¿Qué significa puntualmente “diáspora”?
Debido su origen lingüístico, dicho término ha sido sometido con frecuencia, generación tras generación, a intensas discusiones. Y no solo por afanes de hermenéutica (jurídica, filosófica, bíblica), sino específicamente sobre la pertinencia o no de su aplicación cuando se trata de designar a ciudadanos emigrantes.
Diáspora –del griego διασπορά (diasporá), que significa “dispersión”– indica, en su acepción primera, la dispersión o dispersiones históricas del pueblo judío por el mundo. En un segundo significado, según precisa el Diccionario de la Real Academia Española, hace referencia a la diseminación por otros espacios geográficos de cualesquiera grupos humanos “que abandonan su lugar de origen”, por causas tan diversas como problemas económicos y conflictos étnicos, sociales o políticos, y no exclusivamente religiosos, como en principio aconteció con la diáspora hebrea que da origen al concepto.
Otros vocablos igualmente novedosos y al uso en tiempos modernos que se refieren a este fenómeno son transterritorialidad (la nación no es el espacio geográfico sino el pueblo, el colectivo), desarraigo (extracción de raíz, literalmente) y transnacionalidad o transtierro: condición que define a quien se encuentra física, mental o emocionalmente entre tierras, países, patrias, hogares, etc., de acuerdo con Keiselim A. Montás (ver De la emigración al Transtierro. Diásporas del Caribe hispanohablante en los Estados Unidos. New York: Arte Poética Press, 2015).
Obviando la radicalidad (otra vez literalmente) de la palabra “desarraigo”, que según la RAE invoca “ausencia o privación de vínculos con un lugar”, todas estas expresiones contienen menos aura simbólica que Diáspora, vocablo que ha terminado por imponerse al precisar esa noción. Y no sólo en los ámbitos de los estudios sociales y otras franjas académicas, sino además por el profuso uso que se hace del mismo en los medios de comunicación, en las redes sociales y en el vocabulario cotidiano del ciudadano común latinoamericano.
Extraterritorialidad, concepto creado por George Steiner (ver Extraterritorial, ensayos sobre literatura y la revolución lingüística, Barcelona: Barral, 1973) se distancia en su sentido, restringido en exclusiva a la escritura literaria –aunque por esa vía se tocan sus aristas–, y expone más bien los casos de escritores que, sin necesariamente encontrarse fijos en un territorio, escriben en más de una lengua o en otra que no es la de su espacio originario.
Mientras que este teórico del lenguaje profundiza sobre todo en Beckett y Nabokov, uno puede aproximar también autores como Cioran, Huidobro, Kafka, César Moro, un poco Paul Celan. Obviamente, también existen escritores latinoamericanos (y dominicanos: véanse los casos de los narradores Junot Díaz, Julia Álvarez, Angie Cruz, por citar algunos) con esta condición de extraterritorialidad. Y es ahí donde extraterritorialidad y diáspora se encuentran.
Por otro lado, de acuerdo con Mireya Fernández M. en “Diáspora: la complejidad de un término”, el empleo actual de la palabra diáspora ha conseguido convertir a esta en una especie de suma en sí misma de términos afines como “exilio” y “migración”. Detallando la complejidad del término, incluso empieza su análisis problematizándolo: “…ha sido usado de manera indistinta para referirse a fenómenos sociales como la globalización, el transnacionalismo, el exilio y la migración, por mencionar los más comunes. Su diferenciación de aquellos otros con los cuales está relacionado no es sencilla. Si bien la semántica ha demostrado que la sinonimia completa no existe, siempre es posible encontrar un rasgo diferencial, la sustitución indiscriminada de un término por otros afines termina por desdibujar sus diferencias” (Revista Venezolana de Análisis y Coyuntura, vol. XIV, núm. 2, julio-diciembre, pp. 305- 326. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 2008).
No hay, no obstante, diáspora sino como “desprendimiento”: un todo se desgaja y una de sus porciones se aleja, viaja, se va. Pero ese todo solo es todo con la suma de sus partes, cuyo tejido conjuntivo es la cultura.
En fin, que el emigrante está sujeto a una “pertenencia múltiple”, birlando inocuamente el agudo hallazgo de Néstor García Canclini (ver Diferentes, desiguales y desconectados, mapas de la interculturalidad. Barcelona: Gedisa, 2004). Y aquí surge una pregunta fundamental: ¿cómo poner en valor y perspectiva esa pertenencia múltiple de las culturas afectadas por movimientos sociales transnacionalizados? Podría ser, para empezar, parafraseando el título del libro recién citado: conectando a diferentes y desiguales. Hacer que todas las piezas del puzle cuenten. Y para ello es imposible no contar con el Estado matriz de cualquier diáspora…
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