Frank y Sue están de pie uno al lado del otro, sonriendo, frente al área de producción de la fábrica. Detrás de ellos hay una mesa con un ventilador, y una bandera estadounidense cuelga de la pared.
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Frank Teixeira y su hija Sue Teixeira son copropietarios de Accurate Services, una empresa con sede en Fall River.

En un rincón de una antigua fábrica, ubicada en el sur de Massachusetts y construida a finales del siglo XIX, 15 personas trabajan en máquinas de coser, fabricando productos especializados de alta calidad para neonatología, destinados a hospitales.

Son los únicos empleados que quedan de lo que antaño fue una gran empresa manufacturera, la mayor parte de la cual cerró en 1990, cuando la familia Teixeira reinventó su negocio como una empresa de almacenamiento y distribución.

Desde que el presidente estadounidense Donald Trump implementó los aranceles, la familia Teixeira ha recibido más consultas de empresas interesadas en sus servicios de confección, ubicados en Estados Unidos.

Pero ellos han rechazado esas ofertas, disuadidos por la dificultad para contratar personal en medio de la política migratoria restrictiva y por las dudas sobre si la demanda se mantendrá.

Esto es solo una de las muchas señales que indican que lograr el resurgimiento industrial prometido por Trump será mucho más difícil de lo que afirma la Casa Blanca.

"Simplemente no va a ocurrir", afirmó Frank Teixeira, quien se incorporó al negocio familiar en la década de 1970 y supervisó su transformación en la empresa Accurate Services Inc. "Los aranceles son una mala política y, a la larga, nos traerán problemas".

Una trabajadora con una camiseta rosa está elaborando toallas en la fábrica Matouk, en Fall River, Massachusetts. Está examinando una toalla blanca sobre una gran mesa de trabajo, de pie frente a una gran máquina de color verde azulado que parece estar bordando diseños sobre otras toallas.
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El fabricante estadounidense Matouk utiliza telas y otros materiales importados para fabricar sábanas, mantas y toallas de alta calidad.

Trump se postuló a la presidencia prometiendo una mejor economía. Esta se lograría mediante aranceles que, según él, reducirían los costos y traerían una nueva era de prosperidad.

Este mensaje tuvo gran resonancia entre los votantes, lo que permitió a su campaña obtener resultados inesperados en zonas obreras tradicionalmente consideradas bastiones demócratas.

Entre ellas se encuentra Fall River, la ciudad natal de los Teixeira, antigua meca de la industria textil, donde la victoria de Trump marcó el primer triunfo de un candidato republicano a la presidencia en casi un siglo.

Sin embargo, los expertos criticaron duramente sus planes, advirtiendo que los aranceles, que son impuestos a las importaciones, provocarían un aumento de precios para las empresas y para los consumidores estadounidenses, así como una ralentización del crecimiento, con riesgos particulares para las empresas manufactureras, que suelen depender de las materias primas importadas.

Ahora, casi nueve meses después de que el presidente asumiera el cargo y los aranceles entraran en vigor, se empieza a evidenciar la brecha entre la retórica de Trump, que presume de las inversiones que fluyen al país, y la realidad sobre el terreno en lugares como Fall River.

El crecimiento del empleo en EE. UU. se ha ralentizado drásticamente este año, incluyendo el sector manufacturero. Luego del repunte experimentado tras la pandemia, el número de empleados en las empresas manufactureras ha disminuido este año, con una pérdida de 12.000 puestos de trabajo solo el mes pasado.

Las encuestas a empresas indican que la actividad en este sector se está contrayendo.

El mes pasado, el 71% de las empresas manufactureras encuestadas por la sucursal de Dallas de la Reserva Federal afirmó que los aranceles —que oscilan entre el 10% y el 50% para la mayoría de las importaciones— ya habían tenido un impacto negativo en sus negocios, incrementando los costos y reduciendo los beneficios.

En Matouk, una empresa fabricante de ropa de cama de alta gama ubicada cerca de la residencia de los Teixeira, el director, George Matouk, afirmó que entre abril y agosto los aranceles ya habían incrementado los costos en más de US$100.000 mensuales, debido a su impacto en el suministro de productos como la tela de algodón procedente de India y Portugal, así como el plumón de ganso de Liechtenstein.

