En pleno siglo XXI nuestras sociedades han experimentado grandes cambios fundamentales, en la que hemos progresado hacia un capitalismo de la información, asimismo, el desarrollo de la inteligencia artificial y una era digital, que ha dado muchas ventajas, pero también desventajas que ponen en riesgo los regímenes democráticos de un estado de derecho, porque afectan derechos fundamentales como la privacidad y por la consecuencias que esto podría causar, debido a su desarrollo imparable, en la que existe una falta de regulación por parte de los gobiernos.
En la actualidad, no se puede negar que los algoritmos de la inteligencia artificial y el ecosistema digital que habitamos actualmente han sido de gran avance para nuestros ámbitos sociales, ya que han automatizado muchas funciones como en la medicina y la digitalización en los ámbitos de la justicia; sin embargo, estos avances no siempre son exactos y pueden cometer errores, por lo tanto, es de suma y vital importancia tomar en cuenta sus desventajas, ya que es necesario la información de fuentes fiables, debido a que estos algoritmos tienden a generar información falsa de una manera extremadamente convincente, tal y como lo afirma la experta en ética digital y la escritora de Privacidad es poder, Carissa Veliz.
Debido a que en los últimos años la tecnología ha ocupado gran espacio en nuestras vidas, a punto tal que sería imposible vivir sin ellas por todas las herramientas que nos aporta. Cada día su avance es imparable por lo que es necesario políticas públicas que protejan al usuario de estas innovaciones. Porque tal y como argumentaba el escritor y erudito francés François Rabelais: “Ciencia sin conciencia no es más que una ruina del alma”.
Lo cierto, es que otro factor para que haya más conciencia de estas innovaciones, los gobiernos deberían invertir en investigación, para que los pueblos tengan una mejor educación y una mejor calidad de vida, pero lamentablemente no es así. Según los datos más recientes del banco mundial, en el año 2022, el PIB mundial fue de 101,77 billones; sin embargo, solamente se invirtió el 2,68 % a nivel mundial en investigación y desarrollo.
El sociólogo y coronel español, Pedro Baños, afirmaba lo siguiente en su ensayo La encrucijada mundial: “Para entender y progresar hay que investigar”. Lo cual es muy cierto, porque si nos fijamos, los países con más progreso son los que tiene mejores sistemas de investigación como Estados Unidos, Alemania, Bélgica y Suecia, países que invierten entre un 3% a 4% de su producto interno bruto (PIB), de acuerdo con los datos del banco mundial. Por lo tanto, la inversión en investigación y desarrollo debería ser una prioridad en la gestión pública de los gobiernos, porque sin investigación no hay progreso.
Además, una de las grandes preocupaciones de esta innovación es la reducción de empleos debido a la automatización de los trabajos y la incorporación de robots en el mundo laboral, la cual aumentan sin parar. Esta problemática podría incitar a estallidos sociales como en siglo XIX, en la revolución industrial, cuando los trabajadores fueron desplazados por máquinas, quienes se manifestaron en contra ellas destruyéndolas de forma violenta. A esa manifestación se le denominó el Luddismo por su dirigente Ned Ludd.
Entonces, ¿Es esta revolución tecnológica negativa? Realmente no, todo lo contrario, estamos en una época del aprender cosas nuevas para los futuros venideros. Tal y como lo afirmaba el pedagogo español, José Antonio Marinas: “Mas que en una sociedad digitalizada hemos entrado en una sociedad de aprendizaje”.
Por ende, no es que la evolución tecnológica sea negativa, es simplemente buscar un equilibrio entre estos avances y la condición humana.
Para escapar de un futuro incierto, se debe dotar a los pueblos de conocimiento en estos avances, lo cual implica invertir más en sistemas de investigación y desarrollo por parte de las administraciones gubernamentales. De la misma manera, leyes que regulen estos avances, para evitar desaciertos y fortalecer nuestras democracias.
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