En Siria, las autoridades anunciaron el lunes 23 de junio que habían detenido a varias personas relacionadas con el atentado terrorista perpetrado la víspera en una iglesia de Damasco. Atribuido al Estado Islámico, el atentado causó 25 muertos y 63 heridos, un balance sin precedentes desde la caída del régimen de Bashar al-Asad. Sin embargo, la noticia no impide que la comunidad cristiana acuse a las autoridades, pero también a sus representantes religiosos, de no haber sabido protegerlos.
Con Manon Chapelain, corresponsal de RFI en Damasco
En Damasco, charcos de sangre seca aún cubren los escalones de la iglesia ortodoxa de San Elías. En el interior, cientos de sirios se reunieron el lunes 23 de junio ante un grupo de representantes religiosos cristianos para conmemorar el drama que tuvo lugar allí mismo el día anterior.
Entre los fieles reunidos, Rita cruzó la ciudad para venir a honrar la memoria de las víctimas. “Nos dijeron: ‘No vayan, los volverán a bombardear’”, explica la joven. “Pero hemos venido. ¡Estamos todos juntos! Hemos visto musulmanes dentro, mujeres con hiyab. ¡Significa mucho para nosotros!”.
Llantos, oraciones y, de repente, gritos de ira: “¡Respeten a su pueblo! ¡Es una vergüenza!”, se oye entre la multitud. Tras el atentado atribuido al Estado Islámico, que causó 25 muertos y 63 heridos el domingo 22 de junio, los miembros de la comunidad cristiana reprochan a las autoridades no haber sabido protegerlos. “La comunidad cristiana no acepta al nuevo Gobierno”, exclama un hombre que desea permanecer en el anonimato. “¡No es el nuestro! Pero nadie dice nada. O se nos considera vestigios del antiguo régimen o se nos mata”.
“¡Nuestras iglesias no cerrarán, les guste o no!”
La situación se deteriora rápidamente. En la multitud, hay empujones, gritos y se evacúa a los sacerdotes. “Han decidido que el funeral se celebre en otra iglesia, solo por una cuestión de capacidad. No lo aceptamos”, protesta Hussam, que trabaja en el convento vecino. “Las oraciones deben celebrarse aquí, son los mártires de esta iglesia”.
La ceremonia acaba convirtiéndose en una manifestación. “¡Nuestras iglesias no cerrarán, les guste o no! ¡Soy cristiana y estoy orgullosa de ello!”, grita una mujer. Cientos de personas inundan ahora las calles y se dirigen al centro de Damasco. En sus rostros, la tristeza ha dado paso a la rabia y gritan consignas. Entre ellas: “Con nuestra alma y nuestra sangre defenderemos a nuestro Cristo”.
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