Las vacaciones llegan como ese bálsamo necesario para hacer una parada y detenernos a consentirnos y darnos cariño. Hacer todas esas cosas que tanto nos gustan y alegran el alma. Este año por primera vez estoy teniendo unas de las vacaciones más largas de mi vida como migrante, al estar trabajando en el sector educativo. Estoy aprovechando cada día para hacer todo eso que me llena el cuerpo y el espíritu. Dibujar y pintar es una de ellas, así como dormir, salir a caminar la zona colonial, darme una vueltecita por Agora Mall, ver mis series de ciencia ficción, época, comedia y por supuesto algo que no puede faltar dedicarle unos minutos al encuentro con Dios a través de la oración.

En la primera semana de vacaciones del mes de julio mientras me dejaba embrujar y atrapar por Instagram, me salió al encuentro un reels de una serie cubana del año 2003 llamada La Atenea está en San Miguel. En Cuba, no le llamamos serie, sino las aventuras de las 7:30 pm. Por aquel entonces, tenía 10 años, estaba en 6to grado de primaria cuando la vi. En el barrio todos los primos dejábamos de jugar y hacer travesuras para ir a ver cada episodio.  La trama gira en torno a una valiosa ánfora griega, identificada como “la Atenea”, cuya aparición en la hacienda San Miguel desencadena una serie de aventuras y conflictos. Una banda de contrabandistas llega a Cuba para apoderarse de ella, mientras un grupo de jóvenes honestos se involucra para impedir que caiga en manos equivocadas. Finalmente, el tesoro es entregado a un museo como patrimonio cultural cubano. La serie transmite un mensaje de justicia, honestidad y el triunfo de la verdad sobre la codicia. Mis personajes favoritos siempre fueron Lino Mendieta y el “Rata”, dos ladrones que querían robar el ánfora para hacerse de dinero.  Siempre que estaban cerca de lograr su objetivo les pasaba algo chistoso, que le dio a la aventura su toque de comedia. Y hoy 22 años después todavía me reí muchísimo con las ocurrencias de esos personajes. La serie carece de presupuesto, se nota en sus escenarios básicos, no me da pena decirlo. Aún así, reconozco que era un contenido sano que sabía entretener a los más jóvenes de la casa.

Volver a verla en estos días de descanso ha sido como reencontrarme con una parte de mi infancia que creía dormida. La Atenea está en San Miguel no solo fue una “aventura” más; fue parte de una época en la que la imaginación y los valores aún lograban colarse por la pantalla chica sin necesidad de efectos especiales ni grandes presupuestos. Hoy, con años y kilómetros de distancia, la revivo desde otro lugar, pero con la misma emoción con la que una vez corrí descalza por el pasillo del portal de mi casa para no perderme el inicio del episodio. En medio de mis series actuales, más sofisticadas y con mejores recursos, esta pequeña entrega del audiovisual cubano de principios de los 2000 me recuerda que muchas veces lo más valioso no está en la calidad de la imagen, sino en la huella emocional que deja en quienes la vieron. Y quizás por eso, estas vacaciones largas y merecidas me están regalando más que descanso: me están devolviendo pedacitos de memoria y ternura que creí olvidados. Porque sí, a veces hace falta solo una serie vieja en Youtube para volver a ser un niño frente al televisor… y sonreír como entonces.

Ana Margarita Pérez Salceda

Contable

Mi nombre es Ana Margarita Pérez Salceda, licenciada en Contabilidad y Finanzas. Cubana. Soy corresponsal del noticiero nacional de la red meridiana de emisoras Católicas de Santo Domingo, en el segmento de las culturales. Trabajo en la Unión Dominicana de Emisoras Católicas en el área de creación de contenidos.

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