Thomas Reinertsen Berg, con camisa azul, mira a la cámara.
Cortesía de Thomas Reinertsen Berg

De los misteriosos símbolos trazados en roca durante la Edad de Piedra a Google Maps, los seres humanos hemos sentido la necesidad de dejar constancia de nuestro lugar en el mundo.

Los mapas no solo nos aportan información geográfica sobre dónde se encuentran costas, montes, ciudades o carreteras, sino que nos ofrecen una visión del mundo; son una fotografía de un momento en la historia y de las personas que lo vivieron.

Lo que muestran -y también lo que dejan fuera- nos proporciona valiosa información sobre los valores de una época concreta y sobre lo que esas sociedades consideraron importante.

Pero sentarse a pasar las páginas de un atlas también permite soñar y dejarse transportar con la imaginación a lugares exóticos con nombres tan evocadores como Timbuctú, Titicaca, Samarcanda o el Gilf Kebir, seguir las rutas del Orient Express o buscar los límites del antiguo Imperio Romano.

Como a tantos otros apasionados por los mapas, al escritor noruego Thomas Reinertsen Berg le regalaron un atlas cuando tenía 10 años, que plantó en él la semilla de la curiosidad por el mundo que lo rodeaba.

Su libro Theatre of the World. The maps that made history ("Teatro del Mundo. Los mapas que hicieron historia") recorre de la mano de famosos exploradores, geógrafos visionarios y burócratas anónimos la fascinante historia de la cartografía.

Un relato lleno de personajes como Claudio Ptolomeo, que trabajó en la biblioteca de Alejandría y creó la primera Geografía, o Abraham Ortelius, autor del primer atlas, que se alimentaba de los mapas que traían los propios lectores.

Y de anécdotas como la de cuando Jean Picard presentó en 1682 un nuevo mapa de Francia, revisado y corregido, en el que el país había perdido un 20% de su territorio, para la estupefacción de la corte de Luis XIV.

"La Academia de las Ciencias francesa ha arrebatado a Francia más territorio que todos sus enemigos juntos", parece ser que aseguró el Rey Sol al verlo.

BBC Mundo habló con Thomas Reinertsen Berg en el marco del Hay Festival Arequipa, que se celebra entre el 6 y el 9 de noviembre.

Línea gris.
BBC

"Todas las cosas están relacionadas entre sí, pero las cosas más próximas en el espacio tienen una relación mayor que las distantes", formuló el cartógrafo Waldo Tobler. ¿Por qué crees que, cuando miramos un mapa, lo primero que hacemos es buscarnos, rastrear cuál es nuestro lugar en el mundo?

Imagino que es porque nos gusta ver si somos lo suficientemente importantes como para que nos mencionen, especialmente si vienes de una ciudad más pequeña, no de una capital.

Y es, en realidad, una vieja costumbre. Ya Abraham Ortelius (creador del primer atlas) escribió en 1572 que la mayoría de la gente busca su propio lugar cuando abre un mapa. Supongo que confirma que formamos parte del mundo.

Y luego, cuando encuentras dónde estás, puedes ver cuán lejos está de otros lugares. Probablemente ya conoces los lugares más cercanos, pero luego empiezas a explorar y a ver qué tan lejos está Berlín, Estocolmo, este o aquel sitio.

Y puedes sentarte y con el dedo seguir las carreteras, las vías del tren. Y, simplemente, dejar volar tus pensamientos y soñar despierto, tal vez incluso hasta Perú (donde participa en el Hay Festival de Arequipa).

Mapamundi de 1644 que muestra trajes regionales, animales, barcos y plantas en los márgenes.
Fine Art Images/Heritage Images via Getty Images
Muchos mapas históricos, como este de 1644, mostraban animales, plantas o los trajes tradicionales de las regiones del mundo.

Me recuerda a la gente que se queja cuando su pueblo no aparece en los mapas meteorológicos de la televisión, como si no fueran lo suficientemente importantes como para que los representaran.

Claro, aunque las actitudes han cambiado con los años.

Por poner una comparación: está, por ejemplo, el mapa azteca de Tenochtitlán, en el que solo aparecen las familias más importantes de la ciudad y luego un mapa de Noruega de 1963, la época dorada de la socialdemocracia, donde metieron muchísimos nombres porque su lema era "todos están incluidos" o algo así.

