¿Quién no se despertó sobresaltado a primeras horas del martes 8 de abril al empezar a saber que un creciente número de personas estaba afectado por el desplome del techo de una sala de baile? Esa tragedia nos une a todos los que estamos en relación con la República Dominicana, vivamos en el país o no. La prensa nacional e internacional, medios locales en Massachusetts donde viven muchos dominicanos, numerosas personas en las redes como Chayanne y hasta Whoopi Goldberg se han hecho eco del suceso llamando a la cordura, manifestando su pesar y a veces, lamentablemente, también con algo de sensacionalismo. Desde París me escribió mi amigo Frédéric: “¿Estás bien? Veo unas noticias espeluznantes sobre la RD”. Ay, le contesté, es como lo del Bataclan en el 2015, solo que aquí el terror es de fabricación local.
Rubby Pérez y Luis Solís, su trompetista, son parte del sonido de mi adolescencia. ¿Quién no recuerda con emoción títulos como “Volveré”, “Enamorado de ella” o “Buscando tus besos”? Música comprada en discos de vinil, grabada en cassettes, escuchada en la radio del carro, en bodas, en fiestas de cumpleaños y en discotecas como las de esa fatídica noche.
A todos nos toca un desaparecido que conocemos o alguien que milagrosamente se salvó. Lo más triste es que falleció mucha gente con disposición a la alegría y facilidad en el compartir. Hubiésemos preferido que no fuera ni tan pronto en sus vidas ni con unas causas tan evitables como la atención a las construcciones. Tony Blanco y Octavio Dotel, como peloteros, son parte de nuestro acervo cultural aunque no sepamos en qué equipo juega quién, ni cuáles son los promedios de bateo de cada cual. Ellos son siempre una presencia segura, una identificación con la ilusión de crecer en base al talento, la participación en equipos famosos y la alegría de que haya gente que se llene de riquezas aunque haya empezado en medios menos favorecidos.
También murió gente que tiene que ver con la administración pública como la gobernadora de Montecristi, profesionales del derecho, de la ingeniería y de la banca. A mí, y a por lo menos ocho mil empleados más, nos tocan de cerca los dos hijos menores del fundador de uno de los principales grupos financieros dominicanos. Ellos hicieron un gesto simbólico involuntario al fallecer junto a sus cónyuges en un lugar popular. Alexandra Grullón era joven y recién casada, con toda la vida por delante, y de su hermano hay miles de anécdotas que destacan lo abordable que era. Un fotógrafo que luego fue colaborador de larga data del Grupo Popular hace el cuento de que trató con mucha familiaridad a este hombre que él desconocía en un reportaje que él cubrió en la década de los noventa, sin imaginar cuál era su puesto en la organización. “Si yo hubiese sabido quién era, y más aún, que años después me tocaría inmortalizarlo en tantas asambleas, no le habría tomado tanta confianza, pero bueno, él nunca me lo sacó en cara y lo considero mi amigo”.
Los rescatistas trabajaban intensamente y el esfuerzo en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses aumentaba. Según pasaban los días era más difícil tener esperanzas, aunque uno releyera un viejo artículo de la BBC mencionando que en algunos casos se han encontrado sobrevivientes hasta dos semanas después de sucesos trágicos. Al final, los sobrevivientes somos todos nosotros. Nos queda la esperanza de que podamos aprender de lo sucedido, que pongamos nuestras barbas en remojo si tenemos personas que perdonar, arreglos financieros que honrar, ilusiones por cumplir y, por supuesto, medidas de seguridad que aplicar en nuestras viviendas y lugares de trabajo.
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