“La Cuarenta” solamente es un símbolo de los sitios barbaros, bestiales e inmundos de que se sirvió la tiranía para tratar de arrancarles las confesiones a todos los hombres que, olvidando la suerte que les esperaba, arrostraban el terror para romper las cadenas que oprimían a nuestra sufrida Patria”. Así lo escribió Tomás Báez Díaz, en su obra testimonial “En las garras del terror”, en la que narra los sufrimientos a que fueron sometidos  los ajusticiadores de Trujillo la noche del 30 de mayo de 1961, capturados y encerrados en la penitenciaría de  La Victoria y en las cárceles clandestinas de “La 40” y “El Nueve”.

Antes que los implicados en el tiranicidio fueran llevados a esos presidios, ya por las celdas de esas prisiones habían desfilado cientos de opositores al régimen de Rafael L. Trujillo, entre ellos los sobrevivientes de las expediciones de junio de 1959; decenas de jóvenes pertenecientes al Movimiento Clandestino 14 de Junio y al grupo de dirigentes y miembros del Movimiento Popular Dominicano entre los que estaban  Cayetano Rodríguez del Prado y Baldemiro Castro; decenas de familiares y amigos de los que dieron muerte a Trujillo, y los 27 adolescentes que apresados en Santiago de los Caballeros, fueron llevados a La 40 y asesinados la noche del 29 de enero de 1960, solo por el hecho de haber confeccionado un volante en el que se podía leer en grandes letras: “Perdonando la expresión, Trujillo es un mierda”.

Camino de entrada a la carcel de La 40

El Servicio de Inteligencia Militar y La 40

La cárcel secreta conocida como “La 40”, fue instalada por la dictadura con el fin de interrogar aplicando crueles torturas y asesinar a los opositores. Sus actividades estaban íntimamente ligadas a la existencia del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), organismo de inteligencia organizado en principios bajo las orientaciones del general Arturo Espaillat, un personaje tenebroso  al que llamaban “Nabajita” y quien tuvo destacada participación en 1956, como jefe de lo que fue el Servicio de Inteligencia en el Exterior, en el secuestro y asesinato del español Jesús de Galindez.

En 1957—dice Lauro Capdevila en su libro La dictadura de Trujillo—el “Servicio de Informaciones Militar” estaba dirigido por “Nabajita” y contaba con una red de espías que intimidaba, torturaba y asesinaba.  Pero muy pronto, la jefatura del SIM fue tomada por Johnny Abbes García, quien ya se había destacado al servicio directo de Trujillo, asesinando a opositores en el exterior: “Bajo su dirección, la red de espías y de soplones, los “caliés”, extiende sus ramificaciones tentaculares a todas las esferas de la sociedad y en todo el territorio. El SIM paga a 100,000 personas para informar, provocar e incluso matar. El chofer de taxi, el vendedor de billetes de lotería, el portero, el repartidor de periódicos y también la simple doméstica o el empleado del correo son, a menudo, agentes de la dictadura”. (Véase Lauro Capdevila. La dictadura de Trujillo. República Dominicana 1930-1961. Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 2010, pág. 286).

Pero el espionaje y las torturas contra los opositores venían de lejos. Los métodos para extraer confesiones de los presidiarios y la vigilancia estrecha a los que no simpatizaban con el régimen, se habían convertidos en prácticas cotidianas. El caliesaje había  penetrado en todos los niveles de la sociedad de una manera grosera, sin sonrojo de ninguna especie, de modos que todos los habitantes del pais se encontraban continuamente bajo asedio, inclusive los propios agentes utilizados en el espionaje y los funcionarios civiles y militares sin importar sus estrechos vínculos con la dictadura.

Testimonio de esta situación lo aporta la que fue funcionaria del gobierno, la banileja Carmita Landestoy, cuando en 1946, después de escapar de la dictadura, publicó su obra  “Yo también acuso”, en la que acusó a Trujillo de ser responsable de la corrupción en el Estado y de patrocinar una política criminal contra la población. Al denunciar la situación en la que vivían los dominicanos, Carmita dijo:

“El pueblo está espiado dentro y fuera del hogar. Sobre todo el país, hasta en el último rincón hay personas pagadas para vigilar e informar.  Además, el Partido Dominicano es una “Gestapo”. Hace dos años que Trujillo formó un cuerpo de espías de jovencitos de 14 a 16 años con un sueldo de 60.00 (sesenta dólares) mensuales. ¡Hasta la niñez está pervirtiendo!. Hace poco, más o menos unos dos años, que también pasó una circular a cada empleado del Gobierno en todo el país, diciéndole que cada empleado debía observar lo que hablaban los otros e informar cuando expresaban algo contra el Gobierno, así es que los ha lanzado a espiarse mutuamente”. (Carmita Landestoy. Yo también acuso: Rafael Leonidas Trujillo tirano de la Republica Dominicana. Nueva York, 1946).