Esto demuestra que las diferentes maneras de representar mapas se ven influidas por los valores de la época en la que se crearon.

Los mapas, cuentas en el libro, son representaciones de una visión del mundo. ¿Crees que los mapas pueden ser objetivos? Es decir, ¿pueden reflejar la verdad?

Sí y no. Lo más difícil, por supuesto, es que la Tierra es redonda y el mapa es plano, así que hay que tomar decisiones difíciles sobre cómo representar lo que se está cartografiando.

Pero también hay que tomar decisiones sobre qué incluir. Si odias a tus vecinos, quizás no los incluyas. Los conflictos políticos siempre se pueden interpretar en los mapas.

Una vez visité Siria y vi un mapa en una librería en el que Israel no aparecía. Toda la zona era Palestina. Me arrepiento de no haberlo comprado, porque decía mucho sobre Siria en aquel momento.

Y claro, por otro lado, están los israelíes que sueñan con un Israel más grande, el Israel que dicen que Dios les dio, y que muestran en algunos mapas.

En Europa, por ejemplo, ¿se reconoce a Kosovo o no como país independiente? Son decisiones que hay que tomar cuando se crean mapas.

De alguna manera, nuestra visión del mundo se representa en esos mapas…

Sí, y los nombres que aparecen en el mapa también dicen mucho.

Normalmente, al menos en Europa, pensamos que la montaña más alta del mundo es el Everest. Pero claro, la gente que vive alrededor, en Nepal, India y China, tiene nombres diferentes, nombres más antiguos.

Así que eso también refleja una visión del mundo: usamos el nombre de un geógrafo militar británico, [George] Everest, para esa montaña, de una época en la que se nombraban los lugares en honor a británicos ilustres.

O como llamar Medio Oriente a esa región del mundo.

Exacto, eso es. ¿Medio de qué? ¿Para quién?

¿Y qué importancia tienen los mapas para nuestra interpretación del pasado?

Mirar mapas antiguos puede ser casi como leer libros de historia. Es una de las cosas más fascinantes, observar dónde están las fronteras y dónde no, o los nombres de los lugares que han cambiado a lo largo de los siglos.

Y cuando consigues mapas que muestran la población de una zona, cómo se distribuía, por ejemplo, la población en el antiguo Imperio austrohúngaro, puedes ver patrones y compararlos con un mapa moderno de Europa y ver, claro, que ahí están los checos, los eslovacos, los húngaros.

En Hungría, por ejemplo, con el gobierno que tienen actualmente (con el populista de derecha Viktor Orban), los mapas son muy importantes.

Tienen unos mapas que muestran una Hungría más grande, territorio que -según ellos- les pertenece y con el que se apropian de grandes porciones de los países vecinos, que también consideran parte de Hungría.

Así que, incluso hoy en día, este mapa, como otros, se utiliza con fines políticos.

Nicolás Maduro con un mapa de Venezuela en las manos en el que la región del Esequibo forma parte del país.
Mariela Lopez/Anadolu via Getty Images
Los mapas a veces se utilizan con fines políticos, como es el caso de este de Venezuela que muestra Nicolás Maduro con la región del Esequibo como parte del territorio venezolano.

Cuentas en el libro cómo los mapas antiguos representaban diferentes visiones del mundo: los mapas griegos eran más bien científicos y teóricos; los romanos, más prácticos; los mapas medievales eran principalmente teológicos. ¿Qué crees que pensará la gente en el futuro sobre lo que somos al ver nuestros mapas? Pienso, por ejemplo, en Google Maps, lleno, como mencionas en el libro, de pizzerías.

Esa es una buena pregunta. Por supuesto, Google Maps se financia completamente con publicidad y negocios que pagan para aparecer en el mapa. Esto marca una diferencia con los grandes proyectos cartográficos.

Tradicionalmente, los grandes proyectos de cartografía han sido financiados por los Estados, al menos desde el siglo XVII en Francia, cuando se buscaba comprender mejor el territorio.

Claro que siempre ha habido mapas comerciales para mercaderes; un ejemplo es el de los comerciantes que enviaban sus barcos por todo el mundo. Estos pagaban de forma privada por los mapas, aunque no incluían pizzerías.

