Una vez le escuché decir a un sacerdote: “rostros vemos, historias no sabemos” y lo cierto es que, desde entonces, siempre que alguien ha demostrado actitudes carentes de educación por los demás, antes de condenar y rechazar, trato de descubrir el por qué de su modo de proceder. Ahora que me encuentro desempeñando el rol de profesora puedo decir más de cerca que la observación, comprensión, y compasión caminan de mi mano una vez que descubro en mis alumnos un rostro triste, preocupado, molesto, frustrado, feliz…
En los últimos días he estado reflexionando. Las ideas fundamentales que han surgido en mí, parten del tener un hogar. El concepto de hogar no se limita a una estructura física, sino que, también abarca el ambiente emocional y social que se crea dentro de él. Puede referirse tanto a una familia nuclear como a una familia extendida o incluso a un grupo de personas que comparten valores y experiencias, aunque no tengan lazos de sangre. Desde una perspectiva simbólica, el hogar es el refugio donde las personas se sienten seguras y comprendidas, ese lugar donde pueden ser ellas mismas.
Por ello considero vital ese espacio donde una persona o un grupo de personas viven y encuentran seguridad, afecto y sentido de pertenencia. Caracterizado por ser un sitio de convivencia, donde se establecen relaciones familiares o comunitarias basadas en el amor, el respeto y el apoyo mutuo. Si esto falla, o sencillamente, no se cumple, entonces, debemos ser conscientes que en ocasiones será normal tratar con niños, jóvenes y adultos carentes de buen trato. Esto no significa que debemos justificar los malos comportamientos, pero si enfocar la mirada de la compasión y el amor, buscando entender y acompañar a ese o esa que desconocemos en el tipo de hogar en que viven.
Y me viene a la mente mientras escribo estas líneas una película cubana que toca muy de cerca este tema del cual he querido dedicar estas líneas. Conducta (2014) es una de las mejores entregas cinematográficas que ha podido hacer la televisión cubana a sus espectadores. Invito a todo el que lea este artículo a buscarla y disfrutar de cada una de las enseñanzas que esta nos deja. Como educadores y como seres humanos, tenemos la responsabilidad no solo de enseñar, sino también de comprender y acompañar. Mirar con compasión no significa justificar lo injustificable, sino reconocer que detrás de cada actitud hay una historia que no siempre conocemos. Si cultivamos la empatía en nuestro día a día, quizás, logremos ser, para aquellos que lo necesiten, un pequeño reflejo de ese hogar que les ha faltado.
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