Desde el día 26 de este mes, considerando solo el periódico Diario Libre, el tema de las Pruebas Nacionales ha tenido cierta repercusión, iniciando con aquella información dada a conocer por un alto funcionario del ministerio, que decía: “Se está estudiando y se está consultando la posibilidad de que en el próximo año escolar se eliminen”.
Dos razones, para él, justifican la medida: “la capacidad y la utilidad que han demostrado las evaluaciones diagnósticas”, como que “miles de estudiantes continuarían con los estudios superiores de eliminar estas evaluaciones, que para muchos son impedimentos para aprobar el nivel secundario”.
Desde entonces, el propio ministro, otros funcionarios, como el gremio y algunos dirigentes de la ADP, se han referido al tema, en el mismo sentido. “Quizá las pruebas nacionales hayan agotado su tiempo” y haya que pensar en otras alternativas” (como si no las hubiera); como lo planteado por el propio ministro de que “solo se hace un análisis de la pertinencia de la aplicación del referido examen”.
Se habla de que las Pruebas Nacionales “perdieron su esencia”, señalando un argumento un tanto confuso de que: “hace tiempo cumplieron su cometido” de servir como investigación para determinar las deficiencias educativas y actuar en consecuencia. El propio ministro de la MESCyT se manifiesta a favor de su eliminación.
En contraposición a estos argumentos, otros sectores y personalidades han señalado razones para su mantenimiento, como lo externado por la Dra. Jacqueline Malagón de que “deben permanecer, debido a que es la única herramienta de medición para determinar si un estudiante es promovido”.
“Son las pruebas finales de la educación preuniversitaria, la única medición para promoción que tiene el sistema antes de lanzar el estudiante a la etapa universitaria. Determina si está apto para la educación universitaria, o para entrar al mercado laboral. Mide a todos con la misma vara”, expresó la exministra de educación.
Acción Empresarial para la Educación (EDUCA) a través de su director ejecutivo, indicó que “eliminar las evaluaciones sin una herramienta que logre objetivos similares no es válido, por lo que exhortó una revisión de la metodología y el propósito de la misma. Más adelante argumentó:
“Son necesarias, pero sí estaríamos a favor de reivindicar el diseño metodológico, los objetivos y su utilidad. Entonces, en lugar de ser un instrumento para contemplar una nota final de un estudiante, nos parece más valioso que aporte información sobre cuál es el nivel de logro alcanzado en términos de competencias”.
¿A qué viene todo esto? ¿Cuáles son las razones que llevan a determinados funcionarios del ministerio a abrir la caja de pandoras de las Pruebas Nacionales en este momento, en que se estaría esperando un cambio en la gestión del ministerio de educación? Por lo menos, las listas que pululan por las redes así lo dejan entrever.
Cuando escucho estas declaraciones no puedo evitar traer a mi memoria aquella frase que popularizó Wilfrido Vargas en su merengue El Africano: “Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?”, como también aquel aforismo que tanto acuñó Juan Bosch: “en política, hay cosas que se ven y otras que no se ven, siendo más importantes las segundas”.
No pienso especular acerca del tema, pero sí señalar algunas ideas reflexivas de las cuales me siento con la autoridad y la obligación de hacerlo por dos razones: en una consultoría financiada por el Banco Mundial a final de los 80, con Lilian Pagán, diseñamos un sistema de evaluación de los aprendizajes para valorar el impacto de las políticas que se avecinaban entonces. Nada que ver con lo que luego se implantó. En segundo lugar, y a partir del 1997 y por más de diez años, dirigí en mi calidad de director técnico, los procesos de dichas pruebas.
¿Cómo es posible sostener que las Pruebas Nacionales “ya han agotado su tiempo”, “perdieron su esencia”, y que “hace tiempo cumplieron su cometido” o que las evaluaciones diagnósticas de 3º y 6º de primaria, como de 3º de secundaria, han demostrado “la capacidad y utilidad como evaluaciones diagnósticas”?
O como aquello de que se eliminara la barrera para que miles de estudiantes aprueben el nivel secundario y puedan seguir estudios universitarios, pues “estas evaluaciones se constituyen en un impedimento”. ¿Cuál es el impedimento, las evaluaciones nacionales o el hecho de que los estudiantes se pasan 12 años de escolaridad sin aprender a leer de manera comprensiva y desarrollar el pensamiento lógico necesario?
