Avelino Stanley, el escritor de los cañaverales que se reinventó en una novela al inmigrante cocolo que era su padre, ingresó el pasado 6 de septiembre a la Academia Dominicana de la Lengua como Miembro Correspondiente.

En su discurso de ingreso, Stanley propuso un nuevo punto de partida para la historia de la literatura infantil y juvenil dominicana.

Avelino Stanley.

“La literatura infantil en República Dominicana no empieza con las fábulas de José Núñez de Cáceres como se ha dicho” –enfatizó Stanley–. “Según los datos arrojados por la investigación que hemos realizado, la literatura infantil dominicana empieza con la novela “Adela o el ángel del consuelo”, de Francisco Xavier Amiama, publicada en 1872”.

En su reglamentario discurso de ingreso, el autor de Tiempo muerto, vestido de domingo, escoltado por una pequeña legión de novelistas, poetas e historiadores y orgullosamente vestido con una chacabana blanca de tenues líneas rosa y un corbatín color vino, removió varios altares y adelantó algunos de los hallazgos de un estudio sobre literatura infantil y juvenil que realiza, y que da cuenta de la riqueza estética de ese género en el país.

Avelino Stanley en el desierto de Atacama, Chile.

Avelino Stanley citó el 1872 como el punto de partida de la literatura infantil y juvenil en República Dominicana debido que la obra de Francisco Xavier Amiama es la primera que reúne las condiciones, requisitos y requerimientos del género. Según Stanley fue Abigaíl Mejía la primera persona que se refirió a la novela “Adela…” como literatura infantil.

“En su rol de profesora de literatura -expresó Stanley- Abigaíl Mejía rescató del olvido la novela Adela o el ángel del consuelo. Lo hizo en 1929, unos sesenta años después de publicada. Y es ella quien por primera vez afirma que se trata de una obra infantil”.

Con esta conclusión, Stanley contraviene a los historiadores, cronistas y especialistas que fijan las fábulas de Núñez de Cáceres como el arranque formal de la literatura infantil y juvenil en República Dominicana.

Entre quienes hacen esa afirmación están la española Carmen Bravo-Villasante, el dominicano Miguel Collado y el chileno Manuel Peña Muñoz.

Carmen Bravo-Villasante publicó en 1987 una “Historia y antología de la literatura infantil iberoamericana” en dos tomos en la que afirma: “Las fábulas de Núñez de Cáceres se publicaron en el periódico “El Duende”, durante el periodo de tranquilidad de 1809-1821, llamado la España Boba. Este abogado fabulista, creador de la Independencia de su país, precisamente en el año 1821, enemigo de Bolívar, escribió fábulas muy buenas que sirvieron de lectura a la infancia y a la juventud de su época, y que todavía se usan en las escuelas”.

De su lado, en Una bibliografía preliminar de la literatura infantil dominicana (1821-1990)”, publicada en 1997 -aseguró Stanley- el investigador Miguel Collado afirma que el antecedente más antiguo de la literatura infantil dominicana quizá sea la publicación, en 1821, de las fábulas de José Núñez de Cáceres en el semanario El Duende que él mismo fundó en la ciudad de Santo Domingo el 15 de abril de dicho año.”

Igualmente, prosigue Stanley, Manuel Peña Muñoz, en su “Historia de la literatura infantil en América Latina”, publicada en el 2009, refiriéndose a Núñez de Cáceres afirma: “Estas fábulas caribeñas aparecieron publicadas en el periódico “El Duende”, a comienzos del siglo XIX, en la época en que llegó a la isla la primera imprenta. (…) Apenas se imprimieron, las fábulas gustaron mucho a los niños dominicanos y también a los adultos”.

Rafael Peralta Romero presenta a Avelino Stanley.

Citando a varios especialistas, Avelino Stanley refirió como requisitos de la literatura infantil y juvenil que los textos para niños deben tener claridad de conceptos, sencillez, ausencia de ciertos temas y presencia de otros que no toleraría el adulto (Bravo- Villasante), y que, “al margen de las intenciones de su autor, que los niños y adolescentes lo tomen como suyos” (Chiki Fabregat). Además, deben provocar deleite, formar valores universales y responder a los intereses de los destinatarios (Pardo Belgrano, Gallelli y Vulovic).