Johnny Abbes Garcia jefe del Servicio de Inteligencia Militar.

Espionaje y torturas en los 25 años del Jefe

Fue a partir de 1955 cuando, al cumplirse los primeros veinte y cinco años de la dictadura (así lo explica el señor Rivas, la persona responsable de la construcción de la “silla eléctrica”), que el tirano se concentró en el interés de “modernizar” los métodos de torturas que hasta entonces se aplicaban en los interrogatorios a los opositores: 

“Eso—lo de la silla eléctrica—se origina a raíz del año de la Feria de la Paz del 1953 al 1955; que en esa época se estaba gestionando. Porque salían gente bien maltratada: esa gente que le arrancaban las uñas, esa gente que le aplicaban “el cunigan” por la orejas, por los testículos”. Trujillo estaba preocupado en cubrir las huellas infringidas a los torturados. Para eso se hacía  necesario poner en funcionamiento una policía política con estructura administrativa, dependiente directamente del tirano y de su hijo Ramfis, que se responsabilizara de actuar para preservar la seguridad del régimen.

De esa manera surgieron la Secretaria de Estado de Seguridad, el Departamento de Seguridad, el Servicio de Inteligencia en el Exterior y el Servicio de Inteligencia Militar; además de que cada una de las instituciones de las Fuerzas Armadas tenía su propio organismo de inteligencia. Estas estructuras se movían a su ancha tanto en el Palacio Nacional, como en el Ejército Nacional, la Aviación Militar y la Marina de Guerra; pero a la hora de proceder a los interrogatorios de los considerados enemigos de Trujillo, entonces  los apresados eran llevados a las prisiones secretas que tenía el gobierno para esos fines, en especial a la Cárcel de La 40.

Croquis preparado por sobrevivientes donde se ven las diferentes áreas de la cárcel

La creación del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), la cárcel de La 40 y el ascenso de Johnny Abbes García habían tenido las mismas razones. En 1957, tal y como lo cuenta el propio Abbes García en sus memorias, que título “Trujillo y Yo”, el jefe del SIM da cuenta del por quee Trujillo lo hizo responsable del Servicio de Inteligencia. En ese libro, anotado por el historiador Orlando Inoa, el jefe del SIM explica con detalles sus andanzas por Centro America como miembro importante del Servicio de Inteligencia en el Exterior (SIE), y la manera en que desplazó a al general Arturo Espaillat (Nabajita), del importante cargo para la seguridad del régimen de Trujillo:

“En mayo de 1958—cuenta Johnny Abbes—se presentó un estado de inquietud política interna. Algunos elementos anti-trujillistas, asesorados por un extranjero, trataron de organizar un  movimiento clandestino que pudiera alterar la estabilidad del gobierno. Los servicios policiales del país habían recogido material de propaganda de tipo comunista que estaba siendo distribuido en la capital y en algunas poblaciones del interior de la Republica. También aparecían en las paredes de muchos edificios, letreros pintados con carbón, con consignas rojas y ataques a la Dictadura. Pero los agentes del gobierno no daban con los autores de esas manifestaciones anti-gubernamentales. El grupo que realizaba estas actividades permanecía oculto y seguía molestando con los volantes y los letreros” Por eso Trujillo llamo a Abbes y lo nombro director general de Seguridad “para que se haga cargo de esta situación”.

De Rancho Jacqueline a La cárcel de La 40

El Servicio de Inteligencia Militar—SIM—se encontraban en la parte trasera del Palacio Nacional, en la esquina formada por las avenidas 30 de Marzo y México, lugar hoy ocupado por oficinas gubernamentales. Pero el verdadero centro de operaciones del SIM lo era La 40, instalada como parte de un plan que buscaba hacer más eficiente el aparato de inteligencia de la tiranía.

