“Yo he aprendido que la gente olvida lo que dijiste, la gente olvida lo que hiciste. Pero la gente nunca olvidará cómo les hiciste sentir”. Maya Angelou
En un mundo en el que se valoran más la competencia y los logros individuales, Vicky Demos cultivó la colaboración y la sororidad o hermandad entre mujeres de una forma auténtica. Conocí a Vicky en el 2020 cuando me integré al subcomité sobre la CEDAW de la asociación de sociología feminista a la que pertenezco desde entonces. CEDAW es el nombre en inglés de la famosa Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas y el subcomité se dedica a realizar actividades educativas en EEUU (uno de los pocos países que no la ha ratificado) para dar a conocer la Convención, especialmente entre la gente más joven. Vicky era la coordinadora del subcomité y por eso compartí con ella en incontables reuniones en Zoom y en varias conferencias de nuestra asociación y de nuestra disciplina. Y en cada una de esas ocasiones Vicky me impresionaba con su paciencia casi infinita y su espíritu democrático y abierto.
Pero no fue hasta que colaboré con Vicky editando uno de los libros de la serie que ella coordinaba con su amiga y colega Marcia Segal que pude realmente entender lo profunda que era su generosidad. La labor de edición la hicimos de manera conjunta mi amiga Sharina Maíllo-Pozo y yo, pero ni Sharina ni yo teníamos experiencia editando libros académicos. Yo había coeditado los libros del Diálogo Nacional con mi mentor Carlos Dore Cabral en los años ‘90, pero eran publicaciones de políticas públicas. Y tanto Sharina como yo teníamos experiencia editando nuestros propios artículos académicos, pero nada como la aventura que Vicky nos proponía. En un proceso que duró más de dos años, Vicky y Marcia nos llevaron de la mano paso a paso con una paciencia y grandeza extraordinarias. Contestaban cada pregunta casi al instante, nos aconsejaban y nos recordaban ser generosas también con nosotras mismas, cuidando nuestra energía y nuestro tiempo. Como les dijimos varias veces a ambas, Vicky y Marcia nos enseñaron que hasta en el mundo hipercompetitivo de la academia estadounidense es posible ser coherentes con nuestros valores feministas de apoyar a otras personas en base al respeto mutuo y la colaboración.
En un mundo en el que incluso líderes de gobiernos creen que ser un hombre exitoso significa mostrar agresividad y egoísmo, Cuqui Mejía era un faro de hospitalidad y un refugio en medio de la hostilidad de la ciudad y de nuestra política local. Cuqui convertiría la fonda que heredó de su abuela doña Lucía Guerrero viuda Figueroa en el famoso Mesón de Bari que conocemos hoy. Aunque temporalmente funciona en el local de otro lugar icónico de la ciudad, Lucía 203, el edificio azul del Mesón en la Hostos se convirtió en lugar de encuentro de personalidades de la política, la cultura y el arte nacional como Milagros Ortiz Bosch, Margarita Cedeño, los siempre recordados Víctor Víctor y el Gordo Oviedo, Minoú Tavárez Mirabal, Francisco Domínguez Brito, Carlos Dore Cabral, Freddy Ginebra y muchas otras, además de las y los pintores que dejaron su agradecimiento a Cuqui y su familia en las paredes del mismo Mesón.
Tres vidas ejemplares nos recuerdan que la generosidad, la sororidad y el compromiso social son pilares de una existencia verdaderamente significativa.
Con el liderazgo de Cuqui y su adorada esposa Marisol, el Mesón llegó a ser reconocido como una joya de la gastronomía dominicana por referentes como el chef Anthony Bourdain y el actor y dueño de restaurantes Robert de Niro. Tanto en su local original de la Hostos como en el novedoso espacio del Ensanche Naco, sus platos son disfrutados por figuras internacionales de todos los ámbitos e ideologías. Como me contó el mismo Cuqui cuando lo entrevisté para la desaparecida revista Zoneo, solo en la Hostos habían pasado desde Mario Vargas Llosa hasta Felipe González, desde la expareja de Hollywood Angelina Jolie y Brad Pitt hasta la reina de la salsa Celia Cruz y su esposo Pedro Knight.
