La primera edición de un libro, además de la zozobra interior que ocasiona al autor cuando piensa en publicarlo y después de publicado, por el supuesto valor intrínseco que podría tener, suele compararse a muchas cosas.

De sobra se sabe la importancia psicológica que ejerce la primera edición sobre el autor y, sin ánimo de nada del otro mundo, sobre el lector. Ante una primera edición el autor se vuelca a los sueños e indiferencia del lector. De ahí que cuando el libro en cuestión logra afianzarse en el imaginario del lector, desata el mundo emocional del lector para satisfacción del autor, siendo este último el segundo en sorprenderse. La primera edición es emoción, aunque el autor no domine la estética en que está escrito y no tenga conciencia de lo que escribe; aunque los resultados provengan de las inquietudes existenciales y espirituales del autor respecto a la calidad de la obra. De ahí que, al encontrarse el lector o el autor, a los años, con esa primera edición, el contacto con ella le arroja la emoción contenida del encuentro y que no ha sido en vano, aun siéndolo. Independientemente de lo que se piense en lo que fue o es del libro, provoca cierto desasosiego.

Sin ser bibliófilo, gústame tener entre mis manos esas publicaciones de sueños, propias o ajenas. Podría llamársele romanticismo o como se quiera, pues es dado asignarle esa etiqueta a todo lo que estremece, a su contacto fallido o no por su contenido. ¿Dónde guardan esas primeras ediciones el temblor de su autor?  Por sobre cualquier cosa que se piense, el lector es quien tiene la última palabra.

Si el libro cumplió su cometido, es decir, gustó, entonces el sentimiento del autor se parece al del lector de El placer del texto. Lo cierto es que, si la primera edición trasciende y se convierte en un referente de la obra personal del autor y de la lengua, hay motivos para celebrar, pues el mundo del libro y su público, de por sí ya es un muy complejo y perecedero.

Volviendo a los sentires al tener la primera edición entre las manos, si esta no surte el efecto de atrapar al lector ni al autor, ¿Por qué es un libro fallido? ¿El autor se atreve a volver a releerlo que es una forma de crearlo de nuevo, viéndose tentado a modificarlo? Si lo relee, puede ser que sienta una sensación inexplicable como el florecimiento de un capullo en flor o de una oruga al convertirse en mariposa.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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