Fueron ocho meses que esperé -dicen que la esperanza es lo último que se pierde-, no desfallecí en pedir, suplicar, justificar la necesidad de unos tubos o unos bolardos en la acera del frente de mi casa.

Como fui maestra por tantísimos años, los niños para mí han sido prioridad y su seguridad es algo que me preocupa.

Cuando se entra en cierta edad, cuando los “ta” forman ya casi parte de la historia y se va arribando a los últimos, uno se torna más necio.

Cada mañana a partir de las siete, me sitúo detrás de la puerta de hierro a ver llegar a los niños que van a la escuela y era un dolor de cabeza cada vez que los veía caminar por el medio de la calle por estar la acera ocupada por vehículos.

Disfruto su vestuario impecable, sus peinados muchos muy bien elaborados, otros que me hacen cuestionar. A propósito, en días pasados un niño llevaba un corte muy bien, pero tenía un moñito también muy bien, me pregunté si era niño o niña. No lo cuestioné para no vulnerar su privacidad.

He leído en los periódicos, aunque no recuerdo en dónde, que un sacerdote que dirige una escuela puso reglas para los varones en el peinado, “no pajones con gelatina, ni cejas delineadas”. ¡Muy bien!

Conozco un joven muy cercano que asistía a uno de los colegios bilingües de más prestigio e iba con su cabello largo; le dijeron que no podía asistir con el pelo así. Su madre, que es exalumna del mismo, se presentó y dijo que su hijo no tenía por qué recortarse el pelo, que el país de origen de ese colegio permitía eso. Ella entró en un acuerdo y le bajó el pajón con gelatina. Aquí entre nos, me pareció que el colegio debió ejercer la autoridad.

Con relación al tiempo que tuve que esperar para la instalación de los tubos, me siento conforme, porque recuerdo una anécdota. En uno de esos juegos que se celebran cada cierto tiempo y que participan atletas de toda América, una pequeña orquesta de cuerdas acompañó en la inauguración a unos cantantes, en ese entonces me encontraba fuera del país, pero mi hijo que era integrante de la misma me lo contó. Cuando le tocó el turno a una cantante él comentó con otro músico de lo hermosa que ella estaba y lo bien que lucía a pesar de sus años, a lo que le contestó “que era que estaba hecha”, mi hijo le dijo que lo que importaba era el resultado, no el camino.

Eso pienso. No importa el tiempo de espera si hay un buen resultado. Gracias.

Elsa Guzmán Rincón

Bibliotecóloga

Maestra y Bibliotecóloga, retirada.

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