Con Gaza y Beirut en el corazón
El ideal de belleza que perseguimos con tanta insistencia es, en muchos casos, el reflejo de una necesidad mucho más profunda: la necesidad de afecto, de ser admirados, queridos, aceptados. Este vacío quizás ha existido siempre, pero hoy se manifiesta con una intensidad apabullante.
A lo largo de la Historia, las necesidades estéticas han sido fuente de admiración e inspiración. El ideal de belleza, el “Adonis”, siempre ha estado presente y su evolución ha ido de la mano de los cambios sociales. Pero también ha sufrido una involución, cuando ese ideal se convierte en una obsesión patológica. El rechazo a la fealdad, a la vejez y al deterioro físico no es nuevo; basta con observar las pinturas renacentistas, que son auténticos himnos a la belleza, la armonía y lo sublime. El arte ha sido históricamente una vía para transformar nuestra realidad mortal en algo eterno, idealizado y bello.
Pero ¿cuándo comienza esta exigencia estética a ser un problema?
El punto de inflexión aparece cuando la búsqueda del ideal estético se convierte en una patología y la autopercepción individual se distorsiona. Esta distorsión suele estar alimentada por una mezcla de factores: una autoexigencia excesiva, una baja autoestima y una necesidad desbordante de aceptación. Aunque parezca contradictorio, cuanto más insegura es la persona, mayor puede ser su obsesión por alcanzar un cuerpo “perfecto”.
El objetivo inalcanzable se vuelve eje vital: la imagen externa se convierte en el único espejo del propio valor. En esa búsqueda desmedida por alcanzar un estándar estético perfecto y claramente irreal se cometen excesos peligrosos.
Los más frecuentes incluyen dietas extremas, procedimientos estéticos invasivos y una vida entera girando en torno a un ideal ficticio. Lo más preocupante es que estas conductas suelen pasar desapercibidas, ya que vivimos en una sociedad donde son ampliamente normalizadas o incluso celebradas.
Los grupos más vulnerables a este problema son los jóvenes, especialmente mujeres, aunque cada vez más hombres presentan síntomas similares.
Pero ¿cómo diagnosticar un problema en alguien que no tiene conciencia de enfermedad, que no percibe que su conducta sea anómala?
En algunos casos, el número excesivo de intervenciones quirúrgicas puede funcionar como una señal de alerta. En otros, aparecen deficiencias nutricionales, como anemias ferropénicas, derivadas de dietas ultra restrictivas. Lo más complejo es que muchas de estas personas mantienen una vida social aparentemente funcional: no presentan aislamiento ni alteraciones visibles en el pensamiento o el comportamiento, pero su mundo gira en torno a la estética corporal. Algunos evitan comer en público o se retiran inmediatamente al baño tras las comidas, aunque estas conductas no son necesariamente constantes ni lineales. Un rasgo común es que las conversaciones siempre giran en torno al físico.
No se trata estrictamente de un trastorno alimentario, sino de una distorsión en la percepción de sí mismos ante el espejo, que, si no es detectada a tiempo, puede tener consecuencias físicas, emocionales y psicológicas profundas. El abuso de intervenciones quirúrgicas y tratamientos estéticos se convierte en una vía de escape peligrosa, donde lo que se busca no es belleza, sino valor personal, afecto y aceptación.
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