El cambio de nombre papal al ser elegido como nuevo pontífice es una tradición con raíces bíblicas, históricas y simbólicas.
El primer Papa en tomar otro nombre fue Juan II, entre los años 533 y 535, para evitar gobernar bajo el nombre pagano de Mercurius, un dios Romano.
Este acto marcó un precedente que se consolidaría siglos después como una práctica asociada al inicio del liderazgo espiritual en la Iglesia Católica.
Inspirada en el gesto de Jesús al renombrar a Simón como Pedro, la elección de un nuevo nombre refleja una transformación de identidad y misión.
Según la BBC, el cambio de nombre es la primera decisión que toma un Papa, cargada de simbolismo y resonancia histórica.
En los siglos IX y X, el cambio de nombre se interpretó como un signo de renovación interior y no solo como una medida de idoneidad, hasta hoy.
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