios periodísticos para llegar al lector común, para que se interese y compre el periódico. Ya no abundan los cuentos ni los poemas en los diarios. En el pasado los periodistas eran escritores y poetas, y en consecuencia, proliferaban los suplementos, los cuales estaban dirigidos por intelectuales. Los suplementos eran una tradición que se remontaba al siglo diecinueve. Poetas como Salomé Ureña y Gastón Deligne no hubieran existido sin los suplementos. Mi generación tampoco habría existido sin estos. (Todavía recuerdo con mucha satisfacción cuando doña María Ugarte publicó por primera vez un poema mío en el suplemento literario de El Caribe.) No hubiéramos tenido dónde publicar, en un país en que las revistas literarias prácticamente no existen aún hoy. El intelectual especializado ha sido expulsado de los periódicos y si alguno escribe para estos, debe bajar el nivel, adaptarse a un público en que abundan los analfabetos funcionales porque la educación pública es desastrosa. ¡Qué lástima!, en un país donde muy pocos pueden comprar libros. Yo dudo que muchos jóvenes pueblerinos, aspirantes a escritores tengan acceso al Internet. Cada vez nos hundimos más en una cultura de lo chabacano.

Miguel Aníbal Perdomo y Basilio Belliard.

BB. Pienso que la última tentativa en Latinoamérica de poner de moda un movimiento poético y resucitar el barroco fue el neobarroco. ¿Qué piensas tú, en ese sentido? ¿Volverán los ismos? Yo pienso que estamos en la era de los destinos individuales y de las búsquedas personales. Por eso hay una crisis de los grupos, las tendencias, los movimientos. Es lo que creo. 

MAP. Para mí, el Neobarroco es el último exilio del poeta latinoamericano. Ya vimos como a este, a finales del siglo XIX, se le empezó a excluir de la vida social porque su producto no tenía valor de mercancía. El poeta se refugió en algunos casos en la Torre de Marfil. En nuestro país le queda apenas la docencia o un rincón en alguna publicitaria. Entonces algunos poetas desencantados, quizás por el fracaso de algunos de los sueños de la modernidad, se han refugiado en el Neobarroco, y se han vuelto acólitos de Lezama Lima. Esto tiene que ver también con algunas teorías sustentadas por Carpentier y el mismo Lezama que predican que el Barroco es la forma adecuada para captar la realidad latinoamericana, lo cual me parece un despropósito. Se cae en un determinismo geográfico a la manera de Montesquieu, en política, y su libro El espíritu de las leyes, publicado en el siglo XVIII.  Nosotros seríamos el único pueblo del mundo que tiene predeterminada su esencia literaria. No importa que Pedro Henríquez Ureña demostrara en su ensayo “Caminos de nuestra historia literaria”, que es una falacia afirmar que la exuberancia corresponda al habitante de una  región particular. Lo mismo sucede con el famoso realismo mágico o maravilloso, que no es un movimiento literario autóctono de América Latina, sino que tiene raíces surrealistas y del expresionismo alemán; ni es una visión de la realidad que corresponda tan solo a América Latina. Más bien se debe asociar, a mi entender, con una mentalidad primitiva, mítica, por la que pasan todos los pueblos. ¿Qué son los dioses y mitos griegos sino realismo mágico? Me parece que el cacareado Neobarroco no es más que otra forma de “modernismo”, de esteticismo, que intensifica todas las rupturas surrealistas, por ejemplo, hasta quedarse en pura forma. Es un tambor hueco, el canto de cisne afónico de las vanguardias latinoamericanas. Lo que es talento en Lezama, en manos de muchos de sus seguidores se convierte, con frecuencia, en una jerigonza grotesca. Si hoy no leemos a Darío, después de un siglo, porque gran parte de su poesía es oropel, escapismo aparte de su indudable genio, el Neobarroco lo habremos olvidado dentro de una década.

