Muchos de nosotros apostamos al desarrollo del arte con gran sentido humano. Especialmente en momentos en que la proliferación de materiales carentes de contenidos profundos y reflexivos. No le aporten belleza a las producciones cinematográficas.
Y es lo que debe provocar una buena película: hacernos profundizar de manera extraordinaria hacia espacios de introspección. Cuando la película Una batalla tras otra, del director Paul Thomas Anderson, lo logró. Al llevar al cine la obra del escritor Thomas Pynchon. Vineland. La pieza, magistralmente orquestada, nos ofrece la desnudez de sus personajes en una danza confusa y excitante a la vez.
Pero con la genialidad de situaciones que se adaptan a la realidad actual. Crisis económica y la creciente desigualdad. Su narrativa es tan provocadora, al ofrecer una paradójica mirada a lo interno de los submundos de las sociedades secretas. Por un lado, aquellas que han existido desde la antigüedad, como el embrión de la élite gubernamental.
Y las que se radicalizan como fenómeno social contra los sistemas. En cuanto a las sociedades secretas, estas han existido en todas las civilizaciones y su poder recaía sobre los sacerdotes, quienes transferían su conocimiento a los monarcas, para normalizar su proceso de madurez y que la transición fuera el resultado casi de un proceso “mágico-religioso”.
La obra muestra la sinergia de grupos sociales, cada uno en busca del establecimiento de normas, y quienes, desde sus espacios de conciencia, cuentan su verdad. Aquella que desvela la realidad de la corrupta línea del poder, en busca del posicionamiento de un sistema de orden jerárquico y de justicia. Con serios cuestionamientos en su proceder y accionar.
El director Thomas Anderson trae a la pantalla gigante una propuesta actual a los acontecimientos que están sucediendo en Estados Unidos y el resto del mundo, donde la gente ha perdido el respeto a las instituciones y ha decidido usar el poder como forma de rebelión. Que casi como un principio adleriano —Alfred Adler—, la producción muestra la capacidad del ser humano de transformar el poder inconsciente del individuo. Y que estos actúan en función de una serie de pensamientos que operan como patrones de vida, desde la sombra. Aquello en lo que creemos se convierte en una razón poderosa, que moviliza nuestro accionar.
La película tiene un efecto transformador que provoca una sed de justicia inmediata ante la desarticulación de las tradicionales estructuras de poder, colocando al espectador a cuestionarse tantos aspectos como sucesos. La misma busca el despertar de aquella conciencia dormida por lo inmediato y lo fugaz.
Es una invitación a profundizar en lo que es perecedero. Y aunque las luchas de clases han existido siempre, la propuesta audiovisual de Thomas Anderson nos invita a replantearnos un nuevo discurso y cuál es nuestra contribución a la situación actual y cómo podemos nosotros ser los sujetos de cambio ante los diversos fenómenos sociales.
Que se deshumanizan con el tiempo y donde una batalla tras otra se convierte en una propuesta incómoda para quienes entienden que el poder es para usarlo. Atrevida y original; para quienes hacen del poder una fuente de transformación con propósito.
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