En artículos anteriores he lamentado el auge de los conservadurismos en RD, sobre todo los religiosos, así como el interés de los partidos y líderes políticos en cultivar ese segmento del electorado. A medida que cobra fuerza la prematura campaña electoral del 2024, debemos considerar los posibles escenarios a los que puede llevar esta conjunción de factores. ¿Seguirá aumentando la influencia religiosa en la política y en el Estado? ¿Qué factores pueden propiciar u obstaculizar este proceso? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los políticos dominicanos en su búsqueda del voto conservador? Los evangélicos son de particular interés en esta reflexión, dado su crecimiento numérico en el país y la importancia que han cobrado como actores políticos en América Latina en los últimos años. Aunque es imposible predecir lo que puede pasar de aquí a las elecciones del 2024, las experiencias de otros países de la región y los análisis de expertos ofrecen algunas pistas.

 

Latinoamérica presenta varios ejemplos recientes de candidatos que llegaron a la presidencia gracias al apoyo de las iglesias evangélicas, siendo el caso más notable el de Jair Bolsonaro en Brasil en el 2018. Ese mismo año Sebastián Piñera llegó al poder en Chile con fuerte apoyo de los evangélicos (cuatro de sus obispos pertenecían al comando de campaña de Piñera) y Fabricio Alvarado -diputado y cantante evangélico- estuvo a punto de ganar la presidencia de Costa Rica. El gran arrastre de las iglesias evangélicas ya se había puesto de manifiesto en el referéndum colombiano que rechazó el acuerdo de paz con la guerrilla en el 2016, y en las elecciones que llevaron al poder a Jimmy Morales en Guatemala en el 2015, entre otros.

 

Obsérvese que todos los actores políticos citados son evangélicos, a pesar de que la feligresía católica sigue siendo más numerosa y que la Iglesia católica tiene una larguísima tradición de injerencia política -algunos lo llaman cogobierno– en la región. Pero a diferencia de las evangélicas, la Iglesia católica ha sido, desde los tiempos de la colonia, aliada incondicional de las clases altas y los poderes establecidos, con un breve interludio de dos décadas de Teología de la Liberación. Cuando Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger, que en ese entonces presidía el Tribunal del Santo Oficio, aniquilaron la Teología de la Liberación y su opción preferencial por los pobres en los años 80, la Iglesia católica latinoamericana perdió una conexión importante con los sectores excluidos, lo que generó un vacío que en muchos lugares ha sido progresivamente llenado por los evangélicos.

 

Si bien la Iglesia católica sigue teniendo enorme poder entre las élites económicas y políticas de la región -y de nuestro país-, el avance de los evangélicos entre los sectores de menores ingresos ha tenido impactos importantes. Como explica el politólogo Javier Corrales, el ascenso político de las iglesias evangélicas en varios países de la región tiene su explicación justamente en la reconfiguración de clase que la expansión evangélica ha hecho posible en los procesos electorales:

 

“Hay una razón por la cual los políticos conservadores están abrazando el evangelicalismo. Los grupos evangélicos están resolviendo la desventaja política más importante que los partidos de derecha tienen en América Latina: su falta de arrastre entre los votantes que no pertenecen a las élites. (…) los partidos de derecha obtenían su electorado principal entre las clases sociales altas. Esto los hacía débiles electoralmente. Los evangélicos están cambiando ese escenario. Están consiguiendo votantes entre gente de todas las clases sociales, pero principalmente entre los menos favorecidos. Están logrando convertir a los partidos de derecha en partidos del pueblo”.