¿Cómo tú ves la salud de la poesía dominicana actual? ¿Conoces a los poetas Frank Báez (1978) y Homero Pumarol (1971)? Ellos han creado, al fin, la esperada ruptura con la tradición de la Generación de los 80 –que pienso se prolongó hasta los 90–, con una obra poética neo-testimonial, al decir de algunos, o conversacional, al decir de otros, al recuperar el discurso de la calle –de la ciudad diurna y nocturna–, alejados de la historia y también de la “poética del pensar” de los 80, de la reflexión del lenguaje y despreocupados por el intelecto. Escriben una poesía que constituye una sátira a los íconos de la cultura popular dominicana, a los poderes sagrados y estatales. Es una poesía más vital que libresca. No tienen preocupaciones intelectuales, estéticas, políticas y teóricas; son jóvenes de la clase media, que provienen de las agencias publicitarias, aunque tienen títulos académicos (no se sienten como tales), viven fuera de los talleres literarios (aunque formaran parte de los mismos), leen a los poetas beats y pertenecen a una generación influida por la Internet y la comunicación digital; son bilingües, cultivan, a un tiempo, otros géneros literarios, y otras expresiones artísticas como la fotografía, la música, el video, la pintura, el perfomance, el happening, el teatro. Pienso en otros que viven en el extranjero como Rey Andújar, Rita Indiana Hernández, Aurora Arias o Juan Dicent. Algunos dicen que esta poesía se ha hecho antes en otros países, que no es un fenómeno nuevo. Se está dando además en Argentina, Chile, Uruguay y Centroamérica. Pero yo creo que es diferente. No es totalmente conversacional ni neo-testimonial; es, más bien, una poesía despojada de retórica, de lirismo, de metáfora, de pensamiento, donde predomina la ironía y la parodia, donde la prosa se confunde con el verso. Hay una crisis del lirismo, pero es un hecho que viene desde los neobarrocos del río La Plata. ¿Cuál es tu opinión? 

Rey Andujar, escritor.

MAP. He leído algunos poemas de esos jóvenes escritores, y me han causado muy buena impresión porque es el vuelco que la poesía dominicana necesitaba hace por lo menos tres décadas. Ya en el decenio del setenta, el crítico argentino Saúl Yurkievich dividía la poesía hispanoamericana más joven en nerudiana y vallejiana. Por supuesto que la vertiente más avanzada era la vallejiana. Ya en aquella época había poetas como Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza, ambos peruanos, que escribían una poesía irreverente, conversacional, sin sentimentalismo, escéptica, sin retórica, paródica, con elementos bilingües; que tiende más a la prosa que al verso y a redefinir la historia. Todos estos rasgos definen el posmodernismo. Esa poesía se ha estado escribiendo desde los últimos años del decenio del sesenta, aunque los poetas jóvenes de hoy extreman la nota. Debemos recordar “Oración por Marilyn Monroe” de Cardenal. El libro de Cisneros Canto ceremonial para un oso hormiguero es de 1968. Debemos recordar también Taberna y otros lugares de Roque Dalton, que recoge las voces múltiples en un bar. Además, hay que recordar a Jotamario Arbeláez y a los nadaístas colombianos, lo mismo que un libro del dominicano Apolinar Núnez, Poemas decididamente fuñones publicado en la década de los setenta. Aquellos nuevos poetas dominicanos me recuerdan el tono de Apolinar.

En otro sentido, me parece que Cortázar aprovechó bien a Kerouac y a los poetas beats, y ahora es cuando nosotros los estamos leyendo. Nuestra literatura avanza a paso de tortuga. De todos modos, quiero señalar que la novela de Rey Andújar, Candela, me impresionó bastante. Ese joven tiene mucho talento. De repente la narrativa dominicana está empezando a despegar, pero debo destacar que la haitiana del libro de Andújar está estereotipada -al estilo colectivo dominicano- y que hay elementos homofóbicos presentes, que en los centros universitarios más avanzados serían rechazados. Los editores deben tomarlo en cuenta. Estamos en la era de los excluidos, de las minorías el presidente Obama es el mejor ejemplo donde toda condición humana debe comenzar a ser respetada, ya se trate de haitianos o de homosexuales.

Tú que eres capaz de cultivar a un tiempo el ensayo, el cuento, la poesía y la novela, ¿cómo te haces? ¿Cómo te desdoblas? ¿Y cómo logras volver a un género como la poesía, que abandonaste durante mucho tiempo, después de concentrarte en tu formación académica en USA, de donde sale tu libro sobre García Márquez, que es tu tesis doctoral?

