A paso lento, junto a mi familia, me apresuraba para participar en el Encuentro del Día de los Jubilados de los Servidores (12 de septiembre) de la Universidad Pública. Enfocado en la relevancia del gran acto, reflexionaba sobre cómo bajaría las escaleras mi esposa hacia el Aula Magna, considerando su condición de diabética.

Me extasié ante la profunda e impactante escena que observé al entrar al lobby: la presencia encantadora y noble de una pequeña familia, ataviada con toga y birrete, que se tomaba fotografías para el inminente recuerdo: su memoria.

No todo quedó ahí. Era una flacucha muchacha, rebosante de alegría y de una misteriosa fascinación, que se graduaba en su profesión. Mientras se afanaba en tomarse las fotos del recuerdo, sostenía de las manos a sus dos pequeños hijos, de unos tres y cinco años. No cabía en su rostro otra cosa que una sonrisa amplia, reflejo de una alegría indescriptible.

Interrogué, con la curiosidad de un extraño para ella y su fotógrafo, sobre cuál era su carrera, y me respondió: “De médico.” ¡Qué impacto recibí! No esperaba tanto, pues Medicina es una carrera muy exigente y requiere mucho tiempo, mientras que sus dos niñitos debieron demandarle una atención especial.

¿Dónde está la moraleja de este cuadro o escenario que me produjo, al instante, un impacto y al mismo tiempo una ansia esperanzadora en la sana juventud? En que todavía existen en nuestra sociedad jóvenes con un enorme potencial: hijos de los tres niveles de la clase media y un porcentaje de los hijos humildes de los barrios pobres, que pugnan por salir de la pobreza y encontrar un destino más halagüeño.

La escena antes descrita se convirtió para mí en una nueva y poderosa motivación para seguir luchando y formando juventudes para el futuro comprometedor de la sociedad dominicana. No todo se ha perdido, como proclaman algunos pesimistas avasallados por los medios que, en su afán de ganar primicias, reemplazan la calidad y el mensaje orientador. Repiten hasta la saciedad cuadros y contenidos embrutecedores, mientras son pocos los que enseñan las buenas costumbres y promueven un comportamiento de recta enseñanza.

Ese modelo que exhibió la joven médica con sus dos pequeños hijos indica el camino a seguir por la generación que crece con el fervor de estudiar y trabajar, única forma de progreso y movilidad social de los hombres y mujeres de este país.

Justamente esa ha sido la historia de mucha gente que ha pasado por la UASD, institución que tiene en su haber la noble riqueza de promover a los pobres y humildes de la sociedad dominicana hacia los peldaños sociales más encumbrados. Es un verdadero premio social que entrega la Universidad a sus hijos, y que ninguna otra institución educativa posee.

Haga usted una mirada retrospectiva de los funcionarios y profesionales exitosos, y encontrará que muchos de ellos provienen de la UASD.

EN ESTA NOTA

Nolberto Luis Soto

Profesor

Embajador acreditado en Panamá, 86-87. Embajador acreditado en Ecuador, 2000-2002. Diputado al Parlacen, Director Gral. Biblioteca Nacional. Rector Uteco (Universidad de Cotuí). Vicedecano Facultad de Humanidades,UASD, Prof. Meritísimo UASD. Lic. en Filosofía y Letras, Posgrado en Diplomacia y Relaciones Internacionales, Maestría en Epistemología y Metodología (UNAM), México. Estudios Doctorales en Intervención Social, Universidad Oviedo, España. Escritor.

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