Mañana cierra oficialmente la campaña electoral, la cual ha discurrido signada por un consistente pronóstico en lo relativo a quién ganará la competencia por la presidencia de la república. Todas las encuestas de reconocida credibilidad pronostican el triunfo en primera vuelta del presidente/candidato Luis Abinader y de ser así, también sería otro triunfo de la encuesta como método científico para medir la intención de votos en determinado proceso electoral. Asimismo, quedan demostradas las falencias, en términos institucionales, en que discurren nuestros procesos electorales y las miserias de algunos sectores de la vida política, social, profesional y eclesial que originan los principales lastres de esta sociedad.

La Junta Central Electoral, en esencia, ha tenido un comportamiento que importantes y solventes sectores aprueban firmemente, ha sabido resolver diferendos entre aspirantes a cargos electivos con sus direcciones partidarias, garantizando el derecho de quien lo tiene, a diferencia de otros procesos. Limitando la violencia entre las militancias partidarias a casi valor cero, a pesar de algunas declaraciones destempladas de un expresidente. Los conflictos/reclamos generados por algunos partidos han sido resueltos a tiempo y de buena forma, pero no ha sido lo suficientemente firme, al igual que el TSE, en la exigencia a sectores de algunas iglesias que no entorpezcan el proceso electoral.

Cuando esos sectores, que de diversas formas reciben recursos del Estado, publican documentos para llamar a votar por determinados candidatos que comulgan sus puntos de vista, cuando los reúne para expresarle su apoyo, de hecho, hace campaña a favor de éstos y en contra otros, vulnerando sus derechos políticos electorales de ser elegidos consignados en nuestra Constitución. Es vieja la práctica de algunos sectores eclesiales de no aceptar el principio de que la fe es un asunto privado, no público, y que como institución que recibe fondos públicos está moralmente impedida de hacer proselitismo político a favor o en contra de cualquier candidato, ni mucho menos acosar a quienes divergen de sus posiciones. Lo lastimoso es que los afectados no son debidamente defendidos por sus partidos, los cuales bajan la cerviz ante semejantes atropellos.

Con relación al tema de las encuestas y de los números que se utilizan en las campañas electorales, es notorio la inconsistencia y la falta de honestidad política e intelectual de no pocos. Aquí, desde hace más de 60 años se utiliza el método de las encuestas y se reconoce su validez, pero todavía muchos mantienen la mala costumbre de restarle valor cuando los resultados que estas arrojan les son adversos. Las mismas encuestadoras con que validaron sus números en un momento, son las que después dicen que mienten cuando arrojan números que favorecen a sus adversarios, entonces recurren al disparate/falacia de que “la verdadera encuesta son las elecciones”. Lo peor es que ese despropósito lo repiten muchos incautos, incluyendo a profesionales.

Hoy, más que nunca, el odio, la mentira y el miedo constituyen las principales armas políticas en los procesos electorales y en la práctica política. Con desfachatez, en sus exposiciones esos candidatos utilizaron profusamente la toxicidad del discurso ultranacionalista y xenófobo que recorre el mundo.

Así mismo, durante el debate de los principales candidatos fue recurrente el cuestionamiento del dato utilizado para sostener una posición, sobre todo cuando del candidato/presidente se trataba. A tal propósito, se dice que esas diferencias obligan a más objetividad en el uso de los datos oficiales referidos a diversos temas. Eso es cierto, como lo es que tendemos a cuestionar una fuente que en otra ocasión es la que nos sirve de soporte argumentativo. Por ejemplo, en materia del dato económico es el Banco Central la fuente principal que usan los candidatos, es cierto que no siempre estos son correctamente elaborados, pero no se es coherente cuando desde el gobierno se validan los datos del BC y se rechacen cuando se es oposición. Máxime cuando las de hoy son las misma de ayer.

Eso no es privativo de nuestro país, durante el último debate electoral Pedro Sánchez/Núñez Feijóo, en España, hubo una marcada diferencia en cuanto a los números utilizados por ambos, además de alteraciones de éstos. Esas diferencias en el uso del dato nunca terminarán, por lo cual en futuros debates los organizadores podrían establecer las fuentes básicas que se utilizarían en la discusión. Como hizo Juan Bosch antes de participar en el histórico debate con el padre Laútico García en 1962, que exigió y logró que se aceptase el Diccionario de la Lengua Española como una fuente que validaría los argumentos de ambos. Otro elemento criticable de la campaña electoral fue el sistemático recurso a la mentira infame de parte de determinados candidatos.

Hoy, más que nunca, el odio, la mentira y el miedo constituyen las principales armas políticas en los procesos electorales y en la práctica política. Con desfachatez, en sus exposiciones esos candidatos utilizaron profusamente la toxicidad del discurso ultranacionalista y xenófobo que recorre el mundo. Otros se apoyaron en el ultraconservadurismo para agenciarse el voto de ese segmento de la juventud que, ávida de una certidumbre sobre su futuro, compra cualquier verdad por más ramplona que esta sea. Ojalá que ése y otros segmentos, además de determinados partidos, asuman la esencia de la propuesta electoral que con excepcional brillantez expuso la joven Virginia Antares Rodríguez en el debate de candidatos presidenciales.

Son estos algunos elementos que signaron esta campaña electoral que termina y que en lo relativo a las candidaturas presidenciales arrojará unos resultados unánimemente pronosticados. Inapelables por demás.