La sociedad dominicana ha mejorado en el último lustro. No solo hemos confrontado creíblemente el cáncer de la corrupción y la impunidad, sino que también hemos mejorado el manejo fiscal y la gobernanza. Pero por las discordias ancestrales seguimos empantanados con algunas problemáticas que lastran nuestro desarrollo. La reforma fiscal es una de las neurálgicas que se esquivan por temor a las consecuencias políticas. Pero debemos reclamar al liderazgo político nacional, representado por los tres expresidentes y el mandatario actual, una acción que termine la huidiza desidia fiscal y afronte el desafío con singular responsabilidad.

Una presión tributaria de apenas un 14.5% del PIB impide que muchas nobles aspiraciones nacionales de desarrollo puedan cumplirse. El proyecto Meta RD, con su concurso adlátere “Republica de Ideas”, así no podría convertirnos en una nación desarrollado para el 2036.  Lograr el anhelado “Grado de Inversión” que imante las inversiones extranjeras tampoco se logrará en el corto ni en el mediano plazos, aun cuando las agencias calificadoras nos mantengan clasificados como “estables”. El Banco Mundial nos califica como un país de ingresos medio-alto, pero el destacado economista Nunez Ramirez advierte que será necesario mejorar el ingreso per cápita un 20% para ascender a la categoría del ingreso alto-bajo. Con un 20% de la población clasificada como pobre y un 40% vulnerable, con ese nivel de ingresos fiscales esa meta se torna escurridiza para los próximos diez años.

Algunos destacados analistas también han advertido que la reforma fiscal es una necesidad urgente por razones políticas. El respetado jurista santiaguero Jose Luis Taveras nos advierte: “Las expectativas para el segundo mandato de Abinader empiezan a caerse. El Gobierno afronta dificultades de sostenibilidad financiera y debe ser cauteloso con la gestión de la deuda.” “Aun con cierta tardanza, el Gobierno debe abrir un proceso consultivo de amplia base que pueda armar una propuesta robusta, y relanzar la iniciativa.” Se refiere, por supuesto, a la necesidad de la reforma fiscal.

Una miríada de otros problemas medulares lastra el avance. Se destacan, por ejemplo, la necesidad de despolitizar el sistema educativo público y reformar la Seguridad Social para que las pensiones no sean pírricas y el Estado no se trague los fondos acumulados, además de que los fondos de pensiones obtengan mayor rendimiento. Ni hablar de que la informalidad del 55% de la fuerza laboral retarda la productividad y empantana los salarios. Pero la solución de esos graves problemas no comporta hoy día el grado de importancia que reviste la ansiada reforma fiscal. Basta con recordar que la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo del 2012 exige un Pacto Fiscal por ser una acuciante necesidad nacional y ningún gobierno ha sido capaz de coger ese toro por los cuernos. Iluso seria pensar que un nuevo ministro de Hacienda resolverá el problema por si solo.

La reforma fiscal es indispensable para ordenar las finanzas públicas. Tres datos del cursante año reflejan esa necesidad: 1) pagar el 28.8% de los ingresos tributarios en intereses de la deuda consolidada –uno de los diez países con mayor gasto en eso–,  2) registrar un déficit fiscal de 3% del PIB y 3) mantener un gasto de inversión del 2% del PIB y 12% del Presupuesto General del Estado. Tales desequilibrios conforman un cuadro deficitario equivalente a una calamidad pública. Otros problemas tales como la deuda cuasi fiscal del Banco Central y el uso del 80% de los fondos de pensiones por parte del Estado son derivaciones perversas de ese cuadro financiero que nos atascan en las fauces de las malas artes fiscales. Ni siquiera en el mediano plazo, la Ley de Responsabilidad Fiscal recientemente promulgada no corregirá esa situación.

Frente al escenario económico y político arriba resumido, apelar al patriotismo y a la voluntad del liderazgo político nacional debe constituirse en una causa común. No es la clase política en pleno que debe acometer la tarea de la reforma fiscal porque los temores a las consecuencias políticas impedirán los consensos. Por suerte, las varias reuniones de los tres expresidentes y el actual mandatario han creado una favorable coyuntura que representa una oportunidad de resolver el problema, aderezada por la renuncia anticipada del actual mandatario a una reelección. Esa coyuntura sin precedentes la ha facilitado el hecho de que el problema de la migración ilegal haitiana tiene un origen externo. Sobre una amenaza externa es más fácil coincidir. Pero debe también comprenderse que el problema interno de la reforma fiscal es de importancia capital para nuestra desarrollo y nuestra democracia. Lo primero es tan trascendente como lo segundo.