MAP. Yo considero que lo que hago es ensayar diversos caminos. Más que géneros, para mí lo que existe es la literatura y una necesidad de comunicación, de abordar una realidad que me parece incomprensible, un universo singular, al decir de Borges, o extraño, al decir de Einstein. Cada día, miro a mi alrededor, y la luz me deslumbra, la vida me parece un “milagro parasicológico”, como me dijo un día un profesor norteamericano. Y me pregunto, si será la existencia una mala broma, que termina aquí o es posible esperar una vida trascendente. En literatura, el personaje que mejor define esa actitud es Johnny, el jazzman (“gato” en el argot musical norteamericano) del cuento “El perseguidor” de Cortázar. Curiosamente, la lectura de libros divulgadores de física cuántica o física astronómica, como El tejido del cosmos (The Fabric of the Cosmos) de Brian Greene o La melodía secreta (The Secret Melody) de Trinh Xuan Thuan, me han servido más que el discurso religioso o el filosófico. He llegado a la conclusión de que la filosofía, en muchos casos, es una especie de poesía discursiva, el filósofo lo que hace es proyectar, en parte, su propia experiencia. La lectura de una biografía monumental sobre Nietzsche, escrita por Curtis Cate me ha acabado de convencer. Confío más en la ciencia para responder las “preguntas celestes”, como dice el poeta Antonio Cisneros, las preguntas metafísicas sin respuesta. Siguiendo a Borges, lo que soy es buen lector: leo poesía e imito a mis poetas favoritos. Igual sucede con los demás géneros. Soy un imitador. E imitando es como aprenden los monos y los niños. Creo que el talento no es más que una buena dosis de discernimiento, de sentido común, para separar el grano de la paja. El maestro argentino creía como los clásicos que el original noble engrandecía la copia. Por ahí va la cosa. Ojalá que un día alguna de mis imitaciones tenga algún valor.

En lo que a la poesía atañe, nunca la abandoné, rasgué muchas páginas en busca de una poesía que no repitiera los modelos post-vanguardistas, la poesía esclerótica nuestra. Sin embargo, en ese período que va 1990-2002, que dediqué al estudio en Estados Unidos, publiqué El inquilino y sus fantasmas (1997), cuya escritura abarca trece años. Luego me tomé tres meses de unas vacaciones de verano para escribir La colina del gato (2004), en vez de dedicarme a terminar la tesis de doctorado. Usé técnicas del zen. Fue una especie de divertimento intelectual, sin mayores pretensiones. Me sorprendí mucho cuando el libro recibió el Premio Nacional de Poesía. Creo que tuvo que ver con la presencia del poeta Alexis Gómez Rosa en el país, quien desde siempre ha arremetido contra una tradición poética nuestra, propia de un museo de antigüedades. Creo que es ahora cuando mi poesía empieza a ser entendida. Pues yo proponía en el Inquilino una poesía paródica, entre prosa y verso, con pinceladas de humor, abolía las fronteras entre lírica y narrativa, recurría al cine, a la pintura y al cosmopolitismo… Eso era hace once años y me parece que hoy en el país, en general, todavía predomina el gusto por la post-vanguardia, por la Poesía Sorprendida. Tenemos medio siglo de retraso.

Me parece bien que usted admire a Mieses Burgos o a Manuel del Cabral, pero dedicarse a escribir como ellos, es un dislate. Entre los sorprendidos y nosotros, por ejemplo, hay por lo menos sesenta años de distancia. A ellos la experiencia histórica que los marca, a nivel internacional,  es la Segunda Guerra Mundial. A los poetas que hoy tienen veinte años, los marcaría la elección de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos. Respecto a mis dos libros mencionados, creo que tienen un valor particular: el deseo de romper con nuestra poesía insular. Lo que ahora están tratando de hacer poetas como Frank Báez, Homero Pumarol y Rita Indiana Hernández, pero como vivo aislado entre dos culturas, no creo que mis libros circulen mucho, ni tengo tiempo para difundirlos.

BB. ¿Tu experiencia universitaria en los Estados Unidos, te has permitido ver con otros ojos y otra sensibilidad, la literatura dominicana? ¿Cómo te has favorecido o perjudicado tu visión y percepción de nuestras letras? 

MAP. Perjuicio no hay ninguno, aunque sí incontables ventajas. Lo primero que he captado es lo limitada que es la labor literaria entre nosotros. Me parece absurdo que en un país de nueve millones de habitantes las ediciones sean de mil ejemplares y casi nunca se vende la mitad. Prácticamente no hay lectores. Y si no hay lectores, cómo podría haber escritores. Pienso que en general, más que escritores, tenemos aficionados a la escritura. El escritor profesional no existe, como decía Henríquez Ureña, en Seis ensayos en busca de nuestra expresión, refiriéndose a América Latina de la década del veinte. Por tanto, esos compañeros que andan por ahí publicando sus textos con su propio dinero, que deben editarlos y venderlos ellos mismos, me merecen mucho respeto y solidaridad. Así, ¿cómo podemos hablar de una gran literatura?