Hoy los Estados siguen financiando mapas, porque supongo que a Google nunca le interesará cartografiar la infraestructura subterránea, las tuberías de agua, etc., que utilizan el Estado y la comunidad. Para eso se siguen necesitando mapas, así como para regular la compraventa de propiedades, etc. Todavía es necesario que el Estado cuente con una oficina cartográfica.

Has hablado antes del caso de los mapas sirios. Pienso también en los ejemplos de los mapas marroquíes donde el Sáhara Occidental es parte de su territorio, o los que ha mostrado Nicolás Maduro que incluyen el Esequibo dentro del mapa de Venezuela. ¿Qué poder tiene esa representación visual de las fronteras?

Pueden usarse para despertar un sentimiento patriótico, supongo.

Y también como forma de victimización, cuando se usan para decir: "miren lo injusto que es el trato que recibimos en el mundo. Nos han quitado nuestra tierra y lo único que pedimos es recuperar lo que es nuestro".

Es, por ejemplo, la forma en la que Viktor Orbán lo está usando también en Hungría.

También me sorprendió descubrir en el libro que, antiguamente, la elaboración de mapas se parecía un poco a la Wikipedia actual: un proceso colaborativo en el que los cartógrafos pedían a los lectores que les trajeran mapas de los sitios lejanos que visitaban para añadirlos a los atlas. ¿Esto fue siempre así?

Sí, fue así durante muchísimo tiempo.

Ptolomeo, que vivió en Alejandría en el año 150, iba al puerto a hablar con los marineros y les preguntaba: "¿De dónde venís? ¿Cuánto tiempo tardasteis en llegar? ¿Qué viste mientras navegabas?".

Lo mismo sucedió con el monje Fra Mauro, que vivió en Venecia a finales de la Edad Media, quien también consultó a marineros venecianos que habían estado viajando, y con Abraham Ortelius, quien se carteaba con otros cartógrafos, para obtener sus mapas más actualizados.

De alguna forma, sí, es como Wikipedia. Se recopilaba información de aquí y de allá, y todos podían participar en su construcción. Y así, con suerte, se obtenía un mapa mejor, más fácil de usar y más preciso.

Mapa de 1467 con la visión de Ptolomeo.
Fine Art Images/Heritage Images/Getty Images
Los mapas, como este de 1467, se elaboraban muchas veces con la información que aportaban viajeros y mercaderes.

Los mapas también han buscado a veces borrar diferencias e igualar poblaciones para desactivar sentimientos nacionalistas. En el libro mencionas el mapa de Francia de César-François Cassini, del siglo XVII, que mostraba todas las regiones con el mismo color e idioma en un país donde la cuestión sobre qué constituía la nación francesa empezaba a ser una pregunta con una carga política importante, y donde se hablaba francés, pero también italiano, alemán, bretón, catalán…

Sí, es ese anhelo de orden que, creo, tienen muchísimas personas. Francia es un ejemplo, y creo que también se encuentra en otros lugares.

Quizás lo que los mapas actuales nos revelan es que celebramos la diversidad de diversas maneras, mostrando qué pueblos viven dónde y qué lenguas se hablan.

En Noruega, por ejemplo, tenemos a la población sami, pueblo indígena que vive en el norte, pero también en otras partes del país. Sufrieron un pasado difícil, viéndose obligados a asimilarse a la cultura noruega.

Hoy en día existen mapas que indican dónde se habla el sami del norte, del sur, de la costa, etc. Estos mapas también sirven para incluir a las personas y hacerlas sentir parte de la sociedad, en lugar de ser marginadas como quizás se intentó hacer en Francia en el siglo XVII al insistir en usar solo el francés parisino en todos los topónimos.

Ojalá algunos de los mapas actuales muestren que nos hemos vuelto más tolerantes y pluralistas.

Pero, claro, ahora pienso en Donald Trump y todo eso del Golfo de América, que es tan mezquino. Es una manera tan fácil de avivar el populismo y todo el rollo de "hacer a Estados Unidos grande otra vez".

Es tan obvio que lo hace por propaganda y para su propio beneficio político.