Nuestros lideres deben, por supuesto, sopesar las consecuencias políticas de apoyar un esquema de reforma fiscal consensuada entre ellos. El temor a perder simpatías electorales y hasta militantes es comprensible. Pero un examen cuidadoso del reto revelará que a todos les conviene resolver ese problema durante el interregno de una gestión presidencial que no se prolongará más allá de este periodo. Lejos de representar una encerrona política, la acción mancomunada acrecienta las posibilidades de una gestión gubernativa idónea por parte de los partidos de oposición. Y no podrá enfilarse los cañones de la crítica urticante hacia al presidente Abinader en lo que resta de su periodo porque la imposición de un esquema fiscal nuevo obedeceria a esa voluntad política mancomunada.

Al presidente Abinader le conviene porque como parte de su legado histórico habrá dejado resuelto un problema gigantesco. Haber logrado resolverlo mediante el consenso del liderazgo nacional sería una hazaña que ningún otro presidente en la época postrujillista podría haber conseguido. Son sus sabias y sosegadas actuaciones frente a la rispidez de las criticas opositoras, amén de su afán por consensuar las medidas gubernamentales, lo que distingue su gestión bienhechora. Si el Congreso bendice el esquema propuesto en el resto del periodo surgirán críticas, pero la autoridad de los lideres las sumirá en el desprestigio. Y Abinader se sentirá que hizo un decoroso servicio a la patria.

Algo similar pasa con los lideres de la oposición. Independientemente de quien pudiera ganar las elecciones del 2028, ya sea Fernandez o Medina o sus respectivos delfines, salir del problema de la reforma fiscal ahora le daría espacio suficiente para una gestión de gobierno holgada y un camino luminoso hacia los superávits fiscales. De manera que apoyar una formula consensuada es lo que más les conviene políticamente. Y nadie podrá endilgarle la culpa porque lo propuesto contará con los hombros colaboradores de los otros presidentes.

El expresidente Mejia pudiera creer que la reforma fiscal no sería favorable para la eventual candidatura presidencial de su hija. Con una reforma que se implemente antes de que finalice el actual periodo de gobierno se podría generar la callada ira de los sectores más afectados. Pero hay que confiar en que el liderazgo privado habrá quedado satisfecho con la realización de una tarea que ha sido un clavo en el zapato por décadas. Además, la culpa de lo que se decida no podrá asignársele al expresidente Mejia ni a la candidatura de su hija. Si ella consigue la candidatura presidencial de su partido y gana las elecciones la reforma fiscal le creara el espacio para ejercer un buen gobierno. Su padre debe tomar en cuenta esa ventaja.

Para facilitar esta concertación es recomendable que la reforma tenga un carácter gradual y que inicie con lo menos engorroso. La clave incluiría la rebaja del ISR al 20%, la eliminación de nuevos incentivos y el respeto a lo concedido, la evasión fiscal de los grandes contribuyentes y no tocar el ITBIS de los productos alimenticios de los pobres. Pero no conviene llevar este asunto al CES por la complejidad que le caracteriza. Un comité de dos representantes de cada líder debe consensuar el esquema y los lideres asumir responsablemente lo que se haya acordado. Si lo hacen pasaran a la historia por haber restablecido el buen nombre de la clase política. Y esa es la idea que quien escribe aporta humildemente para que avancemos en el logro de la Meta RD 2036.

Juan Llado

Consultor económico

Con entrenamiento universitario en los campos de la psicología, las ciencias políticas, la educación y la economía, obtuvo títulos universitarios en EEUU y se desempeña actualmente como consultor económico y articulista. Su experiencia de trabajo ha sido diversa, incluyendo misiones de organismos multilaterales y gerencia de proyectos internacionales. El principal hobby es la investigación y las tertulias vespertinas en el Centro Histórico de Santo Domingo. Aunque no partidarista y un libre pensador, ha abrazado últimamente la causa de la alternancia en el poder como requisito cumbre para fortalecer la democracia dominicana.

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