En el presente, Alexis Gómez Rosa sí ha creado una obra muy original, que abreva en las corrientes más avanzada de la poesía contemporánea y que cada día alcanza más proyección internacional. Hay un cuento de Alcántara Almánzar en la excelente antología Voces de Hispanoamérica, que utilizo en mis clases de literatura hispanoamericana. Pedro Vergés saltó a la arena internacional con Solo cenizas (1980), pero no ha publicado nada más en muchos años. Estos son los escritores nuestros, contemporáneos, que he oído resonar más allá del país. No creo que se deba al mito de que estamos aislados.  La nuestra es una literatura pobre, limitada, como es nuestro país. Y punto. A nivel internacional, solo resaltan Galván, Henríquez Ureña y Bosch, como me dijo un mejicano, compañero de estudios.

BB. ¿Qué piensas tú de la crítica literaria que se hace en Santo Domingo? ¿No existe como dice Plinio Chahín? ¿O hay una crisis de teorías literarias? Tú puedes darme una opinión muy clara, pues estás en el mundo académico americano, donde se cuecen la mayoría de las últimas tendencias de la crítica y la teoría literaria, después del post-estructuralismo de Barthes. ¿O crees lo que dijo una vez en una entrevista, Harold Bloom, el gran Buda de la crítica americana, que “la crítica sobrevivirá fuera de las academias”? ¿O no se hace crítica en los círculos académicos norteamericanos?

Plinio Chahín. Foto: ©️ Juan Antonio Guio. ACENTO.

MAP. Si en nuestro país no hay lectores ni escritores profesionales, ¿cómo puede haber una crítica sistemática? La “crítica” que yo conocí servía para elogiar a los amigos y denigrar a los enemigos a nivel personal. Se confunde objeto y sujeto, un error lógico elemental. En cuanto a las corrientes críticas norteamericanas, son muy dependientes de las modas francesas. A eso se refiere Bloom. Y todas han estado sometidas a la influencia de la filosofía irracional alemana, que ha dado a Nietzsche y a Heidegger. Este último un filósofo fascista cuyo hermetismo esconde sus contradicciones. La crítica bajo el influjo de la corriente filosófica irracional se convirtió en una jerga de iniciados, en una cháchara. El ensayista argentino Juan José Sebreli en su libro El olvido de la razón demuestra lúcidamente el gran fraude intelectual llevado a cabo por teóricos tales como Barthes, Lacan, Foucault y compañía. Aunque es un libro de filosofía, analiza todas esas teorías literarias del siglo XX y su fundamento en ideologías reaccionarias. Me lo leí como si fuera una novela, pues me ayudó a ver claramente conceptos que yo intuía y que comparto. Creo que todo interesado en la teoría literaria debe leerlo. Yo compré el libro en Santo Domingo.

BB. ¿Tú que eres narrador, cómo ves la situación de la novelística dominicana, en un país donde siempre se ha dicho que la “gran novela dominicana aún no se ha escrito”? ¿Ves el mismo panorama después de los fenómenos de Junot Díaz y Julia Álvarez? ¿O crees, como muchos, que ellos no son autores dominicanos porque escriben en inglés, a pesar de que sus novelas tienen temas dominicanos y a que nacieron aquí?

Junot Díaz.

MAP. Bueno, amigo Basilio, pongamos las cosas en su sitio. Yo no me considero narrador, sino un aficionado, un poeta que intenta narrar, lo cual parece casi imposible, si revisamos la historia de la literatura. Yo soy poeta por la gracia de Dios y “narrador” a base de sudor, esfuerzo y obstinación, porque prefiero la narrativa a cualquier otro género. Para serlo, no basta escribir una novela floja o un libro de cuentos. Hay que destacarse en estos géneros. En cuanto a la gran novela dominicana, paradójicamente, se está escribiendo en inglés. La están escribiendo Julia Álvarez y Junot Díaz. Ningún narrador nuestro ha llegado, a nivel internacional, adonde están llegando ellos, incluso en español, pues sus obras son traducidas a este idioma y circulan por España e Iberoamérica. Tanto es así que hay dos traducciones al castellano del primer libro de Díaz, una publicada en España y la otra en Estados Unidos. Con su novela La breve y maravillosa vida de Oscar Wao, me sucedió algo interesante. Yo estaba enseñando un curso de literatura dominicana en Hunter College y una estudiante que trabaja para una editorial me trajo un ejemplar de pruebas de la novela. Leí el primer capítulo y le dije a la estudiante: “Puede ser una obra maestra, pero no me gusta” y no leí más.

