Mauricio Hoyos dice que aún recuerda vívidamente la presión que sintió sobre su cráneo cuando estuvo atrapado en las fauces de un tiburón de más de 3 metros de longitud.
El animal se le había lanzado encima a una velocidad sorprendente, dándole apenas el tiempo suficiente para agachar la cabeza y proteger su yugular.
"Cuando cerró su boca, sentí la presión de la mordida y, luego de lo que creo fue un segundo, abrió la boca y me dejó ir", le contó Hoyos a BBC Mundo desde su casa en La Paz, Baja California (México), después de más de un mes de recuperación tras el incidente.
Hoyos es un biólogo marino con más de 30 años de experiencia estudiando tiburones en su hábitat natural y, a diferencia de lo que cualquier otra persona estaría pensando después de haber estado tan cerca de la muerte, ya tiene planes de volver al agua antes de que termine el mes.
"La verdad es que mi evolución ha sido increíble", dice con una gran sonrisa. "De hecho, me dieron el alta y ya tengo viaje para bucear el 14 de noviembre".
Esto se debe a que, para Hoyos, lo que ocurrió ese día en las aguas de la Isla del Coco, en Costa Rica, es el comportamiento normal de un animal que se se sintió amenazado y vio la necesidad de defenderse.
"En este caso, esta mordida fue como la de los perros. ¿Has visto que los perros, cuando otro se le acerca mucho, le marca la mordida? No lo lastima, pero con eso el otro perro se tranquiliza".
"No sé si esta hembra de Tiburón estaba embarazada, puede que tuviera crías adentro. Entonces imagínate, no solo te estás protegiendo a ti sino también a tu progenie".
Esta visión que tiene Hoyos de los tiburones no es consecuencia de su profesión: de hecho, fue la razón por la que decidió estudiar biología marina y comenzó cuando vio por primera vez el clásico de Steven Spielberg "Tiburón".
Miedo no, fascinación
Antes de la era del streaming, el cine era otra cosa: las películas eran experiencias colectivas que las personas compartían en las salas y cuando una película lograba conectar con las audiencias, se convertía en un fenómeno cultural.
Una de esas películas fue Jaws, o "Tiburón", que se estrenó en 1975.
Según reportes de prensa de la época, la película resultó ser tan impactante para los espectadores de la época que la gente gritaba, salía de la sala o se desmayaba en medio de las las proyecciones, algo que ayudó a impulsar su popularidad.
En el caso de Hoyos, quien no vio la película en cines pero creció oyendo historias de cuando su papá la vio en 1975, el filme terminó siendo el catalizador de una pasión que le cambiaría la vida.
"Ese miedo irracional que la película generó en los seres humanos fue bastante negativo pero en mí generó lo opuesto: para mí, ver a ese animal tan perfecto me hizo más bien preguntarme más acerca de la realidad del tiburón blanco".
La obsesión no solo se limitó al animal el protagonista del filme, sino que se extendió a las distintas especies de tiburones que existen en el mar. Hoyos ha estudiado cientos de especies de tiburones a lo largo de su carrera, empezando con tiburones punta negra recién nacidos, los primeros que manipuló cuando tenía 18 años durante su práctica en la universidad.
"Ese recuerdo siempre va a estar en mi memoria, porque jamás la gente se imagina que tienen esta etapa tan vulnerable", recordó Hoyos, mientras nos mostraba con orgullo fotos de ese momento tan especial para él. "Todo el mundo piensa que son asesinos seriales".
"Pero gracias al de esa foto, que fue el primer tiburón que yo agarré, sentí la vulnerabilidad, hasta el miedo, del tiburoncito que no sabía lo que le estábamos haciendo, así fuera por su bien. Y eso me fascinó, y me hizo interesarme más acerca de los tiburones porque me di cuenta que ellos también son vulnerables".
Lo más sorprendente de su carrera es que, a pesar de trabajar con diferentes tipos de tiburones, los incidentes que ha vivido hasta el momento han sido pocos, e incluyen una mordida en la cintura que le propinó otro tiburón galápagos hembra cuando le estaba colocando con una "marca acústica".
