Como los hechos habían ocurrido en el consulado dominicano en Londres, es decir, en territorio dominicano, el gobierno británico no tenía jurisdicción para el caso. Por eso, tan pronto el capitán piloto Octavio de la Maza se recuperó mínimanente de los efectos de los balazos y se puso en condiciones de viajar a Santo Domingo fue requerido por el gobierno dominicano para ser enjuiciado. Tavito regresó al país, y sin demora fue sometido a un tribunal militar.
La familia Bernardino, especialmente Félix W. Bernardino y Minerva, ambos con sólidos vínculos con Trujillo, confiaba que el piloto sería condenado. Pero la corte militar dictaminó que había actuado en defensa propia y lo descargó. Los Bernardino, acostumbrados a ser escuchados y respetados, se llenaron de odio, llegando incluso a insinuar que Ramfis, el hijo querido del dictador, había influido en favor del mocano.
Pero no se iban a quedar tranquilos. A partir de ahora, en Félix W. Bernardino, Octavio tenía a un enemigo peligroso, herido en su orgullo, y con influencia. El Jefe y Félix eran viejos amigos y socios en el crimen. Tanto lo eran que Trujillo le llamaba, incluso públicamente, El Gánster.
A lo anterior se sumó una circunstancia en favor de Félix Bernardino. Ocurrió que en esos días, el todo poderoso Anselmo Paulino cayó en desgracia con la familia Trujillo. Inesperadamente el Jefe le retiró los afectos, lo canceló de sus cargos y lo sometió a la justicia. El vacío creado por Paulino fue llenado por otros, entre ellos, Félix Bernardino, El Gánster, lo que lo colocaba en mejores condiciones para influir.
Simultáneamente con lo anterior, ocurrió un hecho importante que iba a provocar una cadena de muertes, entre ellas la del pilolto Octavio de la Maza y la del propio Trujillo. Se trató del secuestro en territorio norteamericano y su muerte en territorio dominicano del español vasco Jesús de Galíndez.
Galíndez había llegado a República dominicana en 1939 como exiliado español. Por siete años le sirvió a Trujillo en diferentes cargos. En 1946, viendo lo opresivo del régimen, y temiendo por su propia vida, sale del país y decide no regresar. Se establece en Nueva York, donde combina la labor intelectual y académica con la lucha antitrujillista. Es designado profesor en la Universidad de Columbia, pero también se vincula como informante a la nómina del FBI de John Edgar Hoover. En ese tiempo empieza a escribir su tesis doctoral para la Universidad de Columbia titulada La Era de Trujillo, que es un estudio pormenorizado y cronológico de la dictadura. En verdad, no era nada nuevo. Otros autores habían escrito sobre Trujillo y su dictadura, y lo habían denunciado como un siniestro asesino. Pero en esta tesis, como bien dice el investigador Víctor Grimaldí, Galíndez "replantea el problema de Trujillo y Ramfis, tomándole el tema prestado a Almoina, y yendo aún más lejos en sus aseveraciones diciendo que María Martínez estaba casada en 1929 con un cubano cuando Trujillo procreó a Ramfis con ella, y que para colmo el cubano lo desconoció como hijo por ser adulterino".
II
Ese elemento, aunque no del todo novedoso, involucraba a Trujillo y a su familia y tocaba directamente su honor personal y el de su esposa, y perturbaba emocionalmente a Ramfis.
Por sus vínculos con los exiliados antitrujillistas, Galíndez era seguido, aun en Nueva York, por los organismos de inteligencia de Trujillo. Muchas personas conocían del trabajo que escribía. En el fondo, tal vez Galíndez, que no era precisamente discreto, entendía que la larga mano criminal de Trujillo no podía tocarlo en el centro del imperio, pese a que conocía de sus crímenes en el exterior, como el de Mauricio Báez en 1954 en Cuba, el de Ciprián Bencosme en 1935 en Nueva York y el del presidente Carlos Castillo Armas en Guatemala en 1953. Trujillo no conocía la prudencia ni los límites, y menos si tocaban a su familia.
Al enterarse del libro de Galíndez, Minerva Bernardino, cónsul en Nueva York, se apresuró a escribirle a Trujillo una carta en la que le informaba de los pasos Galíndez. A los dictadores, y hasta a los presidentes democráticos, sus subalternos se empeñan en demostrarles que son eficientes y leales, y muchas veces, metidos en esa parafernalia de adulación y servilismo y deseosos de ascender en la escala del favoritismo del Jefe, meten al precipicio al más lindo. En ese camino no les importa usar la mentira o combinar mentiras con verdades o exagerar una cosa y la otra. Minerva sin tener suficientes elementos exagera la nota y consigna en la carta que en su libro Galíndez dice que su hijo Ramfis no era suyo. El Jefe se molestó, pero por el momento no toma ninguna decisión. Actúa con cierta prudencia. Pero un día inesperdo Ramfis, en tono airado, le reclama aclarar esos rumores. Ahí Trujillo se altera. Se trataba se su hijo preferido, y además, de que debió considerar que lo estaban atacando con una mentira en virtud de que sin duda Ramfis era hijo suyo. Los dictadores se encabritatan cuando lo atacan con verdades irrefutables, imagínense cuando lo hacen con mentiras e inventos.
El caso es que el dictador dio por un hecho lo que se le informaba. Fue entonces, cuando con su voz aflautada y lleno de ira, ordenó traer a Galíndez a República Dominicana. No ordena matarlo por allá. No encarga de ese trabajo a Arturo Espaillat, Félix Bernardino o Abbes García, todos con doctorados en el crimen. No. Ordena traérselo aquí, a su cueva, a su guarida, donde es amo y señor de todo.
Lo que Trujillo no sabía era que el hombre mantenía vinculos con el FBI y también con la CIA. Tenía dolientes en esos tenebrosos estamentos. Era un hombre de los norteamericanos, y cuando se trata de los norteamericanos la cosa cambia.