Exagero, quizá, pero olvidar lo escrito acaso hace posible la escritura. Su continuidad, al menos, su reinvención continua.
Que un libro “mate” al anterior (como la primicia trágica de hoy a la tragedia de ayer tarde) es una norma no escrita en el mundo editorial, en lo tocante a un autor en activo. Y utilizo a propósito este adjetivo compuesto, porque estoy seguro de que nosotros los del gremio somos active writers, como esos tiradores de los protocolos de seguridad, que alborotan el transcurrir sereno de la cotidianidad y crean caos. “Escritores en activo”, amenazas inmediatas, disparando las palabras por renglones, a fuego denso como en la prosa, a ráfagas de poesía, hasta que se nos encasquille el lápiz y volvamos a cargar.
Hay que matar al padre-libro, está rumiando mi cerebro. Y no hay Edipo que valga aquí, puesto que un libro no engendra al otro, al menos no con la frecuencia necesaria que justifique el uso de dicha imagen en este párrafo. De lo que sí se trata es de otro síntoma ya identificado: las leyes del mercado que trastornan todas las esferas de lo humano, lo intelectual inclusive (para muestra véanse los aranceles al conocimiento). Y cuando digo “leyes” y “mercado” solicito ser leído en clave de ironía: esos conceptos remiten a montos mínimos en la gran mayoría de los tratos literarios. Liquidar al padre-libro, insisto, y no porque la obra de hoy supera a la que la precedente, como un vulgar objeto de consumo al otro, sino por los afanes casi metafísicos. Ahora voy a quitarle impacto a esta afirmación: “matar”, en este ámbito, quiere decir “olvido”, aparentarlo.

Ya que invoqué a Edipo, continuemos apelando a la mitología griega, y cedamos el micrófono a Narciso, porque debo hablar de mí, quiera o no quiera. “Denme un punto de apoyo y moveré al mundo”, proclamó otro griego de la Antigüedad, aunque no mítico y comprobadamente humano, llamado Arquímedes. A mí apenas me dieron un micrófono y 15 minutos contados para intentar hacerlos saltar de sus asientos expresando barbaridades sobre matar los propios libros.
A veces considero, y perdonen la antilogía, una dicha desgraciada el hecho de que mi obra haya ganado tantos premios. “Dicha” porque el premio real, por lo menos para mí, siempre ha sido ver el libro publicado. “Desgracia” porque, con frecuencia, un libro premiado termina convertido en reo de las instituciones que auspician los certámenes, lo que estrangula su distribución. ¿Alguno de ustedes ha visitado un almacén carcelario, con tomos y tomos de libros presidiarios, recluidos promiscuamente, tratando de encontrar su impreso preso? Por eso he preferido olvidar mis propios libros, con amnesia selectiva, para evitar ser arrastrado al fondo de su ausencia y seguir nadando hacia la siguiente boya.
Eso fue exactamente lo que hice con Negro Eterno (Accésit Premio de Poesía Casa de Teatro 1996), Vicio (Accésit Premio de Poesía Casa de Teatro 1998), Burdel Nirvana (2001, Premio Nacional de Poesía “Casa de Teatro” 2000), Mosaico Fluido (2006, Premio Nacional de Poesía “Emilio Prud’Homme 2005”), Pseudolibro (2008, Premio Nacional de Poesía “Universidad Central del Este 2006”) y Un minuto de retraso mental (2014, Premio Nacional de Poesía “Emilio Prud’Homme 2013”). Ejecuté un total de seis amnesias, que 10 años después, gracias al llamado de la editora argentina residente en Nueva York María Amelia Martin, fueron súbitamente recordadas en este bellísimo libro que presentamos hoy, editado por Pro Latina Press en su colección Gala de Poesía y con pintura en la portada del argentino Manuel Losada. Queda claro que no los olvide, sino que los tiré a la fosa escéptica del poeta maestro Gerardo Deniz.
Después de olvidar adrede esos 6 libros premiados, pude volver a publicar bajo el amparo puro y simple de una editorial, sin premio que mediara. Así, la independiente Cascahuesos editó en Perú mi poemario Música ósea en 2014 y, de manera increíble, el libro ha viajado por toda América Latina en las mochilas de su editor, el también poeta José Córdova: de donde menos lo espero me envían una foto y diciendo que lo han leído. El cúmulo de testimonios me ha impedido ejercer mi técnica de Alzheimer focalizado con estos huesos melodiosos. Pasada casi una década, no obstante, he tenido una recaída, al obtener el Premio Nacional de mi país con Poema con fines de humo (2022). Habrá tiempo para olvidarlo también. Mientras tanto, ya lleva dos ediciones.
Pero esa es, me parece, la única amnesia válida, la única que nos podemos permitir. Los escritores latinoamericanos que vivimos en Estados Unidos –una parte importante de los cuales han sido reunidos en la Segunda Feria del Libro Latino en la Universidad de Indiana– no pretendemos olvidar la lengua de nuestros padres, de nuestro ayer geográfico, de lo que seguimos siendo allende. Y no me refiero únicamente a las de raíz europea, sino también a las originarias.
“En promedio, cada dos semanas muere una lengua en el mundo y con ella el pensamiento, la cultura y una forma de entender el mundo”, se dice en el sitio de la Asociación de Editoriales Universitarias de América Latina y el Caribe: “Según datos de la UNESCO, un 43% de las 6.000 lenguas que se hablan en el mundo están en peligro, más de 200 se han extinguido en el curso de las tres últimas generaciones y 538 están actualmente en situación crítica”, continúa exponiendo. Mueren las lenguas, mueren las personas. En ocasiones, se mueren juntas. También sucede que las matan.
Ayer, cuando escribía estas palabras que ahora leo en voz alta, por un lapsus linguae o una dislexia efímera y acaso propia de mi cercana edad provecta, digité en mi teclado, sin querer, la palabra “sonotros”, cuando quise escribir “nosotros”. ¿Ese fue un claro acto fallido o un chispazo de suma realidad, deífica, celestial? ¿Un satori en mitad de un apagón dominicano? No estoy seguro, pero presiento que hay algo ilumina ese vocablo accidental, ese gazapo súbito. Algo que quizá tenga que ver con el aura enrarecida que rodea al mundo en este momento histórico. ¿Qué puede hacer un poema para cambiar esa realidad? Esa es la pregunta que pregunta por respuesta. Lo que sucede en el poema solo sucede al ser leído; en cambio, cuando una bomba mata a un niño lo despedaza de verdad. ¿Notan la impotencia en eso?
Así que cero amnesia si se trata de los otros, que de “nosotros” a “sonotros” el atajo es una letra.
(Presentacion de la antología de León Félix Batista Seis amnesias –Pro Latina Press, New York, 2023– en la II Latino Book Fair & Latino Writers Conference at Indiana University Indianápolis, el 4 de octubre de 2025)
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