A doce días del colapso del techo en el centro nocturno Jet Set, el lugar donde ocurrió la tragedia se ha transformado en un altar colectivo. Allí convergen el silencio, el llanto y la indignación de un pueblo que aún no se recupera del golpe.



Flores frescas y secas, velones encendidos, restos de los ya derretidos, carteles con frases desgarradoras y un mural improvisado dan testimonio del dolor que ha provocado esta catástrofe en la que han muert0 232 personas. El espacio, cargado de simbolismo, se ha convertido en una especie de santuario urbano donde el recuerdo no muere y la esperanza de justicia persiste.
Los rostros tristes y afligidos de los visitantes hablan más que las palabras. Son familiares, amigos y ciudadanos comunes que se detienen frente al lugar con lágrimas contenidas o sueltas, acompañadas de suspiros largos y miradas perdidas. Algunos, arrodillados, oran. Otros simplemente se quedan en silencio.
"¡Nunca dejes a tu madre sola!", se escuchó decir a unos de los presentes. “Vamos a pedir a Dios que por esas personas inocentes se haga justicia”, clama una mujer con la voz quebrada. Y como un eco de la indignación, un hombre expresa: “Se tiene que hacer justicia, no me puedo quedar callado porque si lo hago las piedras van a hablar”.
La escena duele, pero también une. Este altar no solo honra a las víctimas, sino que representa un grito colectivo de justicia, una demanda que retumba entre lágrimas y cera derretida. Mientras las investigaciones avanzan y se buscan responsables, el pueblo continúa velando, en cuerpo o en espíritu, frente al Jet Set, donde la noche del 8 de abril quedó marcada para siempre en la memoria nacional.
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