Los centros de estafa del Sudeste Asiático, especialmente en Birmania, Camboya y Laos, explotan a miles de personas para realizar estafas en internet, generando miles de millones de dólares. Tras el secuestro de un actor chino en Tailandia, la cooperación entre Tailandia, China y Birmania pretende desmantelar estas redes, que utilizan las plataformas sociales para atrapar a sus víctimas, especialmente mediante el fraude con criptomonedas. Xu, uno de los supervivientes que fue atraído con engaños cerca de la frontera birmana y luego llevado por la fuerza a un centro de estafas, cuenta su historia.
Por Clea Broadhurst
Xu comienza su relato contando cómo él y otras tres personas fueron atraídas a la frontera con falsos pretextos para trabajar. Pero una noche, más de una docena de personas con uniformes de camuflaje y cuchillos en la cintura les obligaron a escalar la montaña que les separaba de Birmania. Para entonces, dice, ya era demasiado tarde para marcharse, y fue entonces cuando se dio cuenta de que algo iba mal:
“A lo largo de 48 horas, pasamos por muchos lugares de Birmania, pero no recuerdo qué pueblos eran. En todos los peajes había funcionarios birmanos de servicio. Entendían y hablaban chino. Todos eran cómplices. Mientras les dieras yuanes, te dejaban pasar”.
Ordenador, varios teléfonos, herramientas de traducción…
Una vez en el centro, Xu explica que trabajaba sin parar todos los días desde las 10.30 de la mañana hasta las 2 de la madrugada del día siguiente, y que todo estaba muy controlado.
“Cada persona recibió un ordenador y cuatro teléfonos Apple equipados con tarjetas SIM birmanas con números que empezaban por +95, todos de segunda mano. Creamos cuentas de Gmail, luego Facebook e Instagram. Gestionábamos 20 cuentas cada uno”, recuerda.
Y continúa: “A veces, los clientes querían chatear. Era esencial crear un vínculo emocional. Al principio utilizábamos el inglés, pero si el cliente hablaba otro idioma, como tailandés o malayo, recurríamos a herramientas de traducción para comunicarnos en el idioma del cliente. El objetivo final era guiar al cliente a través del proceso de inversión. No había un guión fijo, sino unas tácticas generales”.
“El enlace llevaba a un sitio web falso de imitación muy realista”
Xu prosigue su relato: “El centro abarcaba siete plantas, en cada una de las cuales se trabajaba en diferentes proyectos de fraude. En total, había 14 equipos y proyectos de fraude. El equipo del que yo formaba parte se centraba en las criptomonedas, en particular USDT”.
“Más tarde, me enteré de que personas de muchos países podían transferir su moneda local en la plataforma de intercambio OKX, reconocida internacionalmente, excepto en China continental, donde no está permitido. Una vez transferido el dinero, podían utilizar dólares estadounidenses para comprar criptomonedas”, apunta.
“Una vez que alguien había comprado criptomoneda, incluso por tan solo 500 dólares, recibía un enlace que parecía ser una plataforma de negociación legítima, como un sitio de bolsa. Sin embargo, el enlace conducía a un sitio web falso de imitación muy realista. La primera vez, el equipo de estafadores manipulaba el back-end para asegurarse de que la víctima ‘ganaba’. Todo estaba controlado por los líderes del equipo de estafadores entre bastidores, y la víctima ganaba inevitablemente al principio para ganarse su confianza”.
Explotación humana hasta el final
Xu cuenta que muchos chinos eran encerrados en estos campos, y que el flujo de llegadas nunca se detenía. Cada día, dice, se seleccionaba a ciertos individuos: “Teníamos que llevar esposas y nos daban dos comidas al día, sólo restos de comida en cajas de papel”.
La violencia era omnipresente: “Golpeaban a los que se resistían, porque muchos de los guardias eran mercenarios armados con fusiles y porras eléctricas. Cualquier resistencia era inútil, y los que lo intentaban pero fracasaban, eran encadenados”.
“Si no eras elegido en 30 días, te llevaban fuera en un vehículo, a Myawaddy o a la frontera tailandesa, para extirparte los órganos. Dos riñones podían venderse por 500.000 yuanes (más de 63.000 euros). Si te consideraban ‘apto’, te explotaban al máximo”, recuerda Xu.
“Si no eras seleccionado, te obligaban a desbloquear tu teléfono escaneando tu cara. Te cargaban el teléfono, lo conectaban al Wi-Fi y utilizaban tu cara para acceder a aplicaciones chinas como WeChat, Alipay y tarjetas bancarias, para transferir todo el dinero posible”.
Los que se resistían eran severamente castigados, relata. “El primer día, los guardias dispararon a 11 personas en el patio. Cuatro murieron en el acto. Siete seguían vivas. Allí encontraron a otra víctima que decía ser veterinario en China continental y le pidieron que sacara las balas de sus cuerpos. El proceso se retransmitió en directo por Telegram”, asegura.
“También nos mostraron videos de otros centros de estafa en los que se veía cómo castigaban a la gente. Utilizaban agua hirviendo para verterla sobre los dedos de los pies de alguien, luego le doblaban los nudillos hacia atrás, y todo se retransmitía en directo a través de cuentas de Telegram y WeChat”, dice.
“Lo utilizaban como forma de intimidación, sobre todo a quienes acababan de ser vendidos. Era una forma de dar ejemplo, tanto a la gente sobre el terreno como a otras personas que participaban en diversas operaciones fraudulentas y que veían la retransmisión en directo. Son cosas así las que hacen que la gente se derrumbe por completo después de pasar un tiempo allí”.
La familia de Xu consiguió negociar su regreso a China, tras pagar todo en varias etapas. Recuperó la libertad por un importe de casi un millón de yuanes, unos 130.000 euros.
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