No soy nada religioso, traté de serlo ante el llamado de mis padres y profesores, me esforcé con toda la seriedad que mi espíritu libertario me permitió. Pero es que los hombres y mujeres oficiales de las iglesias viven en una eterna contradicción cuando se paran frente a la cotidianidad.

Ninguna ley ni concordato alguno superará las infracciones sociales que comete un cura o una monjita o un ministro evangélico a causa de la falta de ‘repertorio conductual’ ante nosotros, ‘civiles’. Incluso siento que las hermanas y hermanos evangélicos evitan lo que llaman mundano y desprecian eso que hacen los también ‘hijos de dios’.  Definitivamente, el ‘comité central’ de las Iglesias vive bastante separado de la masa de sus trabajadores; y del pueblo que llaman ser de dios están más alejados que nunca. En tales condiciones no quise asumir las consecuencias nada sacras de quienes luchan por ser los verdaderos representantes de Jesús, el Nazareno.

Sin embargo, la semana santa me hace reflexionar sobre el tema de las Iglesias, una vieja costumbre lasallista que aprovecharé este año para pensar en las tareas que tiene por delante el recién estrenado nuevo Papa, Francisco I, ocupante del trono católico que encontró por renuncia de su predecesor.

No creo que por ser argentino las cosas en la Iglesia Católica cambiarán. Para que eso ocurra habrá que disecar (medicamente hablando) los temas de la iglesia en lo económico, lo político y lo social. El Francisco I es, además de sudamericano, jesuita, agregándole a su inventario la fama ganada por esa legión de curas.

Pero nada de eso sirve para producir los cambios que la curia católica debe impulsar y realizar si quiere perdurar en el tiempo. Cambios necesarios desde sus más encumbradas autoridades hasta los más pequeños, incluidas “las ovejas descarriadas del rebaño”.

Tienen que darle vuelta a la tortilla, porque esa iglesia católica que tanto mencionan no necesita autoridades prepotentes ni creídas. Los practicantes más sabios deben enseñar sus credos a los pequeños y agruparse en comunidades para tratar los temas religiosos, pero también participar en las luchas sociales. Curas, monjas y ministerios, deben salir a encontrar a las ovejas perdidas. Más claridad, menos misterios, que ya hay bastantes.

Los jefes deben abandonar todo signo de riqueza, los curas y las monjas buscar sus compañeros y compañeras, respectivamente, así conectarán con la sociedad que vivimos. Curas a buscar el pan a la calle para su casa y monjas a parir como madres y a trabajar para ser productivas. A producir hogares estables y a predicar con el ejemplo.

Pensándolo bien y sin prejuicios, creo que a la Iglesia Católica le ha hecho falta más Juan XXIII que cualquier otro papa de nuestros días. Creo que Francisco I pudiera echar el pleito. Católicos, curas y laicos, oren, pero oren bien pensando en sus hermanas y hermanos, los más necesitados y actúen como ciudadanos comunes y corrientes.