El abogado y analista político Eduardo Jorge Prats publicó hace unos días un interesante artículo titulado “Nosotros, que nos odiamos tanto”, donde reflexiona sobre una atmósfera espiritual envilecida generada y sostenida por gobiernos autoritarios que dirigen sociedades democráticas actuales. (https://acento.com.do/opinion/nosotros-que-nos-odiamos-tanto-9455983.html).
La referida atmósfera está caracterizada por lo que el historiador de la Universidad de Yale Timothy Snyder denomina “sadopopulismo¨, una forma extrema de populismo que, a diferencia de este, no propicia regalos o dádivas como mecanismo de captación de seguidores, sino que proporciona dolor como mecanismo de control y de afiliación.
A primera vista, puede resultar descabellada la idea de que un gobierno logre adeptos a través de la administración del sufrimiento de su población. Pero este aspecto es compatible con lo que la investigación psicológica denomina en alemán: “Schadenfreuden”. La palabra “Schaden” significa agravio o daño, mientras que el término “Freuden” significa alegría. Por tanto, el vocablo alude al fenómeno de sentirnos felices por la desgracia ajena.
Estudios como los de Van Dijk, van Koningsbruggen y otros señalan que existe una correlación negativa entre el nivel de autoestima y el grado de regocijo por el dolor ajeno. En otras palabras, en la medida en que una persona tiene baja autoestima es más probable que sienta regocijo por la desgracia ajena y si tiene una alta autoestima se sienta menos complacido por el dolor de sus semejantes. (https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/22142213/)
Sabemos que la autoestima se puede ver seriamente lesionada por el grado de insatisfacción que una persona tenga con su propia vida, por el quiebre de sus expectativas. Por tanto, no es de extrañar que quienes se sienten perdedores o frustrados tengan una baja autoestima y se complazcan con el mal que pueda ocurrirles a otros, sobre todo, si les va peor, porque se sienten autojustificados en su percepción de la derrota personal y más importantes en la jerarquía de la infelicidad.
En este sentido, no hay contradicción entre el planteamiento de que gobiernos como los de Donald Trump, Javier Milei o Jair Bolsonaro se nutren de la frustración y del resentimiento de sus adeptos y el hecho de que, al mismo tiempo, estos se sientan privilegiados en estas “administraciones del agravio”.
No debemos olvidar que el tipo de resentimiento o ira que experimentan los seguidores de estos autócratas no es indignación. Es lo que la filósofa Martha Nussbaum denomina, en su libro La monarquía del miedo, la “ira vengativa o colérica”. Esta se refiere a una furia dirigida contra lo que se considera una afrenta (puede considerarse como tal un delito doloso, así como el hecho de que se perciba a alguien perteneciente a un determinado colectivo, como los negros o los migrantes, ocupantes de un lugar que no “les corresponde”) y que se proyecta hacia un pasado idealizado y recuperable donde “todo era como tenía que ser”. (“Make America Great Again”).
Por el contrario, Nussbaum se refiere a la auténtica indignación como “ira transicional”. Esta es la ira provocada por una situación de injusticia. Es transicional porque se proyecta hacia el futuro buscando una solución, no la aniquilación del transgresor.
Snyder afirma que el “sadopopulismo” se proyecta hacia el pasado, mientras la democracia lo hace hacia el futuro. Efectivamente, la actitud autoritaria se atrinchera en un pasado idealizado cultivando la ira vengativa, mientras la disposición democrática se construye día a día abierta a las posibilidades del cambio, la diversidad y la justicia rencauzando la ira hacia los males sociales, no hacia las personas.
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