En la medida que hurgamos en el texto de Stein sobre Heidegger del 1936 nos enfrentamos a los problemas de la Ontología, que es el punto de partida de Ser y Tiempo. Existe una pregunta, algunos dirían que es la pregunta, que muchos autores han abordado (Leibniz, Wittgenstein, incluso Heidegger): ¿por qué existe todo lo que es (conocido y por conocer por el ser humano), en lugar de nada? Enfatizando que lo que llamamos nada es la ausencia de todo ser, de todo ente. Es decir, es un concepto que no se refiere a una entidad determinada sino a la hipotética ausencia de todo lo que es.

Esta cuestión ha sido abordada en relatos míticos, integrada en sistemas religiosos, materia prima de sistemas filosóficos y por supuesto preocupación de varias disciplinas científicas (desde la física hasta la cosmología). La especie humana, en cuanto parte de lo que existe, pero la única -hasta donde sabemos- capaz de pensar e intentar explicar ese tipo de problema primigenio, siempre dentro de los límites de su sensibilidad y racionalidad, se asoma a ese problema como (es una analogía) quien desde un acantilado, de una isla diminuta, observa el vasto océano de noche sometido a una gigantesca tormenta. Somos resultado de una explosión (el Big bang) que lleva miles de millones de años desplegándose en no sabemos dónde. Ni sabemos qué pasó el milisegundo previo a dicha explosión, ni cual es el destino último de todo lo existe.

Las apelaciones a que todo lo que existe es obra de una deidad creadora o todo lo que existe siempre ha existido y repite ciclos regulares (o no), no tiene mayores evidencias que la pregunta sobre lo que había antes del Big bang.  Somos tan limitados en el conocimiento de lo existente, no solo en cuanto a una explicación cosmológica, o la física de partículas y cuántica, que nos deja perplejos los nuevos conocimientos al desbancar constantemente todas nuestras explicaciones y experiencias de la realidad física que vivimos cotidianamente.

No tenemos ninguna garantía -ya lo había dicho Kant- de que nuestra sensibilidad y la estructura de nuestro cerebro son capaces de conocer y entender la totalidad de lo real, posiblemente ni una pequeña fracción. Lo que somos como estructura biológica es el resultado de las características de la evolución en este pequeño planeta en torno a una estrella enana amarilla. Cualquier variación en el proceso o exclusión de algún factor, o inclusión de otro que imaginemos, resultaría en otras formas de vida -incluso la ausencia de vida como la conocemos- y si llegara a evolucionar un ser dotado de autoconciencia en un supuesto escenario diferente, seguro tendría otras formas de sensibilidad y estructuras biológicas diferentes de entendimiento.

Partimos de lo que hay, de lo que existe, y en el grado en que podemos conocerlo y entenderlo. Como especie tenemos poco más o menos de un cuarto de millón de años, poblamos el planeta y desarrollamos una variedad asombrosa de lenguas y culturas, hace menos de diez mil años que logramos domesticar plantas y animales y comenzamos a vivir de manera sedentaria. Seguimos estúpidamente organizando sociedades en función de la codicia y el ansia de poder, matándonos unos a otros por controlar territorios y riquezas, justificando genocidios y masacres en base a insensatas ideas religiosas e ideologías inhumanas. Cuando en el futuro estudien nuestro presente nos consideraran nuestros descendientes, u otras especies inteligentes, como unos simios brutos y crueles.

Y con los lenguajes que hemos desarrollado, los naturales y los artificiales, con nuestras capacidades tecnológicas para estudiar el cosmos y la microfísica, una y otra vez nos preguntamos qué es la existencia y porque existe lo que existe en lugar de la nada. Es el punto de fuga de nuestra conciencia, donde todo converge y la luz de la razón enfrenta la oscuridad y por tanto el silencio. ¿Qué decir? El camino de Heidegger fue revisar la pregunta por el ser y reconocer que en cada expresión que manifestamos hay un conocimiento intuitivo preontológico, cada lengua parte del hecho de la existencia, del ser, y lo aprendemos cada uno en el seno de quienes nos recibieron, cuidaron y enseñaron a hablar. Cada lengua materna brinda una explicación preontológica.

Cada uno al nacer es inserto en el mundo mediante una lengua y una cultura. Pudimos no existir, conociendo lo que es el proceso de fertilización humana sabemos que somos en cada caso una posibilidad entre millones. Todos surgimos a la existencia de la misma forma, somos propiamente hermanos en la existencia. Quienes sienten y piensan en categorías racistas, misóginas, aporofóbicas, chovinista o asumen posturas integristas religiosas o ideológicas, son la parte más imbécil de la especie, una rémora para nuestra evolución. Y entre los que gobiernan y tiene poder económico son mayoritarios los sociópatas.  Steve Taylor, profesor de Psicología en la Universidad de Manchester, ha investigado ese fenómeno y señala que: “Hay bastantes psicópatas entre los líderes políticos”. Por ellos, ahora y a lo largo de la historia, no hemos podido alcanzar mayor desarrollo material y espiritual, y florecer en infinitas formas de culturas y expresiones humanas.

Preguntar por el ser, por el sentido de la existencia, no puede agotarse en introspecciones lingüísticas, demanda conocer cosmología y física, historia y lo más avanzado de las ciencias sociales. Quien pregunta -los seres humanos- y a quien le pregunta -los mismos seres humanos- han de ser hondamente críticos, tanto de su capacidad de conocimiento, como de lo complejo y vasta que es la realidad. La razón porque lo que existe es y no más bien la nada, sigue escapando a nuestras posibilidades como homínidos sabios (¡los pocos que lo son!).

David Álvarez Martín

Filósofo

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Especialista en filosofía política, ética y filosofía latinoamericana.

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