“Escuchemos con los oídos de Dios para poder hablar la Palabra de Dios.”
— Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad (1939).
En la República Dominicana, este mes suele incluir cultos especiales, lecturas continuas, concursos bíblicos y difusión por radio y televisión comunitaria. No se trata solo de lemas conmemorativos, sino de acciones pedagógicas que forman a hombres y mujeres dispuestos a ser hacedores de la Palabra. De este modo, en septiembre, Mes de la Biblia, la Escritura retoma su lugar como guía para la vida personal y comunitaria: renacen la orientación sana, la esperanza viva y el deseo de dejar huellas. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal 119:105, RVR60). En un contexto de sobreinformación y relativismo, la Biblia sigue siendo regla de fe y de vida.
Es decir, la Palabra ilumina nuestros pasos (Sal 119:105) y no solo nos orienta, sino que también nos corrige y, además, entrena en justicia. Por esa razón y otra más, toda la Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, confrontar, enderezar y capacitar, a fin de que el creyente esté completo y apto para toda buena obra (2 Ti 3:16–17). Por eso, en medio de apariencias engañosas, la Palabra se sostiene como verdad estable. John Stott recordó que el cristiano debe vivir supeditado a la Palabra, no a la moda ni a la cultura del momento; firme como el monte de Sion, que no se mueve. Así, la Iglesia se edifica y se corrige solo cuando permanece cimentada en la Escritura.
Por otro lado, en tiempos de posverdad y dispersión cultural, colocar la Palabra en el centro es una verdadera declaración disruptiva de atención a la revelación escrita de Dios. En esta línea, como subraya Richard Bauckham, la Escritura no es un mero repertorio de datos religiosos: es una historia viva que forja identidad y orienta la misión. Así, en el Caribe y en América Latina —donde la fe convive con desafíos de injusticia social, pobreza y frágil convivencia democrática—, septiembre no es un gesto simbólico; es una invitación concreta a regresar a la siempre nueva Escritura para hacerla eficaz en la vida personal, eclesial y social.
La Palabra ilumina nuestros pasos (Sal 119:105) y no solo nos orienta, sino que también nos corrige y, además, entrena en justicia.
Asimismo, desde la tradición, la Iglesia ha confesado la revelación general (creación y conciencia) y la revelación especial (Escritura que da testimonio del Verbo encarnado). Como dijo san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en ti.” Por eso, la Palabra revela el sentido de la realidad y orienta el deseo humano hacia su fin, que es Dios. A modo de metáfora: como un GPS confiable, la Palabra recalcula la ruta cuando fallamos —identifica la desviación (pecado), corrige el rumbo (arrepentimiento y obediencia) y nos mantiene en el camino (esperanza y perseverancia)—. A diferencia de cualquier sistema humano, su Autor y su autoridad son divinos: “La palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40:8, RVR60).
Puesto que creación y Escritura emanan del mismo Autor, no se contradicen; más bien, se iluminan mutuamente (Sal 19:1–4; Ro 1:19–20, RVR60). En términos operativos, la ciencia explica el cómo; la fe responde al porqué y al que sostiene todo. Siguiendo la intuición de Lewis (1945), la fe cristiana es como una brújula que orienta el mapa: no sustituye los datos del terreno, pero les da dirección. Si aparece una tensión entre afirmaciones bíblicas y hallazgos científicos, el procedimiento responsable es triple: (1) leer el texto según su género y contexto, (2) ponderar la evidencia con rigor y (3) reconocer los supuestos de cada argumento. Así, evitamos forzar a la ciencia a responder preguntas que no le competen y cargar a la Escritura con fines ajenos a su intención.
De este modo, fe y ciencia no son enemigas, sino miradas complementarias que convergen en la verdad y el amor, para glorificar a Dios y servir al prójimo.
En lo personal, conviene establecer un ritmo breve y sostenible: cada día, lee un salmo o un pasaje del evangelio; identifica una verdad que creer y una corrección que acoger; decide un paso concreto para hoy y ora con un microtexto memorizable (p. ej., Prov 15:1). Al final de la semana, reflexiona: ¿qué se transformó en tu carácter, en tu lenguaje y en tus decisiones? (Sal 1; Jos 1:8; Ro 12:2).
Entonces, en la iglesia, la Escritura se vuelve audible cuando la predicación es expositiva y clara: un texto, una idea central y aplicaciones concretas. Además, una liturgia saturada de Biblia —lecturas, oraciones y cantos que articulen verdad— consolida el aprendizaje (Col 3:16), mientras que la consejería bíblica ilumina problemas reales con principios practicables (Gá 6:1–2). Hacia afuera, el testimonio se expresa “con mansedumbre y reverencia” (1 P 3:15) y se confirma con obras (Stg 1:22; Mi 6:8). Por ejemplo, en una discusión familiar, si respondes con delicadeza conforme a Prov 15:1, desciende la tensión y se abre camino a la reconciliación (Ro 12:18). En resumen, la Palabra pacifica, ordena y orienta decisiones en todos los ámbitos.
Por lo tanto, lo propio para hoy es una fórmula sencilla y verificable: un texto, un cambio, una persona. Elige un pasaje (p. ej., Col 3:16), nombra un cambio concreto para esta semana y decide a quién servirás de manera intencional. Cuando la Palabra “habite en abundancia” en nosotros (Col 3:16), habrá fruto visible. Porque, en tiempos volátiles, la Escritura sigue siendo guía segura: ilumina la mente, enciende el corazón y mueve las manos para el bien (2 Ti 3:16–17; Sal 119:105).
Referencias
- Agustín de Hipona. (2002). Confesiones (L. M. Mendizábal, Trad.). Biblioteca de Autores Cristianos. (Obra original publicada ca. 397–400).
- Bauckham, R. (2003). Bible and Mission: Christian Witness in a Postmodern World. Baker Academic. JARRETT FLETCHER
- Bonhoeffer, D. (2015). Life Together (SCM Press). (Obra original publicada en 1939). *(La frase “We should listen with the ears of God…” se halla en el capítulo sobre el ministerio de la escucha; traducción propia.) A-Z Quotes+1 Alternativa en español: Bonhoeffer, D. (2019). Vida en comunidad (CLIE).
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