"Me acuerdo que yo la estaba suturando y me dijeron 'oye, estás sangrando' y yo les dije 'espérense a que yo suture a la tiburona y, después, alguien me sutura a mí’".
Marcando tiburones
En la actual era tecnológica, los científicos tienen todo tipo de herramientas para estudiar el comportamiento de todo tipo de especies, incluidas las que viven en el mar.
"Estas marcas acústicas las usamos mucho para estudiar movimientos locales", nos explicó Hoyos, mientras nos mostraba lo que parecía ser un cilindro plástico, con un código que lo identifica, y un largo cable del cual se desprende una punta metálica que se incrusta en la piel del animal.
"En el momento que este tiburón, con esta marca, se acerca a unos receptores que tenemos bajo el mar -que son como del tamaño de botellas de vino y están situadas a una profundidad de entre 20 y 30 metros- esta información queda grabada. Con eso yo puedo saber que el tiburón 47785 estuvo en esa zona y a qué otra zona se movió".
Esta información es útil para entender aspectos de las vidas de estos animales que no podríamos conocer de ninguna otra manera, como las zonas de apareamiento y de desove, para poder ayudar a los gobiernos a designar áreas protegidas que les permitan a los animales sobrevivir en un mundo que los amenaza constantemente.
"Los tiburones son como el sistema inmune de los océanos, ellos son los que controlan las poblaciones de sus presas, y se alimentan de los organismos viejos y enfermos, con lo que mantienen la salud de todo el ecosistema."
"Mucha gente piensa que los océanos serían mejores sin tiburones, pero realmente lo dicen porque no saben el papel tan importante que juegan para mantener su delicado equilibrio".
Para poder encontrar tiburones para marcar, Hoyos contó que los científicos se apoyan en su comprensión del mundo natural. Una manera de hacerlo es identificando lo que conocen como "estaciones de limpieza".
"Una estación de limpieza es un conjunto de pececitos, que se llaman barberos, que son amarillos, y que cada vez que un tiburón se acerca, les quitan los parásitos. Son unas zonas muy importantes porque ahí es donde yo me quedo para tratarlos de marcar".
"Cuando se acercan a esa zona, aprovechas que se quedan en una especie de trance, les colocas la marca y te vas".
A finales de septiembre, durante un viaje de investigación a Costa Rica, Hoyos escuchó que una inmenso tiburón galápagos hembra estaba en una de estas estaciones de limpieza en un sector conocido como Roca Sucia.
"Es un pináculo precioso y ese día la vieron los turistas y me dijeron: 'Hay una hembra muy grande que está en la estación de limpieza a 40 metros de profundidad".
Era el dato que Hoyos estaba esperando para descender.
Encuentros cercanos
Trabajar en las profundidades no es fácil, por eso cuando Hoyos se dio cuenta que el tiburón que estaba buscando estaba en la estación a 40 metros de profundidad y no en la de 20, le dijo al capitán del barco que tendrían poco tiempo para actuar.
"Yo le dije: 'Vamos a estar máximo 5 minutos y si no la vemos, nos subimos a la estación de 20 metros y ahí esperamos a los tiburones martillo".
Hoyos entró al agua y comenzó su lento descenso a las profundidades.
Al alcanzar los 40 metros de profundidad, ahí la vio: "Pasa esta hembra gigante, que medía entre tres o tres metros y medio, y se dirige hacia el fondo y yo me posiciono para colocarle la marca en la base de la aleta dorsal".
"Obviamente le entra la barbilla -el objeto metálico unido al cable que cuelga de la sonda- y ella, a diferencia de los demás tiburones que he marcado y que huyen inmediatamente, gira y se me queda viendo. Yo vi como su ojito me miraba, y la veo como se va dando la vuelta, pero muy tranquila".
Este comportamiento no extrañó a Hoyos, quien había notado en sus descensos anteriores que los tiburones galápagos tienden a girarse cuando los marcan.
"Te voy a decir, he marcado tiburones blancos, tiburones tigre, toro, punta plateada y ninguno se te regresa como el galápagos. La mayoría se va en el sentido que iban nadando cuando sienten el punzón"
Hoyos le sostuvo la mirada al tiburón mientras este se alejaba como a unos cuatro metros de distancia y, de repente, de la nada, lo embistió.