El libro de Díaz salió y fue un éxito; todo el mundo hablaba de él, y yo seguía sin leerlo porque los bestsellers me causan desconfianza, pese a que me gusta mucho Drown (Negocios) de Díaz y lo uso en mis clases todo el tiempo. Poco después vi un comentario sobre la novela en un periódico francés, Le Monde Diplomatique. Era un comentario brevísimo, pero el hecho, sin duda, significaba bastante. Y me dije a mí mismo, a este muchacho le van a dar el Pulitzer. Días después mi pensamiento era noticia. Como soy profesor, no podía posponer más la lectura de la bendita novela, pues mis estudiantes, y algunos escritores no dominicanos, empezaron a ponderármela. Así que decidí leerla, aunque con gran escepticismo. Sólo después de haber leído dos tercios de la novela, al entrar en la historia del doctor Cabral, fue cuando depuse mi actitud y pude vislumbrar el designio del libro en su conjunto. Cabral puede ser una parodia de la novela La fiesta del chivo, y la parodia es una de las técnicas favoritas de la posmodernidad e implica una sátira y un homenaje. La novela de Díaz es una excelente obra, escrita con técnicas posmodernas, pero con ambición moderna de novela total, que intenta abarcar el ser dominicano. Ahora bien, poeta Basilio, Junot Díaz, en términos literarios, es bastante joven, escribe en inglés, lo cual permite que sus obras circulen a nivel mundial, aparte que detrás de él está Penguin, una transnacional. Súmale que esta es la hora del gueto, de los excluidos, de los post-colonizados, como aboga el posmodernismo. Añádele el gran talento de Díaz… Imagínate como si fuera el final de un buen cuento a dónde podría llegar Junot.

Algunos de los detalles que te acabo de señalar fueron tal vez la causa de que yo estuviera predispuesto contra el libro. Al mismo tiempo, las voces que oímos en este son inquietantes; el libro está lleno de malas palabras, el inglés, erizado de expresiones en español. Es la voz del gueto la que suena aquí, su jerga. Es probable que todo esto irrite al lector. Además, mis gustos en novela son conservadores, decimonónicos quizás. Prefiero novelas con un hilo anecdótico definido, donde palpite la vida humana con sus eternos conflictos y esperanzas. Se cree que la novela norteamericana actual muchas veces se pierde en una épica inocua de clase media. Los tiempos de Dos Passos o de Steinbeck pasaron. Al ver este Oscar Wao, creí ver a uno de esos personajes desabrido de la novela estadounidense contemporánea, pero Oscar Wao es loco y tierno, un Quijote en el cuerpo de un Sancho. Es muy interesante la forma en que Díaz toma cualquier anécdota y la transforma, la “ficcionaliza”, la vuelve trascendente, la carga de significados plurales. La muerte de Oscar Wao recuerda a la de Héctor Méndez, aquel comerciante multimillonario y obeso que, según se dice, controlaba la tasa del dólar en nuestro país, y que apareció asesinado en un cañaveral. Yo no sé si es coincidencia la semejanza. Por cierto, por un tiempo viví en el mismo edificio donde Méndez vivía, detrás de la Secretaría de Cultura. Jamás imaginé que ese vecino sencillo y cordial, despreocupado, capaz de marchar bajo la furia del ciclón David para ir adonde su madre, tuviera tanto dinero y tanto poder.

Respecto a dónde situar el tipo de novela que escriben Junot Díaz, Julia Álvarez, Nelly Rosario y otros, como AnaMaurine Lara, pienso que son novelas dominicanas, pero también norteamericanas. Es un tipo de literatura creada por una comunidad transcultural. Habría que inventarse una clasificación. Se supone que uno pertenece a la literatura de la lengua en que escribe. Por quién doblan las campanas de Hemingway es sobre la Guerra Civil Española, pero a nadie se le ocurriría clasificarla dentro de la literatura peninsular. Al mismo tiempo, aquellos novelistas son dominicanísimos, están exportando la cultura nuestra. Los dominicanos emigrados, escindidos entre dos culturas, están proyectando su cultura de origen a niveles insospechados. Al mismo tiempo, creo que su experiencia corresponde a un segmento de nuestra realidad. Tal vez por eso, algo en mí rechazaba a Oscar Wao. Él no es el dominicano típico, es un híbrido, un ser nuevo e inquietante: el dominicano transnacional que en verdad no pertenece a ningún sitio, cuya verdadera patria es la nostalgia.

BB. Para ti, ¿cuál es el canon de la poesía dominicana, ahora que está de moda hablar de canon? 