Cuqui y su familia también nos regalaron mucha alegría con los años de bailes y música en vivo que disfrutamos en Lucía 203. El lugar irradiaba magia cada jueves de son con las decenas y decenas de personas que nos dábamos cita allá y aprovechábamos para ponernos al día y quitarnos el estrés bailando hasta que dolieran los pies. Como siempre, Cuqui, Marisol, su familia y todo su equipo se desvivían en atenciones para todo el mundo. Y cuando había conciertos, Lucía explotaba llena de gente, como con el famoso concierto de la Familia André en el que mi amigo Miguel Piccini y yo bailamos frente al bar, casi en la puerta, porque no cabía ni un alfiler. Igual que en el Mesón, Cuqui nos recibía con una anécdota o nos preguntaba cómo estaba la familia y la salud. Con cada persona recordaba la última historia que compartieron, la comida y bebida que prefería y de lo que le gustaba hablar. Hasta en situaciones de emergencia, como una vez que me caí caminando por la Zona Colonial, Cuqui, preocupado, mandó a buscar y él mismo me puso el algodón con alcohol para curarme la rodilla maltrecha con el cariño del papá y abuelo que era y que me extendía como hija de dos de sus tantos amigos y amigas.
En un mundo donde todavía se ve a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría y con frecuencia ignoramos las voces de las niñas, niños y jóvenes, Zobeyda Cepeda Peña les dedicó su vida y su trabajo. Cuando llegué a su velorio en Santiago el viernes pasado, era solo una de las decenas de personas que fuimos a rendirle homenaje desde el mismo Santiago, desde Santo Domingo y otras partes del país. Cada persona que llegaba agregaba una historia más sobre el buen humor y la integridad de Zobeyda. Cada conversación con su familia, con sus amistades y con tantas y tantos colegas de todos los lugares en los que hizo sus aportes iba de las risas que generaba recordarla a las lágrimas que brotaban por extrañarla. Como dijo el exdiputado José Horacio Rodríguez, de Opción Democrática, el partido al que también perteneció Zobeyda, es terrible perderla en un momento “en el que necesitamos tantas Zobeydas”.
Luego, durante el almuerzo en la cafetería de la funeraria, mi amiga Santa Mateo y yo nos reíamos oyendo a su tío Claudio Peña contándonos sobre lo directa y estudiosa que era Zobeyda desde pequeña. Tan directa que en un juicio, cuando el abogado contrario le faltó el respeto acusándola de estar mintiendo, ella, sin perder la compostura, se dirigió al juez diciendo: “Magistrado, yo no tengo la culpa de que él sea bruto”. Santa y Alejandra Aguilar Decena también me contaron entre risas sobre lo mucho que Zobeyda disfrutaba cada momento de su vida, incluyendo los detalles más pequeños como comer chocolate y el compartir su comida con sus colegas. Y en cada uno de esos detalles, también compartía su tiempo y su generosidad con su familia, sus amigas y sus compañeras de lucha. Por ejemplo, la activista Angie Fermín contaba en las redes cómo Zobeyda le donó sangre y la apoyó con una cirugía que le salvó la vida.
Esa misma generosidad y alegría de vivir era la que Zobeyda quería que disfrutaran todas las personas y especialmente las más jóvenes. Como me dijo también Alejandra, “su sueño era que todas las personas vivieran libres y felices”. Zobeyda estaba convencida, y yo estoy totalmente de acuerdo, de que para cambiar nuestra sociedad lo crucial es trabajar con las personas jóvenes, pero no con la actitud condescendiente de que les vamos a formar, sino fomentando el liderazgo juvenil para que ellas y ellos mismos generen sus propias respuestas. Como me enfatizaron Alejandra y Glennys Checo, en todas las organizaciones en que estuvo Zobeyda priorizó el acompañar a la gente sin buscar protagonismo y construyendo liderazgos nuevos. Aunque hay muchísimos ejemplos de su visión, mi favorito es el de la campaña Resetéate, en el que las y los jóvenes diseñaron sus propias actividades supercreativas para eliminar el machismo y la violencia.
Hasta en el proceso de la larga enfermedad que la llevaría a la muerte, Zobeyda nos enseñó a ser coherentes con nuestros principios feministas de cuidar y de cuidarnos. Por eso, al iniciar el proceso, designó a su amiga y compañera de luchas Manuela Vargas como líder del equipo a cargo de cuidarla. Ese equipo de amigas feministas, junto con su familia, la acompañó a la distancia y en persona, ayudándola a tomar las decisiones sobre su salud y sobre cómo prepararse para el final de su vida. Como católica que era, ese proceso incluyó tanto intercambiar con compañeras creyentes y expertas en salud como muchas conversaciones y confesiones con su sacerdote, como él mismo nos contó en la misa de cuerpo presente. Como dijo la misma Manuela, “un mundo lleno de amor la rodeó” hasta el final. Y como compartió Altagracia Valdez Cordero, otra de las compañeras del equipo sororario que la acompañó, Zobeyda cosechó lo que sembró, siendo un “alma generosa en tiempos de prisa”.
En un mundo en el que están de moda el egoísmo y el autoritarismo, Zobeyda, Vicky y Cuqui nos regalaron el ejemplo de sus vidas muy bien vividas. Gracias por siempre por eso.
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