Una idea escénica necesaria 

La puesta en escena de Ahora que vuelvo, Ton, basada en el icónico cuento de René del Risco Bermúdez, es un acontecimiento teatral que merece ser celebrado. No solo por la calidad artística de su ejecución, sino por el gesto cultural de llevar al teatro una joya literaria nacional. Es un acto de justicia poética que rescata la voz de uno de los escritores más emblemáticos de nuestra modernidad. 

Obra y autor: memoria, ternura y desencanto 

René del Risco —poeta, narrador y publicista— fue miembro fundador del grupo El Puño, primera agrupación literaria dominicana de los años sesenta, que apostó por una literatura comprometida con su tiempo. En un contexto de transición política tras la caída de la dictadura trujillista, Ahora que vuelvo, Ton emerge como un relato cargado de nostalgia, conciencia de clase, ternura infantil y desencanto. Su adaptación escénica conecta con esa sensibilidad, renovándola con herramientas teatrales que amplifican su lirismo sin traicionar la esencia original. 

Producción y visión compartida 

Con producción de DW Producciones y Francis Cruz, la obra fue impulsada desde el inicio por Wilson Rodríguez, quien, más allá de su rol institucional, apostó con visión y generosidad por este cruce entre literatura, danza y teatro como un puente entre generaciones. 

El apoyo de la Fundación René del Risco Bermúdez resultó también esencial para viabilizar este homenaje. Su participación reafirma el compromiso con la preservación y proyección del legado literario dominicano, especialmente en diálogo con nuevas generaciones de artistas. 

Dirección escénica: atmósfera y contemplación 

El montaje, bajo la dirección sobria y emotiva de Manuel Chapuseaux, equilibra poesía, actuación y simbolismo. Su apuesta estética es contenida, casi litúrgica. El espacio escénico se convierte en un umbral de recuerdos, donde no hay prisa: cada gesto, cada silencio, cada luz está medido para que el espectador mire hacia dentro. La dirección evita excesos, y opta por una atmósfera de contemplación donde lo visual y lo emocional caminan juntos. 

Danza como lenguaje dramático 

Uno de los momentos más logrados ocurre desde el inicio, con una escena de gran impacto estético y emocional. La bailarina clásica María Emilia García Portela debuta como actriz y cautiva desde el primer instante. Su adagio inaugural, bajo una luz cenital que acentúa la pureza de sus líneas, conmueve por su fuerza contenida. 

María Emilia no solo baila, interpreta. Cada uno de sus gestos está cargado de intención y significado. Su tránsito del ballet al teatro es orgánico, poético y profundamente conmovedor. A lo largo de la obra impone su presencia con una combinación sutil de delicadeza y firmeza, otorgando una dimensión emocional única a cada personaje que encarna y destacándose en cada cuadro dramático. 

En sus duetos junto a Francis Cruz —quien, sin formación dancística, encarna al protagonista— María Emilia sostiene un diálogo corporal donde su movimiento guía, estiliza y cubre con gracia cualquier asimetría. Más que coreografía, lo que se articula es un lenguaje poético entre cuerpos que no necesitan simetría para comunicar verdad. Su actuación es uno de los mayores hallazgos del montaje. 

Entre la evocación y la verdad emocional 

Francis Cruz interpreta a René del Risco con lirismo y sobriedad. Su personaje habita el humo lento del cigarro y el resabio íntimo del trago, encarnando la ambigüedad del creador: entre la inspiración encendida y el letargo melancólico. Aunque en los primeros minutos su declamación golpeaba las palabras con cierta rigidez, pronto logra encontrar un tono más fluido y conectado con el texto. 

Su actuación, más que representar, sugiere. Se mueve como quien habita un recuerdo, como quien escribe con el cuerpo. Este equilibrio entre presencia física y densidad poética sostiene el núcleo emocional de la obra. 

Por su parte, Erick Roque ofrece una participación luminosa. Con un trabajo de contenido y sincero, su personaje aporta un contraste necesario entre el mundo adulto y la mirada infantil que sostiene el relato. 

Su actuación, discreta pero honesta, fortalece el entramado afectivo de la pieza. 

Hay silencios que se llenan con el lenguaje del cuerpo: los interludios coreográficos hablan sin palabras, como si la emoción se deslizara por el aire. 

Son los propios actores quienes, casi como si tejieran el espacio con sus manos y pasos, transforman los ambientes ante la mirada del espectador, integrando cada cambio al pulso vivo de la obra. 

La escenografía, lejos de imponer, respira con la escena. 

 Fidelidad y poesía 

La adaptación respeta el ritmo y espíritu del cuento original, centrado en el regreso a la infancia del protagonista y en la figura inolvidable de Ton Melitón, símbolo de la inocencia perdida. A través de una voz poética —encarnada por el propio René del Risco en la interpretación de Francis Cruz— la obra transita entre la narración y la evocación, entre el recuerdo y la ausencia. 

La dramaturgia no busca agregar giros ni dramatismos forzados. Su fuerza reside en lo que sugiere, en lo que deja resonando. Es teatro de atmósfera, de memoria, de poesía visual. 

Un tributo  a la memoria dominicana 

Ahora que vuelvo, Ton honra la memoria literaria dominicana con sensibilidad, rigor y belleza. Esta adaptación no solo rescata un texto emblemático, sino que lo reinterpreta con un lenguaje escénico profundamente lírico. El trabajo conjunto de Manuel Chapuseaux, Francis Cruz, María Emilia García Portela, Erick Roque y todo el equipo técnico ofrece una experiencia poética que invita a reencontrarse con la infancia, con el país que fuimos, y con las heridas dulces que nunca terminan de cerrar. 

Una obra que no grita, pero resuena.  

Que no impresiona, pero conmueve.  

Que no explica, pero ilumina. 

Y eso es arte. 

EN ESTA NOTA

Danilo Ginebra

Danilo Ginebra. Director de teatro, publicista y gestor cultural, reconocido por su innovación y compromiso con los valores patrióticos y sociales. Su dedicación al arte, la publicidad y la política refleja su incansable esfuerzo por el bienestar colectivo. Se distingue por su trato afable y su solidaridad.

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