Cien días después del regreso de Trump a la Casa Blanca, Estados Unidos ya no es visto en el campo occidental como un aliado, sino como un adversario, afirma Maud Quessard, directora de investigación en París del IRSEM (Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar). Esta segunda administración Trump ha sido 'una excelente noticia, en cambio, para los enemigos de las democracias, entre otros, Rusia, China e Irán', agrega. Entrevista de Christophe Drevet, periodista de RFI.

RFI. Trump, que favorece el unilateralismo y la mano dura, ya ha provocado cambios considerables en estos 100 primeros días de gobierno. Algunos dicen que la primera víctima ha sido el "soft power" estadounidense. ¿Qué piensa usted?

Recordemos primero que el "soft power", de acuerdo con sus herramientas y formas de acción, busca convencer a otros Estados hacia sus valores por la "vía suave". Uno de sus pilares es la capacidad de seducción o de atracción de un Estado. La contradicción con la era Trump es bastante evidente porque lo que cultiva Trump es el arte de la fuerza, no el de la seducción. Así que, de entrada, hay una contradicción con la manera en que Trump concibe las relaciones internacionales. Es decir, él no tiene una visión estratégica de esas relaciones, solo ve relaciones de poder entre Estados, ahí el soft power no tiene cabida.

Para él, Estados Unidos debe ser una potencia fuerte. Trump cree que lo suave, lo que tiene que ver con el soft power, no es el arte del acuerdo, sino algo propio de los débiles. Si observamos a Trump y a quienes lo rodean —como su vicepresidente JD Vance y los ideólogos que lo respaldan—, todos desprecian la debilidad y la suavidad. Lo que buscan imponer es la fuerza, o al menos la imagen de fuerza. Incluso diría que el famoso "arte de alcanzar acuerdos" de Trump resulta demasiado suave comparado con su estilo real de negociación. Su forma de actuar podría resumirse así: "Llego, lo tomo todo y ustedes se quedan sin nada".

RFI. ¿Qué puede decirnos, tras estos primeros 100 días de Trump en el poder, sobre la capacidad de atracción de Estados Unidos?

Cada año, el instituto Portland publica un ranking de los Estados más influyentes, donde se evalúa el poder de atracción y la fuerza del soft power según instituciones, medios de comunicación, universidades… Hoy estamos viendo una purga dentro del aparato estatal estadounidense, inspirada por el "Project 2025″. Trump quiere vender una nueva versión del modelo americano, un modelo más bien anti-soft power: paz mediante la fuerza, con una deriva autoritaria del Estado, profundamente nacionalista y religiosa.

Al mismo tiempo, si miramos, por ejemplo, al vecino Canadá, los trumpistas canadienses se desplomaron completamente durante los primeros 100 días de Trump en el poder, antes de las elecciones del 28 de abril. Esto es un ejemplo claro de que ese modelo no resulta muy atractivo.

Y, sobre todo, desde una perspectiva geopolítica, ya no hay confianza en el aliado estadounidense. Incluso se empieza a ver a Estados Unidos no como un aliado, sino como un adversario. Así que, en ese sentido, su capacidad de atracción —basada en la fiabilidad de sus instituciones, su solidez— también se mide en el desmantelamiento de alianzas que ha emprendido la administración Trump. La pérdida de atractivo también se nota cuando los inversores dejan de confiar en que el soft power estadounidense garantice instituciones funcionales. Y si uno es inversor, no apuesta por un país con instituciones débiles. Esto no es bueno para hacer negocios.

RFI. ¿Está atacando Trump los principios mismos en los que se fundamenta el "soft power", es decir, la democracia, el multilateralismo, los valores universales, las alianzas tradicionales de Estados Unidos y las normas internacionales?

Yo diría que hay, sobre todo, un debilitamiento del Estado de derecho y de las normas. Estados Unidos tenía la reputación de ser una potencia normativa en el plano internacional y, a nivel interno, todo pasaba por la vía judicial. Pero hoy, la administración Trump está violando su propia Constitución y reniega de las instituciones internacionales y multilaterales. El artículo 5 de la OTAN, que compromete a los países miembros a responder si uno de ellos es atacado, ya no sería más que un trozo de papel que los Estados Unidos de Trump estarían dispuestos a ignorar, cuestionando así la garantía de seguridad que históricamente han ofrecido. Eso no es "soft power", sino "hard power", pura fuerza.

