Cada dictadura ha establecido los métodos de represión, generalmente sanguinaria, con los que ha mantenido en silencio a quienes dan mínimos indicios de ser opositores. Al igual que los métodos, las dictaduras han diseñado los espacios en que sus prácticas opresivas se aplican.
Las aspiraciones del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo llegaron lejos en materia de tortura. Considerada la peor tiranía de América Latina, por los centros y cárceles de la época pasaron cientos de personas, muchas de las cuales quedaron retratadas en la historia.
A continuación, fragmentos de la serie de artículos "Los centros de torturas de la dictadura de Trujillo" que ha publicado el historiador y profesor universitario Alejandro Paulino Ramos en ACENTO.
La Fortaleza Ozama
La dictadura de Trujillo se inició en 1930, seis años después de la desocupación americana del territorio dominicano. Los Estados Unidos desembarcaron en la República Dominicana en 1916 e instauraron un gobierno militar que impuso un conjunto de cambios económicos, culturales, políticos y administrativos.
Entre las reformas administrativas estuvo el cambio en el sistema carcelario dominicano por lo que, al Trujillo ascender a la primera magistratura el 16 de agosto de 1930, encontró en funcionamiento la cárcel que desde mucho antes existía en la Fortaleza Ozama en la ciudad capital, además de la nueva penitenciaría nacional inaugurada por los norteamericanos aproximadamente en 1922 en la comunidad de Nigua, próximo a la ciudad de San Cristóbal. Ambos recintos penitenciarios estaban articulados como parte de la política represiva al momento de ser establecida la dictadura y se mantuvieron en esa condición hasta los años cuarenta del siglo XX.
La cárcel de Nigua
Nigua. Para muchos, el nombre de una comunidad perteneciente a San Cristóbal. Para otros, el de un río que desemboca en el mar Caribe; pero también una “pulga que penetra en la piel” que produce en ella una desesperante picazón, y para los presos políticos durante la dictadura de Trujillo, una cárcel, un centro de torturas del que casi nunca se salía vivo.
Especialmente durante la dictadura, los opositores sentían un terrible miedo de ser llevados al presidio que funcionaba en la localidad de Nigua, pues para entonces se decía una frase cargada de vulgaridad, pero que no estaba lejos de lo que se vivía en las celdas que formaban la penitenciaría, de “que era mejor tener niguas en el culo y no un pie en la cárcel de Nigua”. Esto en referencia a las penurias y las torturas por las que pasaban los presos retenidos en esa prisión.
Penitenciaría Nacional de La Victoria
Durante el período de los “doce años de Balaguer” (1966-1978), en el ambiente de los militantes de izquierda se acuñó la frase que identificaba a la penitenciaría de La Victoria como un “cementerio de hombres vivos”. Pero una década antes, cuando todavía existía la dictadura de Trujillo, la situación en la que vivían los reclusos no era tan calamitosa aunque sí considerada de peligrosidad, pues de sus celdas fueron muchos los prisioneros sacados para ser asesinados fuera de sus muros.
La penitenciaría de La Victoria fue inaugurada el 16 de agosto de 1952 en medio del interés oficial de mostrar, especialmente ante los organismos internacionales, un cambio en la política relativa a los derechos humanos en el régimen de Trujillo.
La cárcel de “La 40”
La cárcel secreta conocida como “La 40”, fue instalada por la dictadura con el fin de interrogar aplicando crueles torturas y asesinar a los opositores. Sus actividades estaban íntimamente ligadas a la existencia del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), organismo de inteligencia organizado en principios bajo las orientaciones del general Arturo Espaillat, un personaje tenebroso al que llamaban “Nabajita” y quien tuvo destacada participación en 1956, como jefe de lo que fue el Servicio de Inteligencia en el Exterior, en el secuestro y asesinato del español Jesús de Galindez.
Revelaciones sobre la Silla Eléctrica
Desde noviembre de 1961, por lo menos de manera pública, en República Dominicana se viene hablando de la “Silla Eléctrica”, tenebroso artefacto construido para torturar, obtener confesiones y producir la muerte de opositores al régimen de Trujillo a través de la aplicación de descargas eléctricas.
La “Silla” estaba instalada en la cárcel clandestina de La 40, en lo que hoy es la famosa barriada de Cristo Rey. Esa prisión fue destruida en la primera semana de junio de 1961, a 3 o 4 días después de la muerte del dictador. Junto a la destrucción del presidio clandestino, también se hicieron desaparecer, para esconder las huellas de la barbarie, todos los instrumentos con los que los prisioneros eran sometidos a crueles torturas, y entre los objetos destruidos, “desaparecidos” u ocultados, también fue escondida, se piensa que para siempre, aquel trono de la muerte que se popularizó como “La Silla”, aunque por mucho tiempo se rumoró de su existencia en algún depósito de maquinarias militares, o en un sótano de la antigua Compañía Dominicana de Electricidad.
La cárcel de la isla Beata
De todas las cárceles establecidas clandestinamente para ser destinadas como prisión de opositores durante la dictadura de Rafael L. Trujillo, la que existió en la isla Beata, distante de la costa de Pedernales, es la menos conocida y sin embargo una de las más crueles, pues los detenidos eran implícitamente desaparecidos y muchas veces para siempre.
Con una superficie aproximada de 27 kilómetros cuadrados, la isla Beata está ubicada en el litoral caribeño de la República Dominicana y a unos 51 kilómetros de Pedernales. Su territorio despoblado, se encontraba bajo la administración y vigilancia de la Marina de Guerra. Esa condición determinó que en su cárcel los prisioneros que allí estuvieron desde 1959 hasta 1962, y durante la guerra civil de 1965, sufrieron las penurias propias de un campo de concentración, sin que sus familiares ni la sociedad tuvieran la más mínima información de lo que pasaba en aquella extensión territorial a la que eran llevados muchos de los que eran sacados de las celdas de La 40 y de La Victoria, para nunca más regresar al seno de su familia.