La madrugada del 25 de junio de 1965 San Francisco de Macorís se estremeció con la noticia de que 13 cuerpos de sus jóvenes hijos, unos amarrados y todos torturados, estaban tirados frente a la puerta principal del cementerio municipal de la ciudad. Ellos eran parte del grupo dispuesto a tomar la plaza durante la Revolución de Abril de 1965, decididos a defender la soberanía mancillada y a preservar la libertad.
Imposible olvidar aquella mañana de unos 30 años atrás en el cementerio de mi pueblo.
Yo estaba desmadejada sobre las lapidas de sus tumbas y llorando acongojada sobre las losas rotas comencé a hablarles sostenida por el valor de sus hazañas y de sus entregas.
Acompañada de no más de 20 compañeros y familiares que apenas me escuchaban, yo presentí que la fuerza de mi amor llegaba a raudales a Nelson Duarte y a Frank Sosa.
Y sentí resurgir en mi pecho un haz de luz que acariciaba a Chepe Sánchez, a Jimmy Vargas y a Rodrigo y, buscando alivio a mi pesar, les juraba que nunca les olvidaríamos.
Me esforzaba para que José, Tatán y Abrahamcito sintieran la tibieza de mis lagrimas que no era mas que el amor transformado en ternura y mi voz se elevaba de entre mis sollozos para que Sóstenes Peña Jáquez y Rafael Ballardo Jiménez supieran que no estaban solos, mientras trataba de recuperar las fuerzas para convencer a Pacito, a Baldemiro, a José y a los otros, -¿quienes son los otros?- que les recordábamos llevándoles flores; las busqué pero no las encontré porque no había flores. Vi unas ramitas verdes crecidas entre el granito quebrado y las coloque con veneración en aquel lugar de un tranquilo, triste y desolado rincón de mi pueblo, pretendiendo llegar allí abajo donde no podían tocar mis manos, e impotente, no paraba de llorar.
Hoy, a tantos años transcurridos de estas nostálgicas evocaciones, tengo ganas de compartirlas con mi valiente pueblo francomacorisano y con los amigos y compañeros que los amaron, aquellos a los que el tiempo no ha logrado marchitar los recuerdos; con tantos y con todos los que deseen que el heroísmo, el sacrificio y el ejemplo de nuestros valientes muchachos se preserve entre la talla del granito y del mármol y sus nombres grabados a cincel reluzcan entre la forja del hierro y de las flores.
Entonces, talvez, sus madres, sus compañeros y yo podamos aliviar la pena, mortificante todavía, y todos, unidos por el amor germinado del tiempo y de la historia, les expresemos nuestra gratitud por enaltecernos como pueblo.
Pero todavía allí abajo están sus tumbas y las ruinas; abajo esta el silencio convirtiéndose en grito, clamando porque la bandera nacional ondee elegante y tornadiza con el viento cibaeño sobre un majestuoso monumento en honor a estos invaluables tesoros de la Patria.
(*) A la memoria de la autora, Arlette Fernández, fallecida el 30 de marzo de 2020. Arlette Fernández fue una querida colaboradora de Acento.com.do. Este trabajo, que se publicó originalmente en el portal Clave Digital, ahora se publica de nuevo a petición de su apreciada familia.
Arlette Fernández en Acento.com.do