El presidente Abinader acaba de cumplir una importante tarea: retirar su repudiada propuesta de reforma fiscal.

Ahora tiene por delante otra no menos importante: suprimir gastos y buscar nuevos ingresos para pagar los intereses de la deuda pública y las transferencias al sector eléctrico, sin sacrificar las necesarias inversiones públicas para mejorar la vida de la gente.

Para lo primero, es mucho lo que puede hacer:

  • Atacar la evasión de impuestos y el robo al Estado, como es el no pago de electricidad;
  • Reducir, por lo menos a la mitad, los fondos que se otorgan a los partidos políticos. La democracia no tiene por qué ser tan cara en un país todavía pobre;
  • Reducir al mínimo los gastos en publicidad del gobierno;
  • Eliminar el barrilito, cofrecito y otros privilegios de los legisladores;
  • Suprimir duplicidades en el Estado y llevar a término la fusión de varias instituciones;
  • Eliminar empleos innecesarios en la administración pública y reducir al mínimo la cantidad de asesores;
  • Eliminar la mayoría de las llamadas pensiones especiales. Quien no ha trabajado para el Estado ni cumplido con los requisitos que establece la ley, debería recibir de él una pensión, salvo alguna personalidad que haya rendido grandes servicios a la nación (los pocos que hemos tenido se han ido a la tumba sin recibir pensiones);
  • Reducir el servicio exterior;
  • Reducir gastos de viáticos y combustible, y poner en subasta una buena cantidad de yipetas al servicio de funcionarios.

Todas estas medidas son de muy compleja aplicación. Para comenzar, se opondrá el Congreso y la dirigencia de todos los partidos allí representados. Pero como usted, presidente, no se repostulará, ni creo que haya aspirado a ocupar ese cargo por lo fácil que es, manos a la obra. Para facilitar su tarea tendrá el apoyo del pueblo que llevó su partido al poder y que tendrá la posibilidad de bajarlo de ahí en 2028.

Para lo segundo, buscar nuevos ingresos, tendrá que presentar al país una nueva propuesta de reforma, que necesariamente tendrá que imponer, aún sea gradualmente, sacrificios a los ricos y a la clase media, pero no hasta el punto de asfixiarlos, y deje tranquilo a los pobres que no tienen ni para comer.

Como nadie en ese país quiere pagar impuestos, deberá ejercer su liderazgo para que esta se apruebe, sin importarle que los mismos que lo felicitan hoy por retirar la que acaba de presentar lo envíen al infierno por finalmente obligarlos a pagar un poco más de impuestos.

En principio, se ganará una cierta impopularidad, pero al final lo que lo situará como un estadista que cumplió con su deber será asegurar una cierta robustez de la economía y no tener que recurrir a un Milei en los próximos años.

A usted, presidente, elegir si lo que quiere es una momentánea felicitación en los diarios por haber retirado su cuestionada reforma o un lugar en la historia.