Del 17 al 30 de noviembre de 1965 se llevó a cabo en Río de Janeiro, Brasil, la Segunda Conferencia Interamericana Extraordinaria de la Organización de Estados Americanos (OEA). Desde la República Dominicana viajó una comisión constitucionalista con la idea de presentar a la comunidad internacional un documento que denunciaba que no se estaba respetando el acto institucional negociado para poner fin a la guerra de abril; también denunciaba violaciones a los derechos humanos y a la soberanía nacional, y pedía la desocupación del país de los Estados Unidos y la Fuerza Interamericana de Paz.

La travesía de la comisión, integrada por quien fue el canciller de Caamaño en el gobierno constitucionalista, el Dr. Jottin Cury; Eduardo Sánchez Cabral (abogado penalista, antitrujillista y embajador ante la OEA durante el Consejo de Estado de 1962); y José Augusto Vega Imbert; fue relatada a ACENTO por este último.

“Salimos hacia Brasil y llegamos el día jueves 19 de noviembre, en que la conferencia de cancilleres de la OEA se inauguraba, pero ese día solo se hizo el acto de apertura, no hubo sesión de debate. Los trabajos de la conferencia se iniciarían el lunes siguiente, o sea que nos dio tiempo de buscar la forma de hacer llegar el documento al pleno de la OEA.

Nos recibieron en el aeropuerto unos siete u ocho periodistas del Cono Sur, principalmente de Uruguay, Argentina, Brasil y Chile; y comenzamos a hacer gestiones para ver como localizábamos al Secretario General de la OEA, José Antonio Mora, pero fue imposible.

La conferencia tuvo lugar en el Hotel Gloria.

Ante esa situación decidimos buscar un sitio de reproducción para hacer llegar copias a cada delegación de los países concurrentes. Con ayuda de los periodistas, sabíamos dónde estaban hospedados casi todos. La mayoría estaba en el Hotel Copacabana, en la playa de Río. Nosotros estábamos hospedados en el hotel Novo Mundo.

Lo reprodujimos con un mimeógrafo e hicimos una carta de presentación para las delegaciones. Pero sucede que en esos días, con la ayuda de los periodistas, quisimos escoger las cuatro o cinco delegaciones principales que había, en el sentido de tener fuerza e influencia en la conferencia. Tampoco pudimos hacer eso. El único diplomático que recibió el documento fue el canciller de México en ese momento, Antonio Carrillo Flores, quien leyó el documento con interés, pero nos dijo que México no podía introducir el tema, que debía ser a través de la Secretaría”.

Carrillo Flores ya conocía el caso dominicano, pues más allá del escenario relatado por Vega Imbert a ACENTO, un artículo del embajador Reynaldo R. Espinal en este medio resalta que en mayo de 1965 (6 meses antes de la conferencia de la OEA), el presidente venezolano Raúl Leoni solicitó a través de su representación diplomática la realización de la Décima Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, en la que se abordaría la situación dominicana; una petición que fue secundada por México. Espinal cita que el presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz expresó lo siguiente en un telegrama fechado el 3 de mayo de 1965:

"… El pueblo y el gobierno de México están unidos en la convicción de que corresponde exclusivamente a los dominicanos resolver sus problemas internos sin influencia directa o indirecta del exterior. Con serenidad, pero con firmeza, ajustaremos a esa convicción nuestra conducta y muy particularmente la de nuestro delegado a la Reunión de Consulta que empieza mañana".

En esa línea, el canciller mexicano mandó al embajador de México ante la OEA, Rafael de la Colina Riquelme, a someter al pleno un proyecto de resolución que en su acápite 2 encarecía al gobierno de los Estados Unidos a "retirar las fuerzas armadas que ha enviado a la República Dominicana". Todo eso sucedió en mayo).

Volviendo al relato de noviembre, continúa recordando Vega Imbert:

“Redoblamos nuestros esfuerzos, pero no fue posible. Sin embargo, uno de los periodistas que nos acompañaba, que era brasileño, nos dijo que allá la Cancillería (conocida por el nombre de su recinto, el Palacio Itamaraty) era muy prestigiosa, y que ellos se iban a sentir muy mal si no les llevábamos el documento para que ellos fueran los primeros en conocerlo.

Nos hizo la diligencia de tratar de conseguir al canciller y nos dijo que, como estaban todos muy ocupados en la organización de la conferencia, el canciller nos iba a recibir en su casa.

El domingo a eso de las 6:00 de la tarde llegamos a la casa del canciller y experimentamos la forma diplomática en que los brasileños se mueven. Al no recibirnos en la cancillería, quería decir que no nos estaba recibiendo oficialmente. Nos sentaron en una terraza, pero quien nos recibe es la esposa del canciller y nos dice que su esposo lamentaba mucho tener que dilatarse porque tenía mucho trabajo. Lo vimos como algo muy creíble. Estuvimos como media hora con ella. Transcurrido ese tiempo ella fue al teléfono y vino: “Dice mi esposo que lamentablemente se le han complicado las cosas y que por favor le dejen el documento conmigo, que esta noche lo lee”.

Al día siguiente, cuando comenzaron los trabajos de la asamblea, yo le dije a Cury que buscáramos la forma de que le pusieran la copia del documento sobre las mesas de trabajo de cada país. Los periodistas que nos acompañaban estaban al tanto de los movimientos nuestros y nos pusieron una insignia de periodistas. Por eso llegamos hasta la antesala donde comenzaban a llegar las personas. Esa sala estaba llena de azafatas y había una que era la jefa. Le explicamos que queríamos hacer llegar esos documentos a las delegaciones. La señora dijo que con muchísimo gusto los haría llegar y se llevaron todos los paquetes para las mesas de trabajo.

