Cada vez me intranquiliza más el avance de la derecha en nuestro país y sobre todo la creciente legitimidad social de la que gozan individuos, organizaciones e ideologías que hace un par de décadas parecíamos destinados a superar. Al caso, dos ejemplos del día de ayer, entre los muchos que hacen parte de nuestra cotidianidad.
1) En la mañana una reconocida pareja de activistas anti-haitianos que viven en mi sector utilizaron el chat del vecindario para proponer a la Junta de Vecinos que solicite a la Dirección General de Migración la realización de redadas contra migrantes (o supuestos migrantes) haitianos residentes en un barrio vecino de clase popular -Los Praditos- quienes pasan temprano en la mañana por las calles de nuestra urbanización de camino a sus trabajos.
Nunca hemos tenido ningún problema con ellos, ninguna queja, ni siquiera hablan en voz alta. Que sepamos no han estado involucrados en ningún hecho delictivo ni han figurado en los enfrentamientos con policías que periódicamente dejan muchachos dominicanos muertos en supuestos intercambios de disparos en Los Praditos. Tampoco llenan los colmadones y las mesas de dominó del barrio, ni andan en motores cometiendo imprudencias. A los migrantes solo los vemos de camino a su trabajo y los domingos con sus mejores ropas de camino al templo, con biblias y niños de la mano.
Pero quien lee los mensajes del chat de los activistas anti-haitianos pensará que se trata de delincuentes empedernidos que amenazan nuestra seguridad y sosiego, de gente peligrosa a la que no se debe permitir siquiera transitar por las calles. El odio racial es tan palpable que si cambiamos DGM por Gestapo podríamos pensar que se trata de chivatos denunciando a judíos en la Alemania de los años 30.
En ningún momento los anti-haitianos plantean denunciar ante la DGM a los dueños de construcciones y otros lugares de trabajo que emplean a estos obreros presumiblemente indocumentados. Tampoco proponen que demandemos el fin de la impunidad de los funcionarios corruptos responsables del caos migratorio en la frontera. Su disputa no es con los empleadores que explotan laboralmente a los migrantes -tal como hacen con los nuestros en los países del Norte- sino con la existencia misma de extranjeros negros que osan transitar pacíficamente por la calle (¡cómo se atreven!). La realidad es que ellos, con su intolerancia y sus prejuicios, me dan más miedo del que jamás me han dado los migrantes que caminan por las calles del barrio.
El incidente de ayer es peccata minuta en comparación con los abusos que cotidianamente sufren los migrantes haitianos y sus descendientes en el país, empezando con el cinismo con que las autoridades gubernamentales han incumplido lo establecido en la Ley 169-14, dejando a miles de dominicanos de ascendencia haitiana en condición de apatridia. Y lo peor es que ya eso ni siquiera se denuncia, como tampoco parece horrorizarnos la existencia de la Antigua Orden Dominicana, un grupo paramilitar modelado en sus similares fascistas, que goza del apoyo de las más altas instancias militares del país.
Por el contrario, el discurso patriotero de los anti-haitianos habituales es asumido cada vez por más gente, incluyendo ciudadanos prestantes a quienes hasta hace poco no se nos hubiera ocurrido asociar con el fanatismo y la obnubilación de los que ven conspiraciones internacionales donde lo que hay son intereses empresariales y funcionarios corruptos. Y a juzgar por el éxito de la Marcha Patriótica del 6 de agosto, los pronósticos no son buenos, sobre todo si Abinader decide seguir utilizando el tema haitiano en su campaña electoral. Vista la popularidad de las redadas migratorias y del muro fronterizo, es de esperar que el presidente siga apelando a la “defensa de la soberanía nacional” en su incesante activismo reeleccionista.
2) El segundo ejemplo del día fue la publicación de la “Proclama Acto Patriótico en Honor a Nuestra Señora de la Altagracia” de Milton Ray Guevara y su Tribunal Constitucional, párrafos de la cual parecen calcados de las proclamas del nacional-catolicismo franquista. Esta proclama no solo destruye de un plumazo cualquier ficción de que tenemos un Estado laico, sino que lo hace con un lenguaje escandalosamente sectario.
Pero ya sabemos que, en materia de conservadurismo puro y duro, al Sr. Ray Guevara y su Tribunal Constitucional no les importa ni siquiera guardar las apariencias, como mostró claramente la sentencia 168-13, que desnacionalizó retroactivamente a cuatro generaciones de personas nacidas y criadas en el país, bajo constituciones que establecían la adquisición de la nacionalidad mediante el jus solis.
El sufrimiento humano que esa sentencia ha causado y sigue causando no se compadece con los ideales uber-cristianos de la proclama y mucho menos con los principios de la democracia moderna que el TC está llamado a defender. Obviamente esto no preocupa a los patrocinadores políticos y clericales del Sr. Ray Guevara y su tribunal quienes, por el contrario, deben estar complacidísimos con su desempeño -que para eso los pusieron donde están-. Porque una cosa es rendirle pleitesía a la institucionalidad democrática y otra muy diferente es verla venir (cf. la inconstitucionalidad del Concordato).
Entre las herencias nefastas de los gobiernos de Leonel Fernández, el Tribunal Constitucional y su presidente ocupan un lugar de honor, que asegura el atraso del país en materia constitucional con respecto a la laicidad, la migración y los derechos sexuales y reproductivos, entre otros temas. Que por favor piensen bien antes de seguir hablando de democracia, que se les ve clarito el refajo.