Aunque no es el primero en hacer eso, ¿verdad? En el libro mencionas un mapa noruego de 1910, donde todos los nombres estaban en noruego, y a los ingleses y holandeses no les hizo mucha gracia.

Sí. Es una historia antigua. Nadie es inocente.

¿Queda algún lugar del mundo por cartografiar? ¿O ahora que tenemos satélites ya se ha perdido el misterio y la aventura de la exploración?

El fondo del mar. No está muy bien cartografiado. Y es muy difícil. Es más fácil cartografiar la superficie de Venus o de Marte que el fondo del océano.

Así que, si buscas misterio, deberías tomar un submarino y dedicarte a cartografiar el fondo marino.

Una imagen de Google Maps en un teléfono en el que se ve el golfo de México y con el nombre de golfo de América entre paréntesis.
Jakub Porzycki/NurPhoto via Getty Images
El presidente de EE.UU., Donald Trump, ha querido renombrar el golfo de México por populismo, argumenta Thomas Reinertsen Berg.

Las líneas que trazamos en los mapas en el pasado pueden influir en lo que sucede en el mundo hoy en día. Pienso, por ejemplo, en todos los mapas de África dibujados por las potencias coloniales, o el de Medio Oriente que surgió del acuerdo Sykes-Picot. Y de aquellos polvos, estos lodos. ¿Son los mapas peligrosos?

Yo creo que estos problemas seguirán existiendo, y habrá gente que intentará usar la historia antigua para su propio beneficio hoy en día.

Si alguien traza la frontera y de repente eres minoría, entonces puedes estar en verdadero peligro.

No hace tanto tiempo que Sudán se dividió en dos países diferentes. Y estoy seguro de que había gente a ambos lados de esa nueva frontera que tal vez hubiera preferido estar en otro lugar. Y claro, cuando India y Pakistán se convirtieron en dos países distintos, hubo gente que iba y venía, de India a Pakistán, y viceversa. Otro ejemplo son los Balcanes, que también pueden ser un completo caos.

Y, por supuesto, los palestinos han estado huyendo de su país. Pero también se entiende por qué algunos judíos querían escapar de Europa, siendo una minoría constante y acosados por los europeos.

No siempre es una cuestión fácil. Siempre ha habido gente viviendo en algún sitio, y mucha gente ha vivido en los mismos lugares.

La mayor parte del mundo es un mosaico de diferentes lenguas, nacionalidades y religiones, y no existen soluciones rápidas.

Llevamos muchos años usando un mapa del mundo, el de Gerardus Mercator, que distorsiona el tamaño de los países, haciendo África más pequeña, Estados Unidos más grande… Y hay todo un movimiento que pide cambiarlo.

Sí, está la proyección de Peters, que muestra el tamaño relativo de todos los países. Y supongo que, al verla por primera vez, todo el mundo tiene una experiencia de sorpresa que creo que es muy sana.

La proyección de Peters es muy valiosa pero, claro, también es completamente errónea. No es más precisa que la proyección de Mercator, porque sería muy difícil viajar usando la proyección de Peters. Y las formas de los países también están completamente distorsionadas, y se estiran de norte a sur. Pero, para dar una idea de las áreas y los tamaños, es genial y muy necesaria.

Ha habido otros intentos de modificar el mapa de Mercator, como los mapas que usa, por ejemplo, National Geographic, que redondean las esquinas para intentar corregir la distorsión. Ayuda, pero nunca será perfecto.

Y claro, la gente de Australia, Nueva Zelanda y Chile se divierte mucho con los mapas que ponen el sur arriba del mapa. Si lo pones todo al revés, de repente Noruega aparece abajo, es solo una península insignificante en los confines del mundo.

¿Dirías que nuestra visión del mundo está distorsionada por los mapas?

Sí, por supuesto. Europa y Norteamérica están en la cima del mundo cuando, en realidad, no hay arriba ni abajo.

Aristóteles pensaba que el sur estaba arriba, por ejemplo. Y claro, están los mapas medievales, con Jerusalén en el centro, el este arriba y Europa en la esquina inferior izquierda. Eso servía para que uno viera el mundo de una manera particular, con Jerusalén y el Jardín del Edén como las partes más importantes del mundo.

Hoy lo que nos dicen los mapas es que las partes importantes son Europa y Norteamérica.

Línea gris.
BBC

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