Efectivamente, todas las evaluaciones que se realizan en el nivel preuniversitario, tanto nacionales como internacionales nos han planteado y deben seguir haciéndolo, que nuestro sistema educativo es altamente ineficaz e ineficiente, pues incluso, 12 años de escolaridad terminan siendo 6.5 años efectivamente.
Las herramientas evaluativas, como lo es el caso de las Pruebas Nacionales, lo único que han hecho es poner el dedo sobre la llaga, mostrándonos lo que a todas luces se quiere esconder, que nuestros niños, niñas y jóvenes que incluso logran mantenerse a pesar de todo, no aprenden o aprenden muy poco.
Nos han reiterado y deben seguir haciéndolo que nuestros estudiantes no logran alcanzar los propósitos que se plantean en el propio currículo de la República Dominicana. Que muy a pesar de 12, 13, 14 y hasta 15 años de permanencia en el sistema, NO aprenden y los que terminan, lo hacen con muy bajos logros.
¿No será acaso que lo que se quiere es “escurrir el busto”, que no es más que “rehuir, evitar, eludir o esquivar algo que no se desea, como un riesgo, una dificultad, un trabajo o un compromiso incumplido”? O lo que procuramos es echar debajo de la alfombra el polvo y la suciedad y así crearnos o darnos la sensación de que “efectivamente” estamos avanzando, como se ha querido señalar en estos días.
Los bajos logros de aprendizaje de nuestros estudiantes no se explican por la medida, máxime cuando la misma se corresponde con lo que el currículo nacional contiene y señala como marco y guía de los que debe hacerse día a día en todos los niveles y grados que definen la estructura de la educación preuniversitaria.
Conozco del esfuerzo enorme que han venido haciendo los funcionarios y técnicos de la Dirección de Evaluación del ministerio, proporcionándoles a cada centro educativo de un informe pormenorizado de la actuación de sus estudiantes como de los factores asociados a los mismos. Estos, generalmente, no son estudiados a profundidad.
¿Qué han hecho y qué hacen los funcionarios y técnicos de los organismos nacionales, regionales y distritales para que dichas evidencias sirvan de guía de los procesos de acompañamientos y mejora continua que tanto requieren los docentes de todas nuestras escuelas?
¿Hacen lo que tienen que hacer y si lo hacen, cómo se explica que los resultados sigan siendo casi los mismos a lo largo de los años? ¡Ah, es la medida! ¡Es el termómetro la razón de la fiebre! ¡Son los estudios de laboratorios los responsables de que sigamos enfermando de COVID y cuántas influenzas andan por todas partes! ¡Cerremos entonces los laboratorios!
Las propias universidades deberían estar en una reflexión permanente acerca de su rol en todo este asunto. Nuestros docentes son sus egresados, a los cuales se les dio un título y una certificación que los acredita como profesionales de la educación. Algunos incluso con años de estudios de postgrado.
La evaluación del desempeño docente llevada a cabo en el 2017 y 2018 puso de relieve que cerca del 40% de los maestros de aula caen en la categoría más baja, menos de 70 puntos, y que los califica como “insuficientes”. Solo el 2.9% alcanzó la categoría de “destacado”.
Quizás deberíamos prestarle mayor atención a lo planteado por este mismo medio por el amigo Radhamés Mejía bajo el título “El síndrome de la “originalidad”: una tragedia para la reforma educativa dominicana”, que en síntesis nos dice: cada quien quiere destacarse, así fuere ignorando toda la experiencia y sabiduría acumulada.
Eliminar las Pruebas Nacionales no solo que resulta improcedente en este momento, sino que, además, no es más que eludir las razones que la evidencia científica nos pone de relieve: nuestros estudiantes no aprenden, aunque hagan como que aprenden, y nuestros maestros no enseñan, aunque hagan como que enseñan.
No es muy elegante, que digamos, escurrir el bulto como tampoco echar la basura debajo de la alfombra, pues al final de cuentas son nuestros niños, niñas y jóvenes, sobre todo de las poblaciones más vulnerables los que terminan pagando los platos rotos de nuestras “originalidades”.