Todo ese rol de potencia normativa y de aliada confiable que desempeñaba Estados Unidos se está desplomando. Cuando Estados Unidos deja de ser fiable y se convierte en un contraejemplo —basta ver su salida de la OMS o la presencia de figuras conspirativas en puestos clave de la salud pública—, la confianza se derrumba. También está en juego su reputación de excelencia, especialmente en investigación científica y médica. Eso también lo están perdiendo.

RFI. ¿Qué consecuencias puede tener el hecho de atacar la libertad de investigación científica en universidades como Harvard, congelando presupuestos?

Uno de los pilares más sólidos del soft power estadounidense —y que China, por ejemplo, nunca logró debilitar— era el atractivo de sus grandes universidades. La administración Trump las está atacando frontalmente, reduciendo su presupuesto y diciéndoles directamente qué programas ya no quiere financiar. Creo que la Universidad de Columbia es la más afectada en este momento. Incluso después de intentar adaptarse a las exigencias del poder, sigue en la mira. Harvard resiste un poco más, gracias a su fuerte financiación privada.

Pero estos recortes presupuestarios tienen consecuencias inmediatas: provocan una fuga de cerebros y ponen en riesgo la continuidad de muchas investigaciones, que ya no necesariamente beneficiarán a Estados Unidos. Parte de esa investigación se hace en colaboración con instituciones internacionales y grandes laboratorios del país. Trump ha dicho que no atacará la investigación contra el cáncer, pero sí va en contra de las investigaciones relacionadas con las vacunas. Eso significa perder capacidad de innovación en nuevas tecnologías y, también, capacidad de respuesta ante emergencias sanitarias como la del Covid-19.

El secretario de Estado, Marco Rubio, también ha aprobado el cierre de la única agencia que combatía la desinformación y las injerencias extranjeras en Estados Unidos. Eso es totalmente contraproducente, justo cuando hay una rivalidad directa con China, además de Rusia. Para Trump, los investigadores que trabajan estos temas estarían participando en una "conspiración contra su administración". Así que universidades como Stanford, con su observatorio sobre Internet, han sido de las primeras en sufrir esta "trumpización" del Estado federal. Lo que está ocurriendo con la investigación es muy grave. Aunque, claro, eso abre al mismo tiempo una puerta para las potencias rivales, si saben aprovecharla.

RFI. El lema de Trump, el célebre MAGA, reza: "Make America Great Again". ¿Se ha acercado Trump a esa promesa cien días después de su llegada al poder?

Yo diría que estamos ante un cisma ideológico en cuanto a valores e ideas. Es un verdadero giro. Lo que proyecta hoy el movimiento MAGA es la imagen de una democracia liberal que ya no atrae, sino que repele. Para las elecciones de mitad de mandato en noviembre de 2026, podríamos ver una total deriva autoritaria. No creo que esté garantizado un regreso fuerte de los demócratas. Incluso podría haber una confiscación del proceso electoral. Ahora bien, tampoco será fácil para el poder, porque los MAGA, pese a su fuerza en varios estados, no tienen la mayoría en el voto popular.

El soft power sigue siendo clave a nivel internacional. Y a corto y mediano plazo, el riesgo es que se agraven los problemas en las grandes organizaciones multilaterales creadas después de 1945, como la ONU, que solían dar cierta estabilidad al orden internacional liberal.

Lo que hay ahora es una pérdida de referencias para los actores del “campo occidental”. Esto es una pésima noticia para el conjunto de las democracias liberales, que ahora, si uno mira el mapa, ya no son mayoría, y que podrían también dejar de serlo dentro de las instituciones internacionales, frente a un bloque creciente de países del Sur global cuyos regímenes no comparten los valores del soft power promovidos por el mundo libre, cuyo gran campeón, hasta Trump I, era Estados Unidos. En cambio, para los adversarios de las democracias —Rusia, China, Irán, Corea del Norte—, es una gran oportunidad.

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