 

¿Cómo explicar entonces el retorno de los gobiernos progresistas a partir del 2018? Las encuestas indican que, en mayor o menor medida, el voto evangélico se dividió en las elecciones que llevaron al poder a López Obrador (México 2018), Maduro (Venezuela 2018), Fernández (Argentina 2019), Arce (Bolivia 2020), Castillo (Perú 2021), Boric (Chile 2021) y Petro (Colombia 2022). Algo similar está ocurriendo con las elecciones brasileñas: mientras Bolsonaro llegó al poder con el 70% del voto evangélico en el 2018, las encuestas recientes muestran a Bolsonaro con el 49% de las intenciones de voto evangélico contra el 32% de Lula. En todos los casos, los candidatos ganadores cortejaron este voto con ofertas y promesas electorales, y hasta establecieron alianzas con grupos evangélicos –como en el caso de López Obrador y el ultraconservador Partido Encuentro Social, que le aportó más de millón y medio de votos a cambio de apoyo para sus candidatos congresionales-.

 

Algunos analistas políticos destacan que, ante los escenarios electorales cambiantes de la región en los últimos años, muchos líderes evangélicos han preferido mantener la autonomía de sus iglesias optando por el apoyo a título personal, sin el involucramiento formal de sus iglesias o confederaciones, las cuales “prefieren por el momento conservar una lógica de ‘autonomía’ y pragmatismo que en muchos casos les habilita a dialogar con actores políticos diversos”. La flexibilidad política de este “evangelismo sin integración orgánica” no aplica, sin embargo, a las cuestiones de moral sexual que están en su núcleo ideológico central, “particularmente las dimensiones ‘pro-vida’ y ‘pro-familia’ (que) son constitutivas e innegociables para la mayoría absoluta de estos grupos”.

 

Los análisis anteriores tienen, por el momento, una relevancia limitada para la República Dominicana, donde las relaciones políticas entre partidos e iglesias evangélicas han seguido otras dinámicas. Para empezar, en RD todos los partidos grandes son de derecha y los partidos pequeños con perfil religioso han fracasado estrepitosamente en sus intentos por conseguir el favor del electorado. Es el caso de Elías Wessin Chávez y su PQDC, que a pesar del respaldo que recibió su candidatura presidencial por parte de varios líderes evangélicos, obtuvo apenas el 0.44% de los votos en las elecciones del 2016. Otra líder evangélica, Soraya Aquino, fue candidata a la Presidencia de la República por el Partido de Unidad Nacional (PUN) ese mismo año, obteniendo apenas el 0.12 % de los votos. Al pastor Dío Astacio, que se postuló a la alcaldía de Santo Domingo Este, tampoco le fue bien, quedando en cuarto lugar.

 

Obsérvese, sin embargo, que Wessin Chávez ganó una diputación en el 2020 como aliado del PRM, mientras que Astacio -quien renunció al PQDC y se enganchó al PRM en el 2018- es en la actualidad el Enlace de las Iglesias Protestantes ante el Poder Ejecutivo, con despacho en el Palacio Nacional. Abinader también lo designó Coordinador del Gabinete de Familia, órgano adscrito al Poder Ejecutivo, un cargo que, al menos simbólicamente, reviste mucha importancia para los sectores religiosos. Igualmente sensible en términos ideológicos es la Dirección de Equidad de Género del Ministerio de Educación, cuya labor potencialmente transformadora fue totalmente neutralizada con la designación de la activista evangélica Nirza Díaz como directora, luego de que fracasara su candidatura a diputada en el 2020. Y siguiendo la misma línea, Abinader acaba de designar como presidenta del CONANI a Luisa Ovando, una gastroenteróloga sin formación o experiencia en asuntos de menores y cuya principal credencial para ocupar el cargo parece ser su identificación como presidenta de la Fundación Jehová Jire.