MAP. La referencia al canon que yo tengo es el libro de Bloom El canon occidental (1994). Me parece que es una reacción conservadora a la relatividad y escepticismo que reina en el mundo académico. Todas las categorías literarias han sido sometidas a un escrutinio despiadado y saludable. Ya no hay centros hegemónicos a nivel cultural. Las jerarquías han caído al polvo. Desde el punto de vista de la antropología, no hay culturas superiores ni inferiores. El jazz es tan bueno como una sinfonía, dicen los afro-americanos. Puesto que en arte el valor se organiza en torno a un código, a un consenso. Es subjetivo. De acuerdo con esto, ¿es el Quijote mejor que una novela de Corín Tellado? Depende de quién responda la pregunta. El mismo Bloom a mí me parece muy centrado en su propia cultura. Sólo juzga a través de sus propios valores y desde la literatura anglofónica. Si escribe un prólogo a una traducción del Quijote, tiene que ser comparándolo con Shakespeare, el centro del canon occidental, según Bloom, aunque de este lado del mundo, a Shakespeare no lo leamos tanto. Me parece que sus juicios sobre García Márquez son pobres. No lo entiende y lo despacha con cierta ligereza. No se da cuenta de que el colombiano le pisa los talones a Cervantes. Bloom me gusta más cuando lee a Freud y dice que el padre de la siquiatría era más ensayista literario que científico. El crítico de Yale demuestra que el llamado discurso científico puede estar contaminado por el mito, por la ficción.

Por tanto, si hablo de canon, me refiero a mis propios gustos. Me divierte cuando oigo a escritores nuestros decir que Mieses Burgos es el mejor poeta dominicano. Ese tipo de juicio nunca se hace en la academia. ¿En base a qué es mejor? ¿A sus imágenes, a su musicalidad, a su visión del mundo? Supongamos que el verso musical me empalaga o que prefiero imágenes más opacas, que en vez de un ángel rodeado de rosas, prefiero a un ángel vestido con pantalones jeans, como diría Allen Ginsberg, el poeta beat. En este caso, escogeré a otro poeta con el mismo derecho que tiene quien prefiere a Mieses Burgos. En fin, me gusta Salomé Ureña; de Moreno Jimenes, prefiero “Poema de la hija reintegrada”, “Burbuja en el vaso de una vida breve” y otros poemas suyos; me gustan “Rosa de tierra” de Rafael Américo Henríquez; “Vlía de Gatón Arce, y “Hay un país en el mundo”, me parece un hermoso poema, aunque Pedro Mir trilla patios ajenos. Algunas zonas del oscilante Manuel del Cabral me gustan.

BB. ¿Por qué la historia de la literatura dominicana se concentra en la historia de la poesía? Lo digo porque la tradición de movimientos, corrientes y generaciones, todos son de poetas. Esa tradición se rompe un poco con la generación del sesenta cuando aparecen narradores y dramaturgos como Marcio Veloz Maggiolo, Carlos Esteban Deive, Miguel Alfonseca, Efraim Castillo, Iván García Guerra, René del Risco y Ramón Emilio Reyes, Antonio Lockward Artiles, entre otros.

Efraím Castillo.

MAP. La explicación es simple: escribir y publicar poemas es más fácil en cierto sentido que escribir obras orgánicas de teatro o narrativa. Un poema cabía en cualquier periódico, en cualquier página de El Listín, por ejemplo. Con el tiempo, podías recoger tus poemas sueltos y ya tenías un libro. Así pasó con Salomé. Sin embargo, en un medio tan pobre a nivel literario, ¿cómo podían surgir obras de largo aliento como es un libro de cuentos o una novela? Además, no teníamos ni padres ni madres literarios. ¿No tendría que ver la eclosión de la que hablas con la vuelta de Bosch al país, un cuentista respetado a nivel continental? La novela, desde su origen, necesita un público vasto. Lo mismo el teatro. Lope de Vega no surgió en el vacío, sino de un pueblo que amaba el teatro. ¿Dónde estaban los lectores o los espectadores dominicanos? Otra cosa, la mayoría de los cuentistas que mencionas cultivaron el verso. Si mal no recuerdo, Veloz Maggiolo obtuvo incluso un Premio Nacional de Poesía y Pedro Vergés, antes de ganar un premio de novela en España, se destacó allá como poeta. Tenemos una tradición poética desde el siglo XIX. Hoy en general son los poetas quienes están impulsando la novela. Ahora todo poeta que se respete, en la República Dominicana, escribe una “novela”.

BB. ¿Qué diferencia ves tú en el mundo académico americano y el nuestro, tú que antes de irte a USA, en 1990, ejerciste la docencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, por diez años, y donde también estudiaste? ¿Cómo conviven en ti el creador, el crítico literario académico y el teórico literario, cuando es tan difícil esa conjunción en la vida académica en USA?                    

