Dominante en la antigua Alemania del Este, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) está llevando su ofensiva hacia el oeste. Especialmente en Renania del Norte-Westfalia, donde se espera que obtenga el 15% de los votos en las elecciones federales del 23 de febrero.
Por François-Damien Bourgery, enviado especial a Renania del Norte-Westfalia
Una pequeña plataforma, cuatro pancartas, algunas mesas auxiliares y eso es todo. Si no fuera por el equipo de sonido que emite música furiosa, pasaría fácilmente desapercibido. El sábado por la mañana, la hora de las compras, el partido Alternativa para Alemania celebra un mitin en el centro de Moers. Para la ocasión, Knuth Meyer-Soltau se puso su mejor gorra: rojo chillón y un eslogan – “Make Germany great again”- visualmente, una bofetada, como la que había amenazado con dar a un político Verde cuatro días antes. El insolente había calificado de “nazis” a los diputados de AfD durante una mesa redonda a la que ambos habían sido invitados; al candidato por la circunscripción 139 no le había hecho ninguna gracia.
“Esto no puede seguir así”, insiste ahora ante el micrófono. Estamos hablando de inmigración. El partido de extrema derecha ha conseguido situar su tema favorito en el centro de la campaña electoral, ayudado por el creciente número de ataques de extranjeros en los últimos meses. Cada partido tiene sus propias propuestas. La propuesta de la AfD se resume en cuatro sílabas: “remigración”. En gran medida tabú hace apenas un año, la palabra está ahora perfectamente aceptada. “Significa devolver a todas las personas violentas y no integradas”, explica Daniel Zerbin, diputado de Renania del Norte-Westfalia y candidato en Herne. ¿No integrados? “Los que no respetan nuestros principios: igualdad entre mujeres y hombres, la ley por encima de la religión, etc”.
“Es señal de que las cosas van mal, ¿no?”
El evento no atrajo a las multitudes. Al menos no en este lado de la calle. Sólo había un centenar de personas de pie frente al escenario, como congeladas por el frío. Ernst, de 58 años, gorra de BMW hasta las cejas y parka hasta la barbilla, había venido con su familia para decidirse. No está seguro de votar a AfD, pero tampoco lo descarta. En cualquier caso, espera que el futuro Gobierno “vuelva a poner el país en pie” y deje de gravar las pensiones. Está preocupado: “Cuando ves a personas mayores que tienen que recoger botellas retornables en la calle, es señal de que las cosas van mal, ¿no?”, comenta.
Ernst afirma que no tiene nada en contra de los inmigrantes, “siempre que trabajen y paguen sus impuestos”. “Pero los que se creen que están en la tierra de la leche y la miel y viven aquí a nuestra costa… en algún momento, las cosas empiezan a ir mal”. Su hijo Matthias añade en tono aprendido: “Cuando te mudas a un nuevo país, tienes que adaptarte. No cambiar, adaptarse. Y sobre todo pagar tus impuestos o buscar trabajo”. Pero la integración es un proceso colectivo, prosigue el joven. “También es nuestra responsabilidad. También depende de nosotros llevarles de la mano. Así formamos una sociedad”.
En la acera de enfrente, la gente empieza de repente a corear: “¡Nazis, fuera! ¡Nazis, fuera!”. Unas 600 personas se agolpan bajo la atenta mirada de un puñado de policías y pancartas con lemas bien elegidos. Louis, con un aro en la nariz y uñas de colores, aún no tiene edad para votar, pero quería manifestarse “antes de que sea demasiado tarde”. “Si dejamos que sigan, dentro de cinco años estaremos aquí diciéndonos: 'Si hubiéramos hecho algo para impedirlo’”. Nina ha viajado veinte minutos desde Oberhausen por las mismas razones. A ella también le preocupa la deriva de Alemania hacia la extrema derecha. “Tenemos que pararlos ahora”, dice.
Doce años después de su creación, la AfD gana terreno en todas las encuestas. Tras su salto en los resultados en las elecciones de verano boreal en Brandeburgo, Sajonia y Turingia, se ha establecido como segunda fuerza política a nivel nacional, solo por detrás de la conservadora CDU/CSU. Sobre todo, su popularidad se extiende ahora más allá de las regiones golpeadas de la antigua RDA. En las muy prósperas Baviera y Baden-Wurtemberg, ocupa el segundo lugar. Es tercera en Renania-Palatinado y cuarta en Renania del Norte-Westfalia, donde los sondeos la sitúan en el 15%, un salto de ocho puntos respecto a las elecciones de 2021.