“A la luz de estas afirmaciones- observó Avelino Stanley- nos damos cuenta de que era muy difícil que los niños y los adolescentes en 1821 pudieran “tomar como suyos” las fábulas de Núñez de Cáceres porque el contenido no estaba al alcance de su comprensión. No lo estaba porque, como afirma la misma Bravo-Villasante en su definición, en los escritos para los infantes son “indispensables la claridad de conceptos, la sencillez, el interés”.

Según el autor de Catedral de la libido, la novela Adela o el ángel de desconsuelo, de Francisco Xavier Amiama, reúne los requisitos, condiciones y requerimientos necesarios para ser considerada una obra infantil. “En gran medida -concluyó Stanley- la novela de Francisco Xavier Amiama cumple con esos requisitos”.

Según consta en el ejemplar al cuidado del Archivo General de la Nación, “Adela o el ángel del desconsuelo” está dedicada “a la niña Adela Laurason y en la misma dice: “Escribo para ti, para tus hermanas, para tus tiernas compañeras”. En opinión de Stanley, esa dedicatoria es un indicador de que la misma fue escrita para adolescentes y jóvenes.

Francisco Xavier Amiama nació en 1849 y murió en 1914. Según las referencias de Stanley, era un “político, erudito y experto contable que formó parte de los gobiernos de González (Ignacio María) y de Lilís (Ulises Heureaux). Al escribir la obra de referencia, era maestro y prefecto en el colegio San Luis Gonzaga.

¿Literatura menor?

Avelino Stanley fue enfático al señalar que la literatura infantil no es un género menor. “Todavía hoy -expresó- muchos se refieren a la literatura infantil de forma peyorativa, calificándola como “una literatura menor. Los que así opinan desconocen por completo la importancia de este campo”.

Citando a Pedro C. Cerillo, profesor de la Universidad de Alicante, Stanley aseguró que la literatura infantil y juvenil es un buen recurso para el desarrollo de la personalidad, la creatividad y el juicio crítico en niños y jóvenes.

Según Cerillo, “escribir para niños y jóvenes es tan serio como escribir para adultos, porque la literatura infantil y juvenil, por encima de cualquier otra cosa, es literatura, una literatura con mayoría de edad”. Este profesor universitario agrega que el aporte del género es el primer contacto de la persona con la creación literaria escrita y culta, además de un buen recurso para un más amplio conocimiento del mundo, así como el desarrollo de la personalidad, la creatividad.

Existen infinitas demostraciones que avalan el papel central que juega la literatura infantil en los niños y niñas, consideró Stanley.

Un valioso servidor de la palabra

Avelino Stanley es Premio Nacional de Novela 1996. Ha publicado unos 30 títulos y más de una decena de estos son de literatura infantil y juvenil. Entre ellos están las novelas: Los tres reyes magos, 2000; La ciguapa encantada por la luna (2008), Dulce esperanza de la patria (2012), El triunfo de los cuatro ases (2018) y Una ballena varada en Samaná (2021).

El escritor Rafael Peralta Romero, al recibir al nuevo Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, definió a Stanley como “un valioso servidor de la palabra y el pensamiento”. Manifestó que el ingreso de un intelectual a la Academia es un reconocimiento a su obra y a su talento.

Las cuatro estaciones de la literatura infantil

En su investigación Avelino Stanley dividió la historia de la literatura infantil y juvenil en cuatro periodos, que son “los orígenes”, que abarca de 1872 a 1899; “los precursores”, de 1900 a 1969; “los fundadores”, de 1970 a 1999, y “la etapa del desarrollo”, a partir del año 2000 y sin que haya concluido al 2024.

Cerró la pieza discursiva señalando que el aporte de la presente investigación, más allá del valor literario, es el de dejar establecido que “Adela o el ángel del consuelo”, de Francisco Xavier Amiama, publicada en el año 1872, hasta que aparezca otro texto anterior a este, es la obra que marca el origen de la literatura infantil y juvenil dominicana. Ese es el hallazgo”.

Avelino Stanley tuvo palabras de reconocimiento y gratitud para la persona que entendió por primera vez que Adela o el ángel de desconsuelo era un texto de la literatura infantil.

“Ese mérito -dice- es de Abigaíl Mejía”.