Para esos fines—cuenta Freddy Bonnelly en su libro Mi paso por La 40—el gobierno adquirió una casona ubicada en una zona de la capital, que todavía permanecía  casi deshabitada, muy próximo a “la cementera” y a la Avenida Máximo Gómez, “cerca del Bar de Queco, considerado el primer motel del país”. Para entonces, se consideraba que el lugar estaba muy lejos del centro de la capital, bordeado en sus alrededores por “suaves colinas cubiertas de matorrales y pastizales languidecientes que apenas alimentaban algunos burros y chivos de los escasos lugareños”. (Véase también a Cayetano Rodríguez del Prado. Notas autobiográficas. Recuerdos de la Legión olvidada. Santo Domingo, Buho, 2008). La villa estaba muy cerrada  “y con rejas por todas partes”. La calle 40 iba de este a oeste y estaba enclavada “en un pequeño llano con declives que terminan en barrancos”.

El portón que permitía la entrada a la cárcel de La 40.

En esa vivienda pintada de rosado, que tenía en la puerta de entrada un letrero en letras cursivas que decía “Rancho Jacquelines”, Trujillo autorizó la instalación de la tenebrosa cárcel clandestina en 1957, bajo el control del SIM. Los pocos transeúntes que se movían en los alrededores, jamás podrían imaginar  que detrás de las altas paredes de concreto que rodeaba la villa, operaba un centro de torturas.

El letrero  de “Rancho Jacqueline” hacía referencia al nombre de la hija del primer propietario  y constructor de la casa, ubicada en la calle 40 de lo que hoy es la barriada de Cristo Rey. Su propietario, el coronel Luis Ney Lluberes Padrón, había  lotificado unos terrenos de su propiedad que eran colindantes y los vendía como solares. Más tarde, el coronel Lluberes negoció la residencia con el general Juan Tomas Díaz, quien le hizo nuevos arreglos y  residió en ella durante varios años; posteriormente este la traspasó al gobierno, que después de construir varios anexos, la destinó para ocupar la cárcel de La 40. (Véase además el escrito de Mario Read Vittini titulado Trujillo de cerca, publicado en el  2007. Read Vittini fue abogado del coronel  Ney Lluberes).

Antes de comenzar a operar como cárcel clandestina, a la residencia se le construyó una verja de concreto para evitar que los transeúntes notaran lo que pasaba al interior de la vivienda, o que los prisioneros en un acto de desesperación, pudieran escapar del recinto carcelario.

La 40 por dentro mirada por sobrevivientes

La prisión de La 40 fue destruida en la semana siguiente a la muerte de Trujillo, como una forma de evitar que la Comisión de los Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos pudiera comprobar su existencia. Tal vez por esa razón no existe o por lo menos no se han encontrado los planos que indicaban la distribución de los diferentes espacios dentro de la cárcel.

El poeta Rene del Risco Bermudez fue torturado en la cárcel de La 40.

Todas las informaciones obtenidas y aquí presentadas, forman parte del conjunto de testimonios de los que sobrevivieron a las torturas infringidas por los miembros del Servicio de Inteligencia. Entre los sobrevivientes que han narrado lo que fue La 40, se encuentran Fredy Bonnelly, Cayetano Rodríguez del Prado y Tomas Báez Díaz. También resultaron de primerísimas importancias los detalles aparecidos en el periódico “Unión Cívica”, del 1 de noviembre de 1961, que insertamos al final de este artículo.

Por otro lado, cabe destacar que el edificio de La 40 y sus anexidades fue destruido antes de que finalizaran “los nueve días de velatorios” del sátrapa. La cárcel fue suprimida y en aquel lugar de la calle 40 solo quedaron los discretos testigos materiales, residuos de cemento y hormigón de lo que fue este centro construido para la muerte y el martirio.

La decisión para suprimir y destruir la prisión fue tomada por el Servicio de Inteligencia Militar en la primera semana de junio de 1961, por  instrucciones del general Ramfis Trujillo y del presidente títere Joaquín Balaguer ante la inminente llegada de la Comisión de los Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA),  con el fin de esconder las huellas de lo que fue el centro de torturas más tenebroso de la dictadura de Trujillo  y hoy, como si se quisiera  llevar al olvido el sufrimiento y las muertes de los que conocieron el temible lugar, propiedad de la iglesia católica, ocupado por el Centro Parroquial San Pablo Apóstol en la barriada de Cristo Rey, en la Avenida de los Mártires esquina Juan Alejandro Ibarra.

