Con el fallecimiento del laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa se han puesto de manifiesto muchas consideraciones sobre su fecunda obra como uno de los más grandes novelistas latinoamericanos de todos los tiempos. Sin embargo, al autor de “La ciudad y los perros” también debemos recordarlo como una persona con posturas políticas claramente definidas y públicamente conocidas, llegando al punto de incidir en el debate político de varios países hispanoamericanos.
Como otros connotados escritores de su generación, durante el auge de la Guerra fría y con la euforia de la Revolución cubana, Vargas Llosa cerró filas con el marxismo. Sin embargo, la persecución de las primeras disidencias por parte del castrismo y las lecturas de filósofos liberales, como Isaiah Berlin y Karl Popper, influyeron para que lentamente el literato peruano se despojara del extremismo de izquierda, pasando a ser un difusor y defensor de la democracia de corte liberal.
Para Vargas Llosa, “el liberalismo en política es la defensa de la democracia. En economía, la defensa de una economía abierta”. Su creencia en las ideas liberales lo llevaron a incursionar en la batalla política, en la que tuvo como bandera la defensa de aquellos elementos indispensables para que en una sociedad abierta impere el régimen liberal. En efecto, en 1990, representando una alternativa a las medidas estatistas tomadas por el entonces presidente peruano Alan García en medio de la crisis inflacionaria, el futuro Premio Nobel compitió por la Presidencia de su país, siendo sorprendentemente derrotado en una segunda vuelta por un emergente Alberto Fujimori.
La derrota en el terreno electoral no distanció a don Mario del pensamiento político, manteniéndose siempre fijando posturas sobre asuntos públicos de su nación y del mundo. Claros ejemplos de esto los tenemos en las tempranas alertas que dio sobre la inclinación autoritaria del denominado socialismo del siglo XXI, que, con su epicentro en Venezuela, se extendería rápidamente a Nicaragua, Bolivia y Ecuador. También fue un opositor del desafío independentista en Cataluña, impulsado por una parte de la clase política de esa comunidad autónoma de España.
A pesar de su estilo desapasionado al momento de abordar problemáticas internacionales, Vargas Llosa no estuvo exento de emitir juicios divorciados del sentido común, como lo fue su postura respecto a la política migratoria asumida por la República Dominicana ante la amenaza que representa el flujo de indocumentados haitianos para la seguridad nacional y la estabilidad de los servicios públicos.
El último gran exponente del “boom” latinoamericano no solo deja como herencia a la humanidad un extenso material literario, sino también un rico catálogo de artículos y ensayos, con insumos necesarios para argumentar y accionar en favor de los aspectos que condicionan la existencia del orden institucional democrático, fundamentado en el respeto a la libertad individual y al pluralismo ideológico.
En paz descanse, demócrata sin fronteras.
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