MAP. Al oírte, tengo la impresión de que hablas de otra persona. Lo que soy es un buen lector, movido por una curiosidad inagotable de saberlo todo y contestar mil interrogantes que me acosan: ¿existe la divinidad cristiana o la transmigración budista o el mundo ideal platónico, el topos uranos?  ¿Puede la nada generar la energía y el Big Bang? ¿Tiene la vida un fin o es una maravillosa coincidencia? ¿Es la materia inteligente y funciona como lo que llamamos Dios o Changó? Hace unos dieciséis años leí en una revista de química que en el laboratorio habían creado células vivas y que eventualmente podrían hacerlas reproducirse. Así, la vida empieza a estar al alcance del ser humano, no es exclusiva de los dioses, y la genética está poniendo en manos de los científicos un poder insospechado. Algunos científicos piensan que quienes tienen hoy menos de veinte años podrían vivir doscientos, ya que, partiendo de células de la placenta, en el futuro, se podría reparar cualquier órgano dañado. Entonces, ¿somos nosotros un proyecto fracasado, de un demiurgo limitado, una creación de una civilización superior, al estilo del cuento “Las ruinas circulares” de Borges? ¿El ser humano prevalecerá como pensaba William Faulkner o terminaremos barridos por una explosión nuclear? Pues cada vez aparecen más tiranuelos que tienen la bomba. ¿Acabará la ciencia destruyendo el planeta, y la parábola bíblica del árbol del conocimiento se cubrirá de sentido? ¿Estamos solos en el cosmos? Esta gran sed de comprenderlo todo me hace pensar a veces si no caigo en la soberbia, el pecado de Luzbel. Puesto que el conocimiento supone poder, y el saber absoluto corresponde a la divinidad, según el mito bíblico.

Sigo creyendo que mi oficio de lector hambriento es lo que me permite abordar la literatura desde diversos ángulos. Me parece algo natural. Creo también que en Nueva York es más fácil concentrarse en el trabajo intelectual que en Santo Domingo. Cuando el frío aprieta y el sol apenas se ve durante meses y la naturaleza se asordina, es fácil sumergirse en el trabajo. Pero en nuestro país –paraíso equívoco siempre hay tanto sol, y cuando estás escribiendo, oyes las voces allá afuera, el ritmo de la vida. Sabes que hay amigos inteligentes, bien leídos, hablando de béisbol, política, boxeo y, como no, de literatura en las cafeterías de la Zona Colonial. Y hablar es lo que más le gusta al escritor, cuyo lugar de origen son las palabras. Sabes que hay playas deslumbrantes, con cerveza a punto de congelación y pescado frito esperando. Hay que tener mucha fuerza de voluntad para no poner a un lado todo… Me repito con frecuencia las palabras del maestro Bosch: si quieres escribir un libro, debes dedicarle cada momento libre. Me paso unas doce horas semanales viajando en los trenes para cumplir con mis labores docentes. En los trenes trabajo todo el tiempo: corrijo, preparo clases, reviso la gramática italiana, y escribo en una libreta que llevo siempre en el bolsillo, artículos, poemas, cuentos… Creo que el movimiento del tren estimula mi imaginación, pues me gusta viajar.

Juan Bosch.

Del mundo académico norteamericano, te diré que, si vienes de la Universidad Autónoma, la diferencia es muy grande. Por supuesto, hay mucho más organización y no se pierde el tiempo, el contacto profesorestudiante es más directo, pero algunos aspectos parecen medievales. Existen argucias legales para subemplear alrededor de la mitad de los profesores y muchos carecen de adecuados planes de retiro y de seguro médico, y a la otra mitad parece no importarle la suerte de sus colegas. Para mí, todo esto resulta incomprensible, en un país con tanto dinero, donde todo el mundo tiene derechos. Un vendedor de habichuelas con dulce en Washington Heights, en la comunidad dominicana, gana más que cualquier profesor. Uno de esos vendedores callejeros (de acuerdo con la televisión) se gana ochenta mil dólares al año, libres de impuestos. Según el New York Times, de veinte países ricos, Estados Unidos es el que menos les paga a los profesores y más a los atletas; ya que estos producen a nivel comercial, pero los académicos, al parecer, no. De modo que esta situación tiene que ver con una determinada escala de valores, gracias a la cual tú puedes ver a Sammy Sosa en la Casa Blanca (el buen Sammy se lo merece), sentado junto a la primera dama. A mí no me verás nunca. De este modo no sorprende que, en el pasado reciente, en vez de Al Gore, un profesor de Columbia, en Estados Unidos, escogieran como presidente a Bush, un mediocre hombre de negocios.