A todo esto, los periodistas habían preparado una rueda de prensa en nuestro hotel, para que entregáramos el documento a la prensa después de que lo tuvieran las delegaciones.

Entonces en vez de retirarnos inmediatamente, nos quedamos ahí conversando, cuando de repente vemos que la jefa del personal nos está señalando con unos hombres vestidos de negro. “¡Estos son!”, le decía. Eduardo Sánchez Cabral salió corriendo cuando vio eso, porque él no había estado presente cuando se le entregaron a ella los documentos.

El jefe de seguridad nos llevó a un ascensor y llegamos a un sótano. Ahí estuvimos una media hora y el jefe de seguridad regresó a decirnos: “Nosotros sabemos quiénes son y lo que están haciendo aquí en Río. Les quiero decir que tienen plena libertad para hacer todo lo que quieran dentro de la ley, salvo pisar este hotel. No tienen calidad para volver y no se les va a permitir la entrada. Se pueden retirar”. Y nos fuimos.

Al regresar al hotel, ya nuestro compañero Sánchez Cabral había contactado a los periodistas. Procedimos a dar una rueda de prensa y les entregamos copias a los periodistas.

El medio de más relevancia que estuvo con nosotros fue una revista uruguaya muy de izquierda llamada Marcha. Era muy conocida en esa época. El jefe de la sección política se llamaba Marcos Gabay, pero con él andaba un muchacho que años después se convirtió en una figura latinoamericana de suma importancia: Eduardo Galeano. Escribió un libro famoso contra la política imperialista norteamericana que se llamó “Las venas abiertas de América Latina” y fue un gran poeta. 

La delegación dominicana, que fue una de las primeras que nosotros contactamos a nuestra llegada a Río de Janeiro, estaba originalmente presidida por el embajador dominicano de García Godoy en Washington, el doctor Milton Messina, un abogado y político muy conocido y muy amigo nuestro; pero luego, al comenzar los trabajos de la asamblea, llegó el canciller dominicano, un viejo y reconocido diplomático que se llamaba José Ramón Rodríguez (conocido como Moncito).

Cuando nosotros llegamos a Río, visitamos a la delegación dominicana en el hotel Copacabana. Messina nos dijo que el canciller no había querido ir y que lo había enviado a él. Nos dijo claramente que su situación allá era muy embarazosa. Nosotros le contamos algunas de las peripecias que habíamos tenido y nos dijo que con la delegación dominicana no podíamos contar.

A las pocas horas, Messina nos llamó para decirnos que el canciller recibió instrucciones del presidente García Godoy de comparecer en la asamblea. Con él hablamos también y nos dijo que lo único que podían decir era que estaban haciendo todo el esfuerzo posible porque se cumpliera lo pactado en El Acto de Santo Domingo.

La intervención de ellos en la conferencia, según nos dijeron, duró tan solo unos cinco minutos y les dieron una gran ovación.

Pasamos unos días más en Río y el plan mío y de Jottin Cury era ir unos días a Buenos Aires, de ahí volar a Caracas unos días también, y ya en Caracas la cosa era diferente porque estaba llena de exiliados dominicanos. Había un exilio viejo y activo.

En Buenos Aires nos recibió un periodista llamado Edgardo Da Mommio, muy interesante tipo, de unos 50 años, y le tomamos mucho afecto. Unas semanas después, cuando se enteró de la batalla del hotel Matum, sobre la que hablaremos más adelante, voló a la República Dominicana para entrevistarnos, vino a Santiago, durmió en mi casa una noche. Dos o tres años después nos enteramos por la prensa de que había muerto a causa de un infarto.

Durante nuestra estadía en Buenos Aires, el señor Da Mommio nos llevó a programas de televisión, de radio, nos paseó por la ciudad, incluyendo un par de espectáculos de tango.

En las visitas que hicimos a periódicos y a la televisión, entre otros medios de comunicación, a nosotros nos decían “los caamañistas”. A mí me llamó mucho la atención, y me impresionó favorablemente, que en Buenos Aires las calles estaban llenas de grafitis y de letreros de “Viva Caamaño”. Imagino que los partidos de izquierda fueron los autores de esos letreros.

Otro de los personajes que conocimos en Buenos Aires fue Gregorio Selser, un escritor rabiosamente antiimperialista que había escrito varios libros sobre ese tema, entre ellos uno sobre la forma en que la CIA derrocó el gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala en el año 1954. Nosotros le dimos material, le dimos copias de la declaración que llevamos a Río y otros documentos.

Antes de regresar a Santo Domingo, pasamos unos días en Caracas y allí conocí a Milagros Ortiz Bosch y a su esposo Joaquín Basanta. Ella se había ido al exilio cuando tumbaron a su tío Juan Bosch.

De Caracas regresamos al país. Ya estábamos en pleno comienzo de diciembre y el mismo día que llegamos a Santo Domingo hubo una reunión en una casa de familia en la que estuvo presente Juan Bosch. Allí, por primera vez escuché que se estaba preparando en Santiago la visita de Caamaño, que sería el domingo 19 de diciembre de 1965 porque ese día cumplía 7 meses el asalto al Palacio donde murió el coronel Fernández Domínguez. Ese fue el propósito del viaje de Caamaño a Santiago”.