Uno de los mejores discursos que se han pronunciado en el marco de los actos de graduación de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra fue el del empresario Manuel Corripio el pasado sábado. Lo digo porque, tal como confiesa el orador, él no se dedicó a hablar de “de tecnología, ni de inteligencia artificial, [ni de] datos económicos, mucho menos [de] hacer predicciones, ni diseñar el futuro de la educación del país”. Tan solo quiso compartir con los graduandos preguntas que le han “acompañado en lo que pudiera denominar [su] desarrollo”. 

Lo que más me cautivó de sus palabras fue su defensa del no. “Negar correctamente es un arte. Decirlo con gracia y sin culpas, sin ofender al que lo recibe y sin sentirse mal el que lo da, nos evitará problemas y pérdidas de tiempo. Nuestra cultura, siempre pendiente de agradar, de hacer bien, de ser aceptado, nos hace que resulte incómodo darlo, porque el sí complace y es casi una rendición. El no es un acto de valentía, requiere esfuerzo, discernimiento y cierta reciedumbre de carácter. A veces optamos por dar un sí disfrazado, sin convencimiento, uno que no queremos, que no nos conviene y que de antemano sabremos que no cumpliremos”.  

 Corripio confiesa que “a fuerza de incurrir en errores, […] mis arrepentimientos provienen más veces de un sí que no quería dar que de no que de manera firme, cortés y a tiempo he tenido la entereza de dar. Si dominamos el arte del no, será más fácil llegar a los sí que correspondan”. 

 Escuchando su magnífico discurso, recordé el cuento de Herman Melville, Bartleby, el escribiente, en donde un prestigioso abogado neoyorquino contrata a un nuevo empleado, que parece ser el más eficiente de todos sus asistentes, hasta que un día le pide asistencia en una tarea concreta y este responde elegantemente: "Preferiría no hacerlo". "I would prefer not to".  

De lo que trata este cuento es del poder decir no. No quiero seguir la rutina, no voy a obedecer ciegamente, reclamo el derecho de elegir lo que se debe hacer. Por eso Bartleby es quizás el último hombre libre. Aunque no expresa las razones de su no, lo que uno siente es que él busca evitar su destino, impuesto desde el exterior. Su no es un no a tareas indignas, inhumanas, humillaciones que persiguen destruir su espíritu y sus sueños. Su no lo que significa es hasta aquí llego. No. Basta ya. Esto se acaba ahora. Prefiero cruzarme de brazos y ejercer mi derecho al libre albedrío. 

El primer hombre rebelde fue el que fue capaz de decir no. Y es que, como bien afirma Corripio, “decidir implica abandonar”. Por eso, “una de las palabras más importantes para [nuestro] futuro, curiosamente, será no. Pienso en ella como un paradójico ‘no afirmativo’. Quiere decir, que rechazas o abandonas, porque dices no a quien no eres y sí a quien quieres ser”. 

Como bien afirma Miguel de Unamuno, el hombre libre es aquel que “dice no bajo el trueno y ni el mismo demonio ha de arrancarle un sí. Pues todos los hombres que dicen sí mienten”. Decir no es negarse a ceder ante la presión, sea de la multitud o de las tentaciones, conservando nuestra propia integridad. 

Eduardo Jorge Prats

Abogado constitucionalista

Licenciado en Derecho, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM, 1987), Master en Relaciones Internacionales, New School for Social Research (1991). Profesor de Derecho Constitucional PUCMM. Director de la Maestría en Derecho Constitucional PUCMM / Castilla La Mancha. Director General de la firma Jorge Prats Abogados & Consultores. Presidente del Instituto Dominicano de Derecho Constitucional.

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