 

Estas designaciones de baja o mediana jerarquía, pero simbólicamente importantes son parte de la estrategia de Abinader para la conquista del voto evangélico de cara a las elecciones del 2024. Además de designaciones y donaciones, la estrategia incluye la traición de su promesa electoral de apoyar la despenalización por causales y la distribución de miles de biblias dentro del Plan Nacional de Fomento del Libro y la Lectura anunciado el año pasado por el MINERD, entre otras medidas. Esta estrategia es facilitada por la fragmentación del sector evangélico, que ha sido incapaz de unificarse en torno a candidaturas propias o alianzas electorales para acceder al poder o negociar concesiones políticas de más envergadura, pero cuyo caudal de votos los hace políticamente muy codiciados (según datos del CODUE, más del 50% de las congregaciones evangélicas del país operan de manera independiente, es decir que no están agrupadas en un concilio ni articuladas a los liderazgos evangélicos existentes). También facilita esta estrategia el acercamiento de los últimos años entre las iglesias católica y evangélicas en torno a las agendas de sexualidad, género y familia, que ha reducido las fricciones entre ambos sectores y potenciado su accionar político, sobre todo en el Congreso.

 

Porque más allá de las designaciones y otras medidas mencionadas, hay que recordar que el Congreso Nacional está lleno de religiosos -tanto católicos como evangélicos- que han asumido la defensa de las causas más retrógradas vinculadas a la sexualidad, al género y a la familia patriarcal, como son la oposición a las 3 causales, la defensa del castigo corporal a los niños y del derecho de los maridos a violar a sus esposas, la negación de derechos a la diversidad sexual, la oposición a la educación sexual escolar, etc. Estos legisladores llegaron al Congreso en las boletas de todos los partidos tradicionales, siempre ansiosos de contrarrestar su pésima imagen pública con el lavado de activos éticos que (creen ellos) les reporta su apoyo a los religiosos y sus causas ultraconservadoras.

 

Es en este contexto que debemos evaluar los avances políticos de los evangélicos dominicanos, históricamente marginados por élites partidarias subordinadas a la Iglesia católica y su Concordato: poco a poco y sin algarabías han ido ocupando posiciones desde donde pueden promover sus agendas religiosas reaccionarias y bloquear los avances del país en materia de educación y derechos humanos. Su valor de cambio para los partidos mayoritarios aumenta a medida que avanzan internacionalmente las agendas feministas y la llamada “ideología de género” promovida por el movimiento trans, temas que obsesionan a las feligresías religiosas y que concitan el apoyo de sectores conservadores no religiosos, como demostró el tremendo éxito de la campaña “Con mis hijos no te metas”. Como señala el sociólogo Pablo Semán,

 

“Ahí puede discernirse específicamente la operatividad evangélica en la derechización contemporánea: no solo representan la reacción contra la agenda de género y diversidad de sus propias bases denominacionales, sino que su propio crecimiento conforma el ambiente político-ideológico donde se gesta la densidad de las resistencias a esa agenda emancipadora. El pentecostalismo influye de forma mucho más sólida a través de la transformación cultural que implica su crecimiento que del direccionamiento de los votos de los creyentes.”(Mi énfasis)

 

La conclusión de Semán sobre la preeminencia de los impactos culturales debe preocupar a los sectores progresistas que hemos visto la dispersión organizativa de los evangélicos como señal de que aquí no puede pasar lo que pasó en Brasil con Bolsonaro o en los EEUU con Trump. Y a los que no se han dado cuenta de que las posiciones menos extremistas del Papa Francisco en torno al aborto y la homosexualidad no han impactado el activismo católico anti-derechos y las múltiples organizaciones extremistas laicas que lo promueven en el país. Y a los que no se percatan de la creciente reacción anti-feminista y anti-LGBT en la sociedad dominicana, tanto entre religiosos como no religiosos.

 

¿Qué podemos concluir, entonces, de cara al 2024? La respuesta va a depender en gran medida de lo que haga Abinader en los próximos dos años. ¿Seguirá impulsando su estrategia reeleccionista de baja intensidad con los evangélicos o la va intensificar, a riesgo de alienar a los católicos? ¿Explorará nuevas estrategias para lograr el favor ambos sectores religiosos, aunque esto implique mayores retrocesos en materia de derechos para el país? Hasta donde alcanzo a ver, Abinader es la variable desconocida en esta ecuación. Esperemos que no nos siga dando sorpresas desagradables con sus afanes reeleccionistas.