“En Renania del Norte-Westfalia, la AfD ha ocupado el vacío dejado por el Partido Socialdemócrata”, afirma Volker Kronenberg, profesor del Instituto de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Bonn. Explica que en los últimos veinte años, el SPD ha abandonado gradualmente a la clase trabajadora y ha dirigido su atención hacia los funcionarios, los intelectuales y los jóvenes urbanitas, concentrándose en cuestiones que antes defendían los Verdes. Esta elección estratégica resultó desastrosa, sobre todo en la región industrial del Ruhr, donde la transición energética y el declive económico, combinados con los retos de la inmigración, han dado lugar a un profundo sentimiento de inseguridad entre la población. “La AfD ha sabido explotar perfectamente estas ansiedades”, señala Volker Kronenberg.
Puede que el partido de Alice Weidel haya hecho declaraciones escandalosas, permitido que uno de sus líderes haga apología del nazismo o elegido un eslogan inspirado en el Tercer Reich, pero nada parece frenar su avance. En Renania del Norte-Westfalia, sin embargo, aún estamos muy lejos de la marea que se observa en el Este. “La región, y el Oeste en general, no es un bastión de la AfD. Las grandes ciudades universitarias como Bonn, Münster o Colonia no son bastiones de la AfD”, insiste Volker Kronenberg. Pero inmediatamente matiza: “Es una historia diferente para las ciudades de la región del Ruhr, como Gelsenkirchen o Duisburgo”.
“De mal en peor”
Duisburgo, con 500 000 habitantes, de los cuales casi una cuarta parte son extranjeros, tiene un aire sombrío. Y no sólo por sus calles sin encanto. La ciudad que fue brevemente la más rica de Alemania en los años 50 tiene ahora un 12% de desempleo, más del doble de la media nacional. La delincuencia es el principal motivo de preocupación. Mientras que la tasa de criminalidad general sólo aumentó un 3% en 2023, los homicidios, las violaciones y los apuñalamientos aumentaron considerablemente. Y son estos incidentes violentos los que están dejando huella en la mente de la gente.
“Empezó hace cinco años y cada vez es peor”, se lamenta Frauke Pilarek. En el comedor de su apartamento del centro de la ciudad, la profesora hojea en su teléfono móvil los artículos de prensa que apoyan sus afirmaciones. Radio Duisburg, 3 de febrero de 2025: un hombre muere apuñalado por un germano-marroquí. Spiegel, 28 de abril de 2023: un sirio de 26 años sospechoso de apuñalar a cinco personas en Duisburgo en el espacio de diez días. Rheinische Post, 31 de octubre de 2023: un joven confiesa haber apuñalado a su madre maltratadora. Frauke aún no puede creerlo. “¡Sucedió justo al final de la calle de mi casa!”.
Cuando un día se sorprendió a sí misma cambiando de acera al ver llegar a “un grupo de sirios”, Frauke se preguntó qué le pasaba. “Es tan contrario a mi educación y a mis valores cristianos”. Observó el mismo cambio en su hijo de 17 años, un chico “maduro y de mente abierta”. «”é que es una buena persona. Sin embargo, a veces, cuando llega a casa, me dice: 'En la calle, yo era el único que hablaba alemán'. Mi hijo tiene temor y creo que es una pena”.
Equilibrar la balanza
Frauke habla de un miedo “irracional”. Un miedo, dice, que la AfD “sabe perfectamente cómo explotar”. Ha reflexionado mucho sobre ello. “La gente que no es consciente de esta manipulación puede caer fácilmente en la trampa de la extrema derecha. A medida que Alemania y la región van de mal en peor, la gente tiende a recurrir a partidos que ofrecen soluciones aparentemente fáciles”.
A 100 km, Wolfgang Truckenbrodt está sentado en un café de Bonn, dice ser “inocente”. “Nos estamos imponiendo por los hechos”, afirma en un francés perfecto, heredado de su padre diplomático. Su padre, dice el septuagenario en tono amistoso, “fue uno de los que, tras la Segunda Guerra Mundial, recorrió Europa para traer trabajadores a Alemania”. Este hombre de aspecto imponente, con su pequeño bigote y la cabeza afeitada, reclama ahora una inmigración “selectiva”.
A sus 72 años, con veinte en las filas de la CDU, encarna ese ala de la AfD que se inclina más por la América de Trump que por la Rusia de Putin, y que ve con desaprobación el radicalismo de sus homólogos del Este. Las victorias en Occidente equilibrarían la balanza de poder dentro del partido, cree. En una circunscripción poblada por estudiantes, Wolfgang Truckenbrodt admite que no tiene ninguna posibilidad. Hace cuatro años, obtuvo el 3% de los votos en las elecciones locales. Esta vez estaría “bastante satisfecho” si obtuviera el 10%.
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