George Matouk, con una camisa azul de manga larga, en su fábrica en Fall River. Detrás de él, unas mujeres están sentadas en sus puestos de trabajo en el amplio almacén.
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George Matouk afirmó que no estaba viendo ningún beneficio derivado de los aranceles.

Fundada por su abuelo en 1929, la empresa ha crecido hasta emplear a unas 300 personas en los últimos años, lo cual representa un motivo de orgullo para Matouk, quien tuvo que superar la desconfianza de algunos al regresar a la empresa familiar como miembro de la tercera generación, tras graduarse de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia, a finales de la década de 1990.

Sin embargo, el aumento repentino de los aranceles ha obligado a la empresa a reducir las inversiones en aspectos como la adquisición de nuevos equipos y el gasto en actividades discrecionales como el marketing.

A pesar de que muchos de sus productos se fabrican en Estados Unidos, Matouk afirmó que no espera ningún beneficio de los aranceles, ya que el aumento de costos le obliga a subir los precios, lo que probablemente afectará las ventas.

"Como los materiales están sujetos a aranceles como todo lo demás, los beneficios no se materializan", afirmó.

Matouk calificó los actuales problemas que enfrenta su empresa como "una situación muy desalentadora", ya que son consecuencia directa de una política gubernamental deliberada.

"Hemos hecho todo lo que debíamos para invertir en la industria estadounidense, cuando nadie más estaba dispuesto a hacerlo, y nos resulta muy frustrante que ahora nos estén penalizando", concluyó.

Kim y Mike sonríen mientras están de pie sobre el suelo de madera oscura de su fábrica, con una bandera estadounidense colgada detrás de ellos.
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Kim y Mike van der Sleesen, propietarios de Vanson Leathers.

Los estudios sobre el impacto de los aranceles más limitados que Trump impuso durante su primer mandato a los fabricantes estadounidenses concluyeron que los pocos empleos generados en industrias protegidas, como la del acero, trajeron como contraparte grandes pérdidas en otras empresas que dependían de esas importaciones.

Sin embargo, Mike van der Sleesen, propietario de Vanson Leathers, una empresa de chaquetas de cuero para motociclistas, afirmó que los cambios de este año han sido tan perturbadores que es prematuro hacer predicciones.

Van der Sleesen, quien votó por Trump el año pasado, no está de acuerdo con los aranceles impuestos por el presidente, ya que estos han incrementado sus costos en un 15% este año.

Jared Botelho, empleado de Vanson Leathers, se encarga de la fabricación de los botones a presión para las chaquetas de motociclismo de la empresa.
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Unos 50 trabajadores laboran en Vanson Leathers.

"Ha sido un camino comercial muy desigual e injusto para una empresa como Vanson", afirmó Van der Sleesen, cuya empresa se fundó en 1974 y contaba con más de 160 empleados hasta el año 2000, antes de que la entrada de China en el comercio internacional redujera la plantilla a unos 50 empleados.

"En mi opinión, no deberíamos cobrarles ni ellos deberían cobrarnos, pero eso nunca va a ocurrir", añadió.

Por el momento, la demanda de sus chaquetas, que pueden costar miles de dólares, se mantiene. Según comentó, sus proveedores en Estados Unidos están reportando un aumento de actividad.

"¡No hemos oído hablar de horas extras en el sector textil en los últimos 20 años!", dijo. "Es difícil tener la certeza de poder predecir cómo resultará todo, porque los cambios han sido muy drásticos".

Tom Teixeira, con una camiseta gris y pantalones cortos, camina junto al río en Fall River, con el puente Braga de fondo.
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Tom Teixeira, ex trabajador del transporte público, cree que llevará tiempo que las cosas mejoren.

En las calles de Fall River, muchos seguidores de Trump afirmaron estar dispuestos a darle tiempo al presidente para poner en práctica su estrategia.

"Deberíamos ser capaces de fabricar productos", dijo Tom Teixeira. Este trabajador jubilado del transporte público, de 72 años, votó por Trump en 2016, 2020 y 2024, convencido en parte por su discurso sobre la economía.

"Sé cómo era antes y sé que puede mejorar, pero no va a mejorar de la noche a la mañana", afirmó Teixeira, quien no tiene relación con la empresa productora del mismo nombre, añadiendo que aún no había notado ningún aumento significativo de precios este año.

"Dentro de un año, si las cosas no bajan de precio, ya veremos", apuntó.

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