Además, en general, en mis clases hablo y discuto de todo con mis estudiantes, pero en algunas universidades –y no hablo de universidades pertenecientes a instituciones religiosas, la religión es un tabú, no se puede atacar abiertamente, para no herir la susceptibilidad del estudiante, quien a menudo tiene más poder que el profesor, lo cual no es casual: el estudiante paga al profesor le pagan. No importa que las guerras religiosas que plagan el mundo de hoy sean arcaicas, anacrónicas. O sea, a veces no hay libertad de cátedra en un país “democrático”. Me parece también que el profesor es concebido como un técnico especializado instructor, se le llama más que un erudito. Puede conocer perfectamente su área, pero ser un ignorante en cultura general. Puede conocer a Shakespeare al dedillo y no haber leído a Tolstoi. Además, la edad se tiene mucho en cuenta. Cuanto más viejo eres, más difícil es conseguir un trabajo a tiempo completo. No importa que algunos piensen que la sabiduría, comienza a los sesenta años. El profesor también es una mercancía en una sociedad en que la brecha generacional es muy profunda; diferente a nosotros. Hoy la situación es desesperada para un gran número de profesores, debido a la crisis económica: muchos, a los setenta años, han perdido todos sus fondos de jubilación, ya que es un dinero que las instituciones invierten. En conclusión, desde Estados Unidos, la UASD parece caótica. Sin embargo, me parece que la vida cultural en esta es más cálida. En Estados Unidos la gente, los profesores, viven aislados en su etnia, la raza es un concepto omnipresente, como se ve en la novela de Junot: todos los personajes están enmarcados en sus rasgos étnicos.

BB. Sostuviste una polémica con Diógenes Céspedes sobre el método crítico que él utiliza, a partir de la tesis de Henri Meschonnic y que Céspedes introdujo en el país. Pienso que esa metodología de análisis está agotada y en crisis, y más aún después de la crisis del marxismo, y tras el surgimiento de tantos métodos y teorías literarias en los Estados Unidos. ¿Crees tú que ese método de Meschonnic tiene cabida hoy día, que es viable y válido para interpretar obras literarias? ¿Por qué Meschonnic es tan desconocido en los círculos académicos norteamericanos y aun en Hispanoamérica, y sin embargo, tan elogiado y valorado por Céspedes en la República Dominicana? 

Henri Meschonnic.

MAP. En Estados Unidos no se consiguen los libros de Meschonnic. En Francia él es un profeta menor. Sólo en Londres apareció un ejemplar usado de la Poética de Meschonnic, cuando la necesité durante aquella polémica. Lo que le sucede a Céspedes es que estudió con el francés y tiene con éste lazos afectivos, normales entre estudiante y mentor. El discurso de ambos corresponde a la narrativa esencialista de la modernidad, caduca hoy. Corresponde a esos pomposos discursos dogmáticos en los cuales cada quien creía tener la verdad: religiosa, política, científica o histórica y, por tanto, podía discriminar al otro. Y no hay narrativa sin mito. Es propio de la mente humana crearlos, parte de su higiene o de su maravilla. La Poética de Meschonnic es un magnífico ejemplo. Me parece que la mejor manera de abordar un texto es a través del buen gusto (este se educa con la buena lectura y la observación), y el sentido común, que nos permite mantenernos alerta ante los señuelos de teorías abstrusas, pues la literatura se mueve, como la alta costura, por moda.  

(Esta entrevista es de diciembre de 2008, por lo que algunos hechos, datos e informaciones corresponden a esa época, y por tanto, obvia detalles y matices de la actualidad. Diecisiete años después la reproduzco. Su primera versión la publiqué en la revista País Cultural, que fundé y dirigí en el Ministerio de Cultura, y luego la incluí en mi libro El imperio de la intuición, del Banco Central, de 2013. Por considerarla de interés para los lectores de Acento, les ruego a sus lectores su indulgencia por su extensión, en razón de que dividirla en partes rompería su unidad e interés. Sin embargo, la importancia, la trascendencia y la obra del entrevistado representan un acto de justicia literaria e intelectual leerla por el rigor de sus respuestas y el testimonio que nos ofrece como escritor, intelectual, profesor y académico, representativo de la comunidad dominicana de los Estados Unidos).

 

Basilio Belliard

Poeta, crítico

Poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua y Premio Nacional de Poesía, 2002. Tiene más de una docena de libros publicados y más de 20 años como profesor de la UASD. En 2015 fue profesor invitado por la Universidad de Orleans, Francia, donde le fue publicada en edición bilingüe la antología poética Revés insulaires. Fue director-fundador de la revista País Cultural, director del Libro y la Lectura y de Gestión Literaria del Ministerio de Cultura, y director del Centro Cultural de las Telecomunicaciones.

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