En la entrega del pasado viernes destacábamos la necesidad de promover el encuentro y la organización de las personas y familias en torno a intereses sectoriales, territoriales, ocupacionales y hasta de ocio, como una primera respuesta al neoliberalismo y la agenda de la extrema derecha. Una segunda propuesta era favorecer la formación y educación de jóvenes y adultos, complementario a cualquier currículo formal de escuelas o universidades, en temas de ciencias naturales, ciencias sociales, pensamiento crítico, etc.
Hoy quiero apuntar a un esfuerzo más hondo y es la organización política partidaria. Aclaro que las otras dos son también respuestas políticas. Luego del debilitamiento de las organizaciones de izquierdas y progresistas, y la desnaturalización del PLD, la sociedad dominicana tiene la necesidad de una fuerza política enraizada en sus verdaderas necesidades materiales y sociales, profundamente democrática y con vocación de ir ocupando espacios de poder en el Estado y la Sociedad Civil dominicana hasta desarrollar una agenda de liberación nacional.
La experiencia de las organizaciones partidarias durante el siglo XX en nuestro país acumula un conjunto de vicios que es necesario erradicar de entrada en cualquier nuevo proyecto. Por la misma naturaleza social de nuestro país le tocó a la pequeña burguesía urbana y semiurbana ocupar los puestos de dirección de las organizaciones y partidos políticos que se identificaban con agendas de transformación de la sociedad dominicana hacia un mayor progreso equitativo. Una lectura fundamentalista del marxismo, el culto a modelos vigentes de revoluciones en el poder y la adopción acrítica de postulados ideológicos foráneos en coyunturas, que más que históricas eran de propaganda, alejó a la sociedad dominicana de esas propuesta partidarias.
La experiencia del PLD en los años 80 movilizó a miles y miles de dominicanos y dominicanas a identificarse con sus postulados y un grupo significativo de ellos a ser miembros de esa organización. Su crecimiento electoral entre el 1978 y el 1990 no tiene comparación en la historia de la democracia dominicana, semejante al triunfo del PRD en el 1962. Por supuesto esos fenómenos tienen un nombre: Juan Bosch. Su talento político, su inteligencia, su elocuencia y su moralidad personal, no sobrevivió a su paulatino eclipse de la lucidez que llevó al PLD a prácticamente no dejarle hablar durante la campaña electoral del 1994.
Por supuesto, como en todo sistema de poder entre partidos, gran parte de la evolución del PLD entre el 1979 y el 1996 obedeció a los conflictos y división interna del PRD y su superación bajo el liderazgo de Peña Gómez, y la obligación constitucional de que Balaguer no fuera candidato en el 1996.
Todavía en el gobierno del 1996 al 2000 los dirigentes del PLD en puestos claves de la administración del Estado impulsaron mejoras significativas en el Estado, pero el partido colapsó, abandonando su sistema de reuniones, distribución del periódico, y sostenimiento económico. Para las elecciones del 2004 ya era otro PLD y sin negar que impulsó políticas de expansión del gasto, incremento de la tributación, construcciones públicas y estímulo a la inversión extranjera, la corrupción se hizo consustancial en el ejercicio público en todos los niveles. El partido se convirtió en un apéndice de los máximos dirigentes del Estado para las elecciones, colocando candidatos a dedo, lo cual lo hizo perder el poder en el 2020 y terminar en un tercer lugar minúsculo en el 2024.
Los jóvenes, porque no creo que los adultos maduros puedan aportar algo nuevo, que deseen transformar la sociedad dominicana, impulsando la democracia, la equidad y el progreso, deben aprender de los aciertos y errores del pasado, siempre entendiendo que el escenario actual es muy diferente a todo lo que ocurrió antes del COVID. Pero si el contexto es muy diferente, el enemigo es el mismo y más fuerte, el neoliberalismo con su agenda política de extrema derecha.
Un proyecto partidario significativo para impulsar una agenda progresista en la República Dominicana demanda impedir los liderazgos eternos y absolutos, mantener la democracia en la organización por encima de todo otro criterio, enfatizar la formación política, económica e histórica de todos sus miembros, y trascender la agenda de la pequeña burguesía como clase social que usualmente nutre estas organizaciones. Impulsar una organización partidaria es una tarea permanente, como se dice hoy día, 24/7, y no exclusivamente cuando se acercan elecciones. Debe asumir las necesidades de todos los sectores marginales y excluidos por las políticas neoliberales y compartir liderazgos con los representantes de dichos sectores, siempre que sean legítimos y comprometidos con el desarrollo de dichos sectores explotados.
Estoy convencido de que tenemos jóvenes y jóvenes adultos con el talento, la vocación y la lucidez necesarios para impulsar organizaciones partidarias que sirvan como instrumento para la liberación nacional de nuestra sociedad. Es una de las respuestas fundamentales frente al declive económico y político que el neoliberalismo impulsa a escala planetaria.
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