"Bajé la cabeza y lo que siento es que la mandíbula inferior se me entierra en la mejilla y la parte superior en la cabeza. Ahí estuve, yo me imagino que un segundo, no más, dentro de su boca y simplemente la volvió a abrir".
"Cuando la cerró yo sentí la presión de la mordida y luego simplemente, me dejó ir".
Un ascenso de terror
Los 29 dientes serrados del tiburón galápagos no solo dejaron a Hoyos con profundas heridas en la cara y la cabeza sino que también cortaron su cable de oxígeno. Había sobrevivido al ataque del tiburón pero aún estaba en peligro mortal.
Además, uno de los dientes había roto su careta y el agua mezclada con sangre le estaba nublando la poca visibilidad que tenía a esa profundidad.
"Cuando me di cuenta que de la manguera no estaba saliendo aire, agarré una que tenemos que llamamos octopus, que es la que usamos para darle aire a otro si alguien lo necesita".
"Pero al momento me di cuenta que el regulador no estaba sirviendo y me estaba lanzando el aire en vez de regularlo por lo que me tocó recordar mi entrenamiento y empezar a regularlo con los labios".
Sangrando, sin ver, y con el aire escapándose, Hoyos calculó que tenía menos de un minuto para ascender.
"Como no veía nada, lo que hice fue buscar la luz que yo sabía era la superficie. Empecé a nadar hacia arriba, muy coordinado, porque quería evitar movimientos erráticos que fueran a atraer al tiburón".
Al llegar a la superficie, un joven lo subió al bote y cuando el capitán vio en el estado en el que estaba, llamó a la oficina de los guardaparques para avisar del incidente.
Hoyos explicó que el dolor de las heridas no sintió hasta mucho rato después.
"Obviamente tenía adrenalina en el cuerpo pero la mordida no me dolió tanto, lo que más me dolió fue el golpe: cuando el tiburón me mordió -un animal de tres metros de largo y a esa velocidad- fue como si me hubiera golpeado un auto. De hecho, quedé con un moretón gigantesco en toda la mandíbula, pensé que me la había roto".
Al llegar a tierra, un equipo de paramédicos estaba listo para atenderlo de urgencia.
Una rápida recuperación
Hoyos tuvo suerte: más allá de haber sobrevivido al ataque, y al posterior ascenso, ninguna de sus heridas se infectó y el proceso de sanación llevó menos tiempo de lo que cualquiera hubiera imaginado.
"Los doctores me dijeron que era impresionante: el ataque ocurrió el 27 (de septiembre), tuve un viaje de 34 horas, me hicieron un lavado quirúrgico y a los dos días ya estaban evaluando si me podían hacer la reconstrucción".
Según le contaron los médicos, un joven que sobrevivió un ataque de tiburón galápago en la misma zona en 2017 tuvo que permanecer durante casi un mes en una cámara hiperbárica debido a que sus heridas no estaban cerrando bien.
"Me dijeron que mi evolución había sido increíble. Después de la cirugía los médicos me confesaron lo preocupados que habían estado por una infección, porque al ser en la cara, era un camino directo al cerebro".
"De hecho, me dieron de alta y el 15 de noviembre ya puedo volver a bucear y yo ya tengo un viaje. El 15 ya voy a estar buceando".
Con una gran cicatriz en la mejilla -la cual dice llevar con orgullo porque para él es "una marca de batalla que parece branquias"-, Hoyos nos dijo que hoy tiene aún más respeto por los animales que estudia, precisamente por haber podido sobrevivir a un ataque de esta magnitud.
"Esto es la prueba que tengo para demostrar que esta hembra me perdonó la vida, no lo puedo poner de otra manera. Y esto me servirá para poder seguir hablando bien de los tiburones y seguir abogando por su conservación en el futuro".
El tiburón galápagos que tuvo a Hoyos en sus fauces sigue su vida natural en las profundidades, y él tiene la esperanza de poder verla otra vez. Y como fue capaz de marcarla antes de que lo atacara, existe esa posibilidad.
"En enero me voy a Isla del Coco, tenemos un viaje del 20 al 27. Y obviamente voy a ir a Roca Sucia, voy a bajar ahí".
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