Carcel de La 40

Testimonio de Cayetano Rodríguez del Prado

Cayetano Rodríguez del Prado publicó sus memorias con el título “Notas autobiográficas: recuerdo de la Región Olvidada” en la que detalla algunas de las características relacionadas con “Rancho Jacqueline”. Entre otras cosas, explica que la villa estaba muy cerrada con rejas por todas partes y los pabellones en los que se encontraban los prisioneros tenían forma rectangular, construidos de bloques de cemento y “techo de hormigón armado  cuyo frente era dominado por una puerta de gruesos barrotes de hierro, sin ventanas, sino con bloques de cemento colocados horizontalmente, de modo que los huecos servían como respiraderos y al mismo tiempo como entrada de una pequeña cantidad de luz que permitía el escaso desenvolvimiento de los presos que se encontraban allí adentro”.

Muy cerca había otro pabellón—sigue diciendo Rodríguez del Prado—“casi igual que el primero, y ambos con un portón de rejas y encima otro de madera que pretendía impedir la visión y quizás también la entrada o salida de ruidos. Bastante cerca del centro del patio había una pequeña edificación, o caseta, con un solo ambiente y, dominándolo todo, como se tratara de un trono, la fatídica silla eléctrica (…). La “celda oscura y húmeda como de dos metros y medio de ancho por algunos tres metros de longitud, incluyendo un inodoro y un tubo remanente de la ducha que  en algún momento allí existió con puertas de rejas de hierro y otra de madera. (…). Solo silencio, oscuridad y un hedor extraño me acompañaban”. 

Lo que describió Tomas Báez Díaz

Tomas Báez Díaz, en su libro En las garras del terror”, publicado en 1986, cuenta su terrible experiencia en La 40: “para cámara de torturas se destinó una dependencia relativamente pequeña, aislada del conjunto de edificaciones, de forma cuadrada, situada a la derecha y casi al fondo del patio, a cuyo lado oeste tiene lo que en otro tiempo hubiéramos llamado un bello árbol de bambú (….). Sus instalaciones y muebles eran sencillos, a pesar de la eficacia de los instrumentos de tortura; frente a la puerta que le da acceso a su lado sur, se encontraba un escritorio que en el momento de mi llegada estaba ocupado por el sanguinario teniente Clodoveo Ortiz y a su lado había otro pequeño escritorio destinado al tristemente célebre licenciado Eladio Ramírez”. Frente a estos muebles se encontraba la “Silla eléctrica”. (Tomas Báez Díaz. En las garras del terror. Santo Domingo, Editora Taller, 1986, y Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2011).    

La casa pintada de rosado llamada Rancho Jacqueline

El secretario de Ramfis habla de El Coliseo

Un terrible lugar al que hacen referencia todos los sobrevivientes de La 40, es al que los esbirros al servicio de Trujillo y de Johnny Abbes llamaban El Coliseo. Este espacio es señalado por Cesar A. Saillant, quien fue secretario personal de Rafael L. Trujillo hijo (Ramfis), y conoció muy de cerca la cárcel del kilómetro 9 de la carretera Mella y las celdas de La 40. En sus Memorias, al referirse a la forma brutal de cómo  fue asesinado el general Pupo Román, a quien el hijo del tirano consideraba implicado en el atentando que le costó la vida al dictador, Saillant destaca las características de aquel lugar enclavado en el patio de la cárcel:

“Con Román se utilizaron todos los sistemas de  torturas posibles, desde la silla y los bastonazos eléctricos hasta desnudarlo públicamente en "el Coliseo". (…). El Coliseo era, en La 40 el área marcada por los barrotes horizontales bajos de una alta antena de radio. (…). El Coliseo también era usado para hacer entrar en acción a dos perros amaestrados que eran azuzados contra el cautivo-siempre desnudo y esposado-que sufría un ataque intermitente con pausas de 30 segundos a un minuto, lapso en el cual, se reanudaba el asediante interrogatorio para darle paso a una nueva acometida de los canes”.

