Desde hace tiempo, hablar de sostenibilidad se ha vuelto casi una moda. Es una palabra que suena bien, una palabra sexi, como decimos en marketing; una palabra que adorna discursos y planes estratégicos, que se repite en eventos, programas y redes sociales. Pero más allá de lo “sexi” del término, todavía nos falta plena consciencia de lo que verdaderamente implica. La sostenibilidad no es un accesorio del desarrollo, es su esencia. No se trata solo de sembrar árboles o reciclar, sino de asumir una nueva forma de pensar y actuar, desde cada espacio que ocupamos.

Acabo de concluir satisfactoriamente el Programa de Liderazgo en Sostenibilidad de Barna Management School, donde coincidí con profesionales de distintos sectores, todos motivados por un mismo propósito: aprender más para desempeñar mejor nuestro rol y aportar, a largo plazo, al país. En ese intercambio de experiencias quedó en evidencia una verdad sencilla pero poderosa: todos somos responsables. Desde el Estado hasta el ciudadano, desde el empresario hasta el funcionario municipal, todos tenemos una parte importante que cumplir.

En el Estado, avanzar hacia una gestión pública sostenible significa mirar más allá del corto plazo. No basta con proyectos de infraestructura si no van acompañados de políticas de protección ambiental, de educación ciudadana y de planificación territorial con enfoque resiliente. Cuando se diseñan carreteras sin prever drenajes adecuados, cuando los vertederos siguen operando a cielo abierto —aunque vamos dando pasos correctivos en esa dirección— o cuando no se prioriza el reciclaje en las compras públicas, estamos repitiendo el mismo error: construir desarrollo sin sostenibilidad. Pero también hay señales de esperanza. Iniciativas como los programas de economía circular del Ministerio de Medio Ambiente o los proyectos de energía renovable y de ahorro de energía impulsados desde la CNE, por citar algunos, demuestran que el cambio es posible cuando hay visión y coherencia.

En el sector privado, cada empresa tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de integrar la sostenibilidad como parte de su modelo de negocio. Ya no se trata solo de responsabilidad social corporativa, sino de competitividad y permanencia. Una empresa que ahorra energía, que gestiona responsablemente sus residuos o que promueve la equidad de género en su plantilla no solo hace lo correcto: mejora su reputación, retiene talento y genera valor. En República Dominicana existen ejemplos inspiradores, desde industrias que reutilizan el agua en sus procesos productivos hasta cadenas hoteleras que capacitan a comunidades locales para integrarlas en su cadena de valor.

Los gobiernos locales también juegan un papel decisivo. Son la primera línea de contacto con la ciudadanía y el territorio. Promover la sostenibilidad desde los municipios implica fomentar la educación ambiental, fortalecer los sistemas de limpieza y reciclaje, y promover espacios verdes que dignifiquen la vida de la gente. Si un ayuntamiento organiza una jornada de reforestación, instala puntos limpios o impulsa un programa de compostaje comunitario, está sembrando un cambio real en su territorio y en sus munícipes. Pero cuando los residuos se acumulan en cañadas, cuando las aguas residuales se vierten sin control o cuando el transporte público no se regula, también contribuimos al deterioro que luego lamentamos. Son competencias que pueden ser directas o compartidas, pero que, indistintamente, terminan impactando nuestros territorios.

Y está, por supuesto, la ciudadanía, la gente, el eje central de todo. A veces reclamamos que el Estado no hace lo suficiente, pero seguimos arrojando basura a las calles, dejando luces encendidas sin necesidad, desperdiciando el agua o consumiendo sin conciencia. Sin embargo, cada pequeño cambio en nuestros hábitos —como reciclar, reducir el consumo de plásticos o disponerlos correctamente, apoyar productores locales o enseñar a nuestros hijos a cuidar el entorno— es una contribución directa al desarrollo sostenible. Somos parte del problema, sí, pero también somos parte esencial de la solución, un eslogan que adoptamos en un programa que tratamos de recuperar y recanalizar en la Liga Municipal Dominicana en el 2021.

La sostenibilidad no debe verse como un costo adicional, sino como una inversión en nuestro futuro común. Debe integrarse en la planificación nacional, en las estrategias empresariales, en los presupuestos municipales y en la cultura familiar. Es una manera de pensar a largo plazo en un país donde lo urgente muchas veces desplaza lo importante.

La República Dominicana tiene el talento, los recursos y la conciencia necesarios para convertirse en un referente regional en sostenibilidad. Pero para lograrlo, debemos entender que no hay sostenibilidad sin compromiso, ni compromiso sin acción. No podemos delegar la responsabilidad de cuidar el país ni al gobierno ni a las empresas: nos toca a todos, desde el lugar que ocupamos, asumir que el futuro se construye con cada decisión del presente. Porque, reitero, la sostenibilidad es mucho más que una palabra de moda.

Mayrelin García

asesora empresarial

Excandidata a diputada por la circ. 2 del Distrito Nacional y Dirigente del PRM. Licenciada en Administración de Empresas con especialización en Recursos Humanos y Lic. en Mercadeo con Especialización en Inteligencia Competitiva por la Pontificia Universidad Católica Madre & Maestra (PUCMM); Project Management Professional (PMP), Especialización en Negocios Internacionales por Florida International University (FIU), egresada del Programa de Desarrollo Directivo en Barna Management School. Asesora empresarial, charlista y articulista.

Ver más