Desde el otro lado en que estás, nos miras en esta ribera. Y tenue, quieres asir con tu voz el último día, las miradas que han quedado por decirse a solas, a los barrios marginales y los niños hambrientos de la ajena ciudad… Te cuesta entender el nuevo orden de las cosas. Todo es ahora memoria, algo asomado apenas, la semántica de arquetipos que rige el sueño, la pequeña rebeldía de los hombres trasnochados yendo al trabajo, tibiamente despiertos, sólo a media entre las urgencias que les devora como una sombra por dentro, ese follaje de frío que va lentamente como un cuchillo buscándoles el corazón; acaso el viaje que regresa a la casa paterna, un enjambre de alas, labios adolescentes que dicen con ternura la poesía, tu estatura, la biografía con que vistes en la historia, como eco que se resiste a no estar, a no ir ahuyentado hacia el vacío y entrar a voluntad en la muchedumbre de la noche… ¿Qué puedo yo decirte, camarada? ¿Qué podría blandir o callar; mientras otros ofician palabras, huecas manos que entristecen de pronto, pancartas de ruidos atroces que hacen sangrar las lágrimas, plateados peces que se evaporan, fornidos paisajes que caen sobre nada, bandadas de cometas, difuso trébol sosteniendo el aire?… Te pienso; y el alba traza un cisne, un curvado silencio sobre el agua, un resplandor que emerge y dora el borde del enigma, simulando algo que no sabemos… Y a ti, hermano, de mil modos te lo he dicho: “Nadie se va completamente, si quien queda, dice como una oración su nombre”.
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