Detalles  aportados por Fredy Bonnelly

En su libro “Mi paso por La 40: un testimonio”, Fredy Bonnelly Valverde explica parte de la división interior de la cárcel y en especial se refiere a la “Casita de Canada”:

Dentro, seguido de la galería en forma de L—dice Bonnelly–quedaba una sala totalmente vacía, luego un comedor y a la derecha, un cuartito pequeño que servía de oficina, donde también estaban los equipos de transmisión (…).  La Casita de Canada: Así era llamaban a la casa de tortura de más o menos 6 x 8 metros, de madera techada de zinc, piso de cemento pulido, con dos puertas, una al frente y otra al fondo, ambas en el medio y dos ventanas, en el medio de los otros dos lados. Dentro, a mano derecha lo primero que estaba colgado a la pared eran los instrumentos de torturas,  fuetes de verga de toro, algunos con alambre de púas enrollados, cables plásticos de una pulgada de diámetro en  con cable de acero en el centro, picanas (bastón eléctrico), trozos de bambú, tortor (pedazo de soga con dos pedacitos de madera para facilitar el ahorcamiento (…)”.

“Al lado de la esquina de la derecha y centralizados, estaban tres escritorios y  detrás se sentaban los interrogadores con el mecanismo de la electricidad de la silla que estaba al frente. El nombre de la Casita en Canada surgió de la canción que estaba de moda en esos días y se lo puso de forma jocosa René del Risco Bermúdez”. (Fredy Bonnelly. Mi paso por La 40. Santo Domingo, Editora Mediabyte, 2009)

Escombros de la carcel de La 40.

El Templo Sagrado del Crimen

En el periódico “Unión Cívica” número 28, del 1 de noviembre de 1961, publicado por la “Unión Cívica Nacional” 17 días antes de que Ramfis Trujillo se escapara al extranjero dejando el país empapado en la sangre de los héroes del 30 de mayo, se insertó el texto Capítulos para la historia: “La Cuarenta”, en el que se  describe de manera amplia lo que fue la más tenebrosa cárcel de la dictadura de Trujillo y que publicamos a continuación (algunos nombres, por razones obvias, fueron omitidos y/o modificados):

“Capítulos para la historia: “La Cuarenta”

“La Calle No. 40 es casi un trillo,  una vereda. Sin pavimento ni contenes, la arcillosa tierra que la forma, entre márgenes de mala yerba, va levantando montículos de barro endurecido que hacen difícil el tránsito de vehículos por ella. 

“Después de formar la esquina con la Avenida Tiradentes, caminando de Norte a Sur, a la derecha, en la Calle No. 40 se alza un hermoso chalet, de modernas líneas arquitectónicas, pintado de rosado, rodeado por un alto muro—de cerca de cinco metros de alto—se abre en una puerta de rejas de hierro, siempre cerrada, sobre la cual hay un rotulo: “Rancho Jacqueline.  Más adelante aparece otra puerta, más pequeña, para la entrada de automóviles.

“El “Rancho Jacqueline” perteneció una vez al Comandante Luis Ney Lluberes Padrón, muerto trágicamente hace varios años.

“Pero esta que describimos, es la apariencia del chalet. En realidad, en el interior del terreno ocupado por esta cándida edificación, operó un templo sagrado al  crimen por la tiranía de Trujillo: la gigantesca cámara de tortura que se conoció con el nombre de “La Cuarenta”, y a cuyo comando se pusieron los más notorios y despiadados criminales con que ella contaba.

“Johnn Abbes, Coronel del Ejército Nacional, fue designado por sus “méritos”, Jefe de “La Cuarenta”. Maquiavélico, cruel, sanguinario, patológico asesino. La sola mención de su nombre por los pabellones de las solitarias celdas del local, era un frío temblor que  recorría los cuerpos de los prisioneros. El apretaba el botón que hacía funcionar “la silla eléctrica”; el operó muchas veces “el bastoncito”; él golpeaba con sus propias manos; él mató. “La siniestra figura de Abbes era la primera tortura a que se sometía al preso político.

Interrogatorios-torturas-celdas solitarias

“El prisionero llegaba a “La Cuarenta”, generalmente en un automóvil Volkswagen del SIM, y era desnudado inmediatamente. Este detalle desconcertó, y desconcierta todavía, a muchos que no se explican el por qué de esa medida. La razón es bien simple: la vestimenta del hombre—su pantalón, camisa, zapatos—es un refugio en ciertos casos. El hombre mete las manos en el bolsillo del pantalón cuando camina preocupado por las calles; golpea el suelo con el taco del zapato si espera; si tiene miedo, acaricia nerviosamente los botones de su camisa. Desnudo, el hombre ha perdido el arma que puede sustraerlo de su concentración total en cualquier asunto. Y esto era lo que se buscaba en “La Cuarenta”; atención absoluta del preso sobre la tortura, para que esta resultara más efectiva.

Una recreación artística de la silla eléctrica publicada en el periódico Unión Cívica en noviembre de 1961

“Una vez desnudo, dentro del chalet—que es donde están las oficinas de los jefes, a un lado; y dormitorios para agentes del SIM, a otro–, el prisionero era trasladado a la cámara de torturas: una habitación pequeña, forrada por dentro de cartón comprimido, dividida en dos secciones. Una, donde estaba “la silla eléctrica”, un escritorio y mesas con armas de tortura; otra, desconocida, presumiblemente llena también de artefactos para tortura. Solo uno de los ex prisioneros políticos que han informado este reportaje, pudo decir, vagamente, lo que había en esa sección de la cámara de torturas: cuerdas de nylon, como de quince pulgadas de largo, atadas a sus extremos en la mitad de un trocito cónico de madera. Un “ahorcador” como los que se utilizaron en la Segunda Guerra Mundial.

“El prisionero es sentado, esposado, en “la silla eléctrica”. Este aparato lleva ese nombre porque se parece a la famosa silla eléctrica de algunas prisiones norteamericanas. Es de madera, cuero y cobre. Lo que pasa su electricidad al cuerpo de los que en ella son sentados, son los remaches y demás partes de cobre que tiene la silla. Además, su brazo, que es de madera, termina en un puño  de cobre al que se atan las manos del prisionero, con correas de cuero, y se aplica, oprimiendo un botón que se encuentra cerca de la gaveta central del escritorio colocado frente a la silla, una descarga eléctrica de 220 voltios.

“Un golpe eléctrico semejante, estremece el cuerpo de un hombre. El prisionero se retuerce, grita desesperado, y terminan firmando una absurda confesión escrita previamente por sus torturadores. Esta es la aparente finalidad de la tortura: arrancar  una confesión al detenido. Luego, golpes de mano y látigo; siguen en continua sucesión, aun después de confesar el prisionero.

“Pero, tememos quedar cortos en nuestro relato, la palabra del hombre es tan limitada. Haciendo una narración detalladamente veraz contribuiremos—es nuestra esperanza—a encubrir cualquier falta que pueda escapársenos en cuanto a la naturaleza del dolor humano, resultado de la prisión bestial a que es sometido el cuerpo de un individuo, muchas veces de escasa contextura física. Nunca podríamos consignar aquí el ronco alarido de dolor que arranca un golpe de electricidad del ánimo de un hombre.

“En la cámara de tortura estaban, generalmente, el siniestro John Abbes; el Capitán de la Policía Nacional Américo D. Minervino, una serpiente con uniforme militar; el Teniente Clodoveo Ortiz, criminal psicopático, sadista; Willy García, joven Teniente de la Aviación Militar Dominicana, cuya juventud va a la par  en potencial con sus instintos sanguinarios; y  del Villar, Capitán de la Policía Nacional, frio y cínico, uno de los principales torturadores sicológicos de “La Cuarenta”.

“De la cámara de tortura pasaba el prisionero, por primera vez, al pabellón de celdas solitarias. Multitud de veces recorrería el trayecto del pabellón a la cámara y de la cámara al pabellón. Tantas veces como necesario fuera para golpearlo y torturarlo, para infundirle temor, para hacer que acabe por desearse la muerte.

“Los pabellones de celdas solitarias están situados detrás del chalet. Son edificaciones rectangulares que forman una L  irregular en su ubicación. Cada uno tiene cerca de diez y seis celdas, separadas del largo pasillo central por  dos gruesas puertas: una de madera, la otra de barras de hierro, con abertura en su parte media, para el paso de alimentos a los allí confinados.

“Estas celdas solitarias se mantienen siempre húmedas. No tienen en su interior camas ni sillas; solamente el frío suelo para que allí, desfallecido de cansancio y dolor, acosado por la tortura física y mental de que ha sido víctima, se arroje un hombre cuyo delito ha sido conspirar contra la funesta  dictadura de Trujillo, o tan solo por ser desafecto al régimen.

“La celda solitaria tiene 5 pies 6 pulgadas de largo por más o menos lo mismo de ancho. El largo de la celda está obstaculizado por un muro de 7 pies de alto que sirve de división al pequeño sanitario. La altura del techo en la celda es de 9 pies. Un respiradero, de 3 pulgadas de ancho por  6 u ocho de largo, es el único contacto con el exterior que tiene el recluso. Subiéndose encima del muro que divide celda y sanitario, los presos políticos podían mirar el resto de las edificaciones de “La Cuarenta”, sirviéndose para ello del respiradero antes mencionado.

José Mesón, expedicionario de junio de 1959, antes de su muerte fue torturado en La 40

“Bajo las condiciones de las celdas, la salubridad del recinto de tortura se hacía pésima. La tisis y la insania mental hicieron profundos estragos entre los prisioneros.  Muchos de los desaparecidos de “La Cuarenta”, fueron jóvenes que habían contraído enfermedades como tuberculosis, graves infecciones por heridas, y que fueron suprimidos para que no contaminasen al personal que manejaba ese tempo del crimen. Los desaparecidos de “La Cuarenta”, por motivos políticos, son tantos que sería interminable enumerarlos.

“No podríamos señalar la peor de las torturas practicadas en “La Cuarenta”, pero hay algunas que, por sus huellas en la memoria de quienes la padecieron, se hacen más notables. Una de ellas: la de los perros. Estos animales, feroces hasta la rabia, eran azuzados contra los prisioneros quienes se debatían huyendo en círculos estrechos con ellos. La mordida de una de estas bestias es terrible; su ataque, alucinador.

“El Bastoncito” es otra tortura digna de mencionar. Entraba en acción en la cámara de torturas. El cariñoso nombre que lleva se lo dieron, en un rasgo de criminal sarcasmo, los mismos torturadores. Este artefacto es utilizado, que sepamos, con los caballos de carrera que se niegan a entrar en la gatera o salir  de ella. Con uno de sus dolorosos “toques”, la más salvaje bestia reacciona.

“El Bastoncito” se llama, en realidad, “Hot Shot” –tiro caliente–. Tiene 16 o 17 pulgadas de largo. Empieza en un mango de goma, muy parecido al de los manubrios de bicicleta, y terminan en dos puntas de acero giratorias, que son el conductor de electricidad. Entre el mango y las puntas  de acero, hay una parte más  delgada, de material plástico, por donde se ven estrías y una barra de metal a través del material.

“Cuando a la carne de un hombre, por cualquier parte, se aplica este objeto, la descarga eléctrica produce un dolor agudísimo, porque al girar las puntas de acero en que terminan, van desgarrando la carne a la vez que soltando electricidad. Dondequiera que se pone “El Bastoncito”, deja dos pequeños orificios. Los lugares preferidos por los verdugos para aplicarlos eran las costillas, el abdomen y los testículos (sobre este lugar, en particular, se concentraba toda la tortura, fuera con “El Bastoncito” o con látigos; es de imaginar, comparando por pequeños golpes, el dolor que debe sentirse cuando, a más de golpe, se recibe una desgarradura y electricidad  en ese sitio…

“Tortura sicológica en “La Cuarenta”

“A pesar de que era dedicado más tiempo a la tortura física que a la mental, no por eso era esta menos cruel y destructiva. El propio Coronel Abbes, “Johnnie”, como le decían sus compañeros, el Capitán del Villar y Ernesto Scott—pintor, ex profesor de pintura, de supuesta nacionalidad alemana—, eran  quienes manejaban el asunto de la tortura sicológica en “La Cuarenta”.

“Ernesto Scott, delicado, serenamente cruel, luego de haber interrogado capciosamente a los prisioneros con su palabra clara, pronunciada con lentitud, les hacía perder el sentido golpeándolos con un extraño movimiento de las base de la  palma de su mano, que infería generalmente en el mentón de los prisioneros.

“Del Villar torturaba oralmente. Hacía preguntas ingeniosas, acosaba a los presos con trampas de juegos de palabras, para hacerlos caer en equivocaciones y contradicciones.

“John Abbes: violento, impulsivo, de una truculencia rayana en la locura, hacia disparos de pistolas sobre los prisioneros, habiendo descargado previamente aquella, para hacerle confesar. Esto era terrible. Hay que saber lo que es encontrarse desnudo, esposado y en la cámara de torturas de “La Cuarenta”, frente a Abbes y otros criminales, y que le apunten a la cabeza con una pistola automática, que aprieten el gatillo, y que un “clic” angustioso se deje escuchar en el silencio de la espera mortal del prisionero.

“Por las noches, carceleros embozados abrían las puertas de las celdas solitarias, encendían la luz y despertaban a los prisioneros. Estos, creyendo llegado el último momento, tomaban fuerza y se preparaban a morir. Instantes después, con una horripilante carcajada, el carcelero apaga la luz, cerraba las puertas y se marchaba por los pasillos del pabellón.

“Otras veces los prisioneros, en grupos de diez o doce, eran conducidos al muro Oeste de ”La Cuarenta”, y alineados de espaldas a él. Entonces, uno de los verdugos, ametralladora en mano, les decía que iba a matarlos. Se llevaba el arma hasta la cintura, apuntaba, y permanecía así por un momento. Luego la bajaba otra vez, sonriente. “Pónganse a chapear la yerba”—decía con una sonrisa burlona a los presos.

Personal de “La Cuarenta”

“Además de los que hemos especificado, dentro del personal de “La Cuarenta”, hay varios que merecen también atención. Ellos son: el Sargento Mota, de la Aviación Militar Dominicana; el Coronel Candito Torres, de la Policía Nacional; el Dr. (…)  abogado, interrogador y maestro de torturas; el Cabo Carrela, de historial negro entre los expresos políticos por su extrema crueldad; (…), Papito Trujillo, 2do. Teniente del Ejército Nacional; el Cabo Reyes, enorme individuo de más de seis pies cinco pulgadas de estatura, cuyo color de ébano, unido a la brutalidad de su tortura, hizo temible en “La Cuarenta”; el Sargento Lawandier del SIM; Beauchamps, Mayor de la Aviación Militar Dominicana; Cesar Rodríguez Villeta, del SIM—reconocido ya por el pueblo dominicano, a raíz del asesinato del Dr. Estrella Liz, en los sucesos verificados en esta capital, en la cabecera del Puente Duarte—, Cholo Villeta, Sub jefe de “La Cuarenta”, el célebre “Mocho”, asesino despiadado; (…) Moreta, del SIM; Estrada, un sanguinario cubano, teniente del SIM; y otros.

“Todos estos torturaron en “La Cuarenta”. Todos gozaron con el sufrimiento de los prisioneros, aplicándoles inhumanas torturas. Algunos hubo que solamente iban allí a mirar, a detenerse complacidos ante el macabro espectáculo de asesinar hombres.

“Queremos consignar nuestro agradecimiento a la cantidad de ex presos políticos que, de muy buena fe e intención, han colaborado con su testimonio a la realización informativa de este reportaje. A ellos, en cuya carne y espíritu se verificó el más horrendo de los crímenes de la dictadura trujillista, y como un homenaje de gratitud por la gesta que los llevara a “La Cuarenta”, este relato de horror, de sangre y de maldad para que un día pueda ser conocida la verdad, y para que los criminales ocupen sus justos puestos en la historia”.

(Entre las fuentes utilizadas para este artículo se encuentran: “Capítulos para la historia: “La Cuarenta” (Unión Cívica, 1961); Carmita Landestoy. Yo también acuso: Rafael Leonidas Trujillo tirano de la República Dominicana (1946); Cayetano Rodríguez del Prado. Notas autobiográficas: recuerdos de la legión olvidada (2008); Cesar Augusto Saillant Valverde. Mis memorias junto a Ramfis Trujillo, 1957-1961 (1967?); Fredy Bonnelly. Mi paso por La 40 (2009); Guillermo Rivas Díaz. “¡Esa monstruosidad: entrevista!”. (BAGN, 2013); Lauro Capdevila. La dictadura de Trujillo (1998); Johnny Abbes García. Memorias de Johnny Abbes García (2009); Los panfleteros de Santiago y su desafío a Trujillo (2007); Mario Read Vittini. Trujillo de cerca. (2007); Tomas Báez Díaz. En las garras del terror (1986).