Con Gaza en el corazón.
Por el fin del genocidio del pueblo palestino
Los hechos que nos indignan y por los que exigimos cambios en el orden y la protección social pasan tan rápido, o los olvidamos tan pronto, que enseguida nos enfrentamos a una nueva tragedia cotidiana, cada vez más dramática y terrible.
No sé hasta qué punto nos hemos acostumbrado al caos, al dolor y a las tragedias irremediables, al extremo de pasar de largo como si nada. Todo sigue igual, sin que logremos detenernos a intentar transformar la realidad.
Parecía que en esta ocasión podríamos tomar decisiones colectivas o reivindicar de manera contundente para recuperar la esperanza; sin embargo, todo vuelve a diluirse. Es como una rueda que gira inevitablemente y convierte cada hecho en un doloroso recuerdo que se desvanece, mientras seguimos adelante como si nada hubiera ocurrido.
Estos olvidos colectivos son parte del desorden en el que estamos sumergidos, donde la inconsistencia flota e invade todo. Hablamos, pero no gritamos, sobre lo mal hecho; nos erigimos en jueces con una moral severa e impoluta frente a los acontecimientos cotidianos, pero al final repetimos una y otra vez la misma historia…
¿Qué hacemos realmente para que algo cambie? Gritar y tolerar resulta frustrante, porque hay realidades que no se detienen. La violencia contra la mujer y los embarazos precoces inundan las estadísticas y, aun así, se siguen minimizando, como si fueran sucesos aislados. Se repiten una y otra vez, bajo una estrategia que busca convencernos de que no pasa nada, de que lo importante es vivir en una felicidad individual, aunque lo colectivo se desmorone.
Las estrategias y los programas sociales que llevan décadas diseñándose parecen invisibles. Los años de trabajo de campo no interesan. Las universidades en República Dominicana no se utilizan como fuentes de conocimiento capaces de generar transformaciones sociales. Aunque duela admitirlo, a nadie le importa. Eso “no da likes” y ese es el triste mensaje que recibimos cada día cuando nos subimos a la rueda de la cotidianidad y del olvido. El conocimiento y la investigación ya no están de moda.
Para que nuestras tragedias sociales no se borren de la memoria hace falta mucho más que denunciarlas o quejarnos permanentemente. Necesitamos tomar verdadera conciencia de nuestras circunstancias, o de lo contrario seguiremos girando en la rueda de la cotidianidad, sin que nada cambie, ni se transforme, ni mejore.
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