Con Gaza y Beirut en el corazón
Los prejuicios están tan arraigados que muchas veces se vuelven invisibles. La trayectoria de la mujer en el mundo ha estado marcada por el sometimiento y las limitaciones y, aunque algunos se resistan a reconocerlo, esta realidad persiste. Se trata de una violencia cruda, instalada en todas las sociedades, sistemática e insoportable, con consecuencias aún más devastadoras en las regiones subdesarrolladas, donde la incidencia es tan alta que es una de las principales causas de muerte, pero también de embarazos en menores de edad.
En Occidente, enfrentamos una forma más sutil, pero no menos dañina, de victimización: el espejismo del empoderamiento. Este concepto, tan exaltado como vacío en muchos casos, se desploma cuando escuchamos a mujeres hablar de su poder y libertad mientras siguen atrapadas en cadenas invisibles.
El rol social y la responsabilidad del cuidado siguen recayendo, casi exclusivamente, sobre las mujeres. En la atención a hijos, parejas o padres enfermos el sostén emocional, físico y económico continúa siendo una responsabilidad femenina.
Por otra parte, la exigencia de la belleza o la edad también se convierten en formas de dominación. Y muchas mujeres (erróneamente consideradas “empoderadas”) replican patrones masculinizados y profundamente machistas, incluso desde discursos supuestamente feministas. La cosificación del cuerpo femenino se normaliza: someternos a cirugías para alcanzar una supuesta “sexualización perfecta” se ha convertido en un sacrificio constante.
El nuevo “burka” contemporáneo adopta la forma de cuerpos moldeados según el ideal estético vigente. El modelo de las Kardashian se ha convertido en el ideal de feminidad, belleza y éxito económico.
Estamos tan atrapadas en normas invisibles que no reaccionamos y, cuando lo hacemos, muchas veces es desde una lógica masculina: buscando poder, dominación, competencia. La empatía, la colaboración, la sororidad real se diluye en una lucha por atraer atención, validación y aprobación.
Las cifras de feminicidios o los embarazos en niñas producto de violaciones deberían escandalizar a cualquier sociedad. Es imperdonable que estas tragedias no generen propuestas concretas, medidas legislativas urgentes y planes de acción integrales. En República Dominicana, existe este grave problema: la violencia consustancial sobre la parte más frágil de la sociedad, la femenina, y sobre la infancia. Los embarazos en menores debieran ser la vergüenza social más grande y una prioridad en todos los programas de gobierno. Sin embargo, es una realidad permanentemente minimizada y hasta ignorada.
Es fundamental que las políticas de protección de la mujer sean un pilar real del empoderamiento femenino. Necesitamos más educación, más sensibilización y, sobre todo, más compromiso con la erradicación de la violencia de género. La violencia hacia la mujer es